![]() |
EL ASTILLERO - Foto: Sebastián Santana |
En
tiempos más o menos recientes, en el territorio de la música
montevideana, el dúo Spuntone-Mendaro retoma la práctica de
versionar canciones en un formato de extremada practicidad; mínimos
elementos (guitarra y voz), en arreglos acústicos, le permitieron a
ambos músicos una gran efectividad en boliches y pequeños
escenarios. Varias circunstancias se conjugaron para que la empresa fuera
exitosa: un motor potente en la ilación del repertorio (Spuntone
eligió canciones que necesitaba cantar, fuera por desahogo o
catarsis, fuera por identificación con éxitos probados del rock
uruguayo reciente), el talento del arreglador musical (Mendaro hizo un gran
trabajo al reducir arreglos -en su mayoría de formato banda- a las cuerdas de su guitarra), y un tercer factor relacionado con el
efecto que lograron en el público al llevar las canciones elegidas a
su centro expresivo, al elemento esencial. Después, claro está,
vino el éxito, el crecimiento, los discos, los grandes escenarios,
lo que puso a prueba y en conflicto la idea y desarrollo inicial del
dúo.
Lo
de Spuntone-Mendaro es cruzar la canción para llegar -como se dijo-
a su centro discursivo. Es un viaje emocional e intelectual donde la
canción se reduce a la palabra, a lo que se dice, a lo que golpea en
la superficie vocal, por eso la importancia que toma el cantor (en
este caso Spuntone) es mayor a la del músico, que pasa a ser
acompañante (más allá de los buenos méritos de Mendaro, queda en
segundo plano, en "bajo perfil", como se dice vulgarmente).
Otra
forma de cruzar la canción, a través de repertorios ajenos y
también en formato guitarra y voz, fue probada unos años antes por el dúo
Umpi-Soiza, en los espectáculos Dramática. El
planteo performático-kitsch-irónico (sobre todo auto-ironía),
apelaba a otra cosa, a una literalidad más ambigua, acaso trans, y a
la reducción sonora de guitarra-voz se le sumaban un énfasis en el vestuario, una
sobreactuación del cantor y un repertorio abierto y personal relacionado con la memoria afectiva-radial. Era un
plano evidentemente más lúdico, aunque es preciso notar que cuando
Umpi cantaba "No me importa morir", de los argentinos El
Otro Yo, o "Gris", de Loop Lascano, rompía el juego
"dramático/irónico" para duplicar incluso la verdad
escondida de la canción yendo más lejos que cualquier versión de Spuntone. El espectáculo Dramática
funcionó muy bien en la escena
under, y también es probable que su edición en disco (registro en
vivo, por el sello Contrapedal) llamara a preguntarse sobre la
discutible pertinencia de 'publicar' la capa sonora de una performance que
tenía un lenguaje mayormente visual y repentista.
Los
que vienen astillando
Estos antecedentes están más que presentes en el territorio en el
que se mueve El Astillero, un trío que lleva un tiempo en la vuelta
(sobre todo "nocturna") y que reúne a tres guitarristas y
cantantes: Garo Arakelian, Gonzalo Deniz y Diego Presa. No hay bajo
perfil, como en los casos de Mendaro o Soiza; acá los tres egos se cruzan,
comparten, juegan y forman parte -por igual- del proyecto que van
desarrollando porque, además, los tres son probados compositores.
Estos tres camaradas de la canción se pusieron de acuerdo, en un
principio, en llevar composiciones propias a la nueva identidad de
tres guitarras, voces solistas alternadas y coros. Así fue el
concepto del primer disco, que ofreció versiones -de todos modos- no
muy alejadas a las de los proyectos respectivos: la preponderancia de
las guitarras en Franny Glass, en Buceo Invisible y los discos
solistas de Presa, y en el único y gran disco de Garo, era un hecho,
y en El Astillero lo que sí hay es más potencia folk y la
posibilidad de subrayar diálogos guitarreros más refinados y sobre
todo potenciar el trabajo coral y de diferentes capas en los arreglos
vocales.
En
el resbaladizo debate sobre hacer versiones de otro artista o no,
inevitable en la distinción de proyectos similares -se suma además la circunstancia de que Spuntone y Garo
comparten la historia más o menos conflictiva de La Trampa-, El
Astillero dejó claro en el primer disco que había también un
espacio para celebrar a otros autores. Y, de hecho, la versión que
hacen de 'Lover, lover, lover', de Leonard Cohen, con la voz
principal de Deniz, es sencillamente excelente; es de esas que
encantan, de las que llegan hasta los huesos. Es una versión
paradójica; porque habilita un camino pero solo como excepción,
porque no parece posible un 'astillero' de versiones de Cohen, Dino,
Dylan, Belle and Sebastian y Springsteen. El camino, en definitiva,
para los onettianos, fue otro.
El
primer golpe dado por El Astillero, con un disco que fue muy bien
recibido por los seguidores de los tres artistas, mostró además el
fuerte compromiso que los tres tienen en trabajar y redimensionar no
solo sus respectivos repertorios y pulsos creativos, sino también en
dialogar con el linaje cancionístico de 'rockeros de guitarra
acústica', dejando entrever influencias de grandes maestros como el
Darno, Dino y Cabrera, entre otros. Ahí está el punto central de
las búsquedas de El Astillero. Y es un punto que trasciende la mera
versión (o reapropiación) de una canción o un grupo de canciones.
¿Qué hacer entonces en el segundo disco? Entre las posibilidades
abiertas, y seguramente con la presunción de investigar 'hacia
adelante', se lanzaron al tentador ejercicio de crear nuevas
composiciones. Entre los tres, y sin marcar porcentajes ni
distinciones de "letra y música". Era la más riesgosa de
las empresas, porque se sabe que 1+1+1 en esto de la música y el
arte no es igual a 3. Lo que se creará será otro 1, pero un Otro
diferente, al que se deberá cuidar para que genere una identidad que
no sea precisamente la del consenso (concepto que suele ser
problemático en asuntos creativos).
El segundo viaje
Cruzar
la noche es la forma que
eligieron Deniz, Presa y Arakelian para cruzar la canción, para
encontrar un viaje común. Es un disco más difícil (y riesgoso,
como se dijo), porque exige del escucha desprenderse del inútil
ejercicio de encontrar la marca singular, o el de pedir que no
compliquen su zona de confort y vuelvan a sus caminos personales (no
pocos preferirían que Garo publicara un segundo disco a que "juegue"
en El Astillero, por ejemplo, opinión vinculada a la breve obra de Garo como solista en comparación con las de sus dos prolíficos colegas). En primera instancia, el objetivo de los artistas
está logrado: las identidades -por cierto que las tres son muy
fuertes- se difuminan en el nuevo cancionero, las tres guitarras y
voces dialogan con elegancia y hay una potente sustancia literaria en
el viaje cancionístico. Hay muchas canciones, ahí, para ir
reconociendo, para escucharlas una y mil veces. Solo hay que animarse
a "cruzar la noche", vivir "un día cualquiera",
dejarse llevar por "camiones" y "barcos", bajo
"el sol en invierno".
El
Astillero, en este segundo disco, toma una intrigante nueva forma,
ilustrada en el árbol frágil y solitario, de extraña belleza, que
aparece en la foto del librillo interior, tomada por Sebastián
Santana. El árbol ocupa la mitad de la imagen, a un costado de esos
tres gladiadores de la canción milonga rock montevideana. El árbol es joven
y se muestra resistente pese a mostrarse frágil, y pese a su
juventud exhibe la sabiduría de haber recibido brisas y tempestades
que son, en definitiva, la materia prima de un puñado de canciones
nuevas pero que dialogan con la tradición.
No comments:
Post a Comment