narigón compadre



En escena un cuarentón, de rostro afilado, elegante y concentrado como El Darno antes de una dylaniana. Apenas presenta a su banda como “Los Rrrrramones del Tango”. No importa el pasado si fue twist, si fue abuelo adolescente, si fue sicodelia acid trip en Madrid. No importa. Ahora está al frente de Los Ramones. El tango existe en el Río de la Plata 2001; el cruel y amargo arrabal de historias de cuchilleros, jeringas, desamores, venganzas y una mujer a la que “es inútil callarla”. Daniel Melingo no ríe, apenas si asoma un gesto de sorna, de malditez. Dialoga su voz grave y rasposa con un cuarteto excepcional (violín, guitarra, contrabajo y bandoneón), estructura clásica para redimir versos escritos ayer nomás con la actitud de los viejos maestros. También recupera, fino intérprete, páginas negras de Cadícamo y Discépolo. Va del tango a la milonga. Cuando canta ‘Narigón’ aparece el Cheche Etchenique para acompañar en las tablas. Desbunde tanguero. Va de la milonga al tango y aparece el violín de becho. Vanguardia y retro se cruzan en el tango cruel de Melingo. En escena, el cuarentón sabe que sus versos golpean por igual al muchacho ordinario de la barra que no para de hablar (y tomar) y a esa pareja de veteranos que se toman de la mano en una mesa del ex Sorocabana, hoy boliche cool. Melingo trajo por un par de noches el tango reo, el mejor y ácido humor porteño.

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