"No
recuerdo el título, pero la portada es rojo", escuchó decir a
un cliente un librero y éste no se resistió a la tentación de ubicar en
la vidriera de su tienda una selección de los mejores libros rojos que tiene para vender.
Hay lugar preferencial para Los detectives salvajes de
Bolaño, pero también para un García Márquez, una edición de
bolsillo de Amélie Nothomb, un Taschen dedicado a Escher y la obra
completa de Henry Trujillo. Hay más, muchos más. Todos libros
rojos.
Faltan,
pienso mientras miro atentamente la vidriera, libros de poesía, así
que apenas llego a casa reviso algunos que había separado para
hojear en estos días, porque se me ocurre que el verano es ideal
para extensos novelones (de hecho, ahora mismo estoy terminando la lectura de Contarlo
todo, del peruano Jeremías
Gamboa) y también para enredarse en asuntos con la poesía, ese tipo
de libro que suele escabullirse hasta que un día, o una tarde, o una
noche nos encuentra (y golpea) en el momento más inesperado. Así
pasa con la buena poesía. Así me pasó en esa misma tarde que pasé
por la librería de Teatro El Galpón y tanta obsesión por el rojo
me llevó a conectar con tres muy buenos libros de poesía que leí en estas últimas semanas, todos de
portada roja, de tres autorías cuestionadoras, potentes, que afinan
sus dardos alrededor de la autoficción, del contarse/contarlo todo.
La
carne es Devil, firmado por
Claudia Campos, retiene en el papel bordes cotidianos, casi al
límite, de versos que se probaron antes performáticos. Alternan
apuntes autobiográficos (una marca de nacimiento, una sórdida
escena infantil de una prima matando pollitos, la operación al
corazón del padre), con livianos y vaporosos detalles familiares y
no tanto. Hay tensión, un sutil manejo de la síntesis que aleja
todo posible desvío narrativo. Es poesía. Poesía roja, con marcas,
rastros y avisos de sangre. Con ganas de conectar con Marosa y Sylvia
Plath, porque "Esta sangre regular,/ primero roja después
negra./ Es horizontal pero preferiría ser vertical".
Ama/zonas,
de Paulo Roddel, lleva en la portada el impacto de un chupetín rojo
estrellado en el piso. La tipografía del título es también roja, y
hay un ella, o distintas ellas, buscadas, deseadas, queridas,
odiadas, en las zonas de este río de poesía descarada y sabedora de
bordes también peligrosos. Aquí el lector asoma como testigo, vislumbra, pero no
tiene excusas para entrar en los fragmentos de las pequeñas
historias de amor y desamor que desarrolla la escritura de Roddel. No
hay final feliz. Esa es una de las posibles certezas. "Estos
dos/ frente a frente/ no ríen/ no lloran/ no duermen juntos/ callan/
encallan/ solos/ con este amor/ a punto/ de sufrir daños
irreversibles".
Dios,
de Flor de Condominio, es el tercer y último libro rojo de esta enumeración. Está firmado por un
heterónimo de Hebert Abimorad, poeta uruguayo residente en
Gotemburgo. Es un libro abstracto, de acercamientos, donde la
ausencia de mayúsculas horizontaliza el misterio de alguien que no
puede nombrarse y que dicen haberlo visto por ahí. Los tres son muy buenas lecturas. Hay que buscarlos, nadie dijo que fuera fácil llegar hasta un rojo e intenso libro de poesía...
2 comments:
interesante Gabriel.
Genial todo.
La propuesta de la librería, sublime (yo también pasé y saqué una foto con mi celular, lo confieso).
Y buenísimo tu aporte. La poesía, esa gran olvidada sin la que no podríamos vivir.
Voy a buscar en mi biblioteca "libros con tapa roja". Un juego divertido para este tiempo de vacaciones.
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