Pasó tiempo, bastante tiempo, desde el impacto de la novela Pal
cante (2007), aquel libro en el que Andrés Ressia Colino
transitaba territorios de ese otro lado que la literatura urbana
montevideana pocas veces se anima a utilizar como escenario. Aquella
descarnada incursión en el cante dialogaba con ciertos aires
villeros de autores argentinos como Washington Cucurto y, por qué
no, con el polémico documental Aparte, firmado por Mario
Handler. Pasaba una línea. Exponía una historia que tenía como
correlato la entonces muy reciente crisis de 2002. El Montevideo de
los carritos, de la supervivencia extrema.
Martín Lasalt, con Pichis, vaya que cruza la línea, aunque
en su caso el abordaje se aleja de toda intención documental y
posiblemente haya que mencionar entre sus referentes la capacidad de
observación de Mario Levrero y la de ficcionar sin límites, como lo
hace tan bien el maestro argentino César Aira. La extremada libertad
narrativa de Lasalt hace difícil ponerse de acuerdo respecto de si
se trata de una novela o de una serie de relatos sobre los mismos
personajes. De hecho, el autor mantiene una misma dinámica en todas
las situaciones, o capítulos, al dar comienzo la acción cuando el
Cholo y la Chola, sus dos protagonistas, encuentran algo en un
contenedor de basura. O simplemente están revolviendo, metidos
adentro, o no, y les suceden cosas. Y no es momento ahora de precisar
de qué cosas se trata, sino de advertir que lo que pasa en las
páginas de Pichis podría caratularse como psicodelia
villera. Porque todo aparece demenciado. Porque, y este es el gran
acierto de Lasalt en su mirada, la realidad pierde peso y pasa a ser
inútil todo intento de apresarla. Cholo y Chola pasan a ser
subversivos, habitantes desmemoriados del otro lado de la ciudad, en
un on the road estrafalario, con trazas de humor y fantasía
desbocada, para contar un Bonnie & Clyde que está predestinado
al fracaso. O a la locura.
Pichis es un muy buen libro, y en su brevedad reside buena
parte de la contundencia de su impacto literario. Si el autor se
encarga de advertir al lector de que una posible lectura de un tirón
sería la correcta, para meterse de lleno en la atmósfera
distorsionada, es posible también la lectura contraria: la de ir
saboreando, cada cierto tiempo, cada uno de los sucesos en los que se
ven involucrados el Cholo, la Chola y, en definitiva, el lector.
No comments:
Post a Comment