retrato generacional


Los modernos es una película de las que no pasan desapercibidas. Una película uruguaya de autor, en riguroso blanco y negro, escrita y dirigida por los debutantes Mauro Sarser y Marcela Matta. Retrato filoso y en clave autoficcional, interpela al ambiente artístico y se mete en la vida cotidiana de un grupo de treintañeros montevideanos, más o menos bohemios, más o menos comprometidos con sus caprichos y sueños.

“Nosotros trabajamos con lo que teníamos a mano”, dice Mauro Sarser, coautor junto con Marcela Matta de la película Los modernos. Lo que tenían a mano, los conflictos a desarrollar, eran sus vidas, sus experiencias vitales, sus historias de relaciones sociales y emocionales. Al hacer foco en el nosotros, lo que queda expuesto –y de esto no hay manera de escapar– es una mirada generacional, en una película cuyos tópicos atraviesan sensibilidades contemporáneas.
Esta singularidad emparienta a Los modernos con una serie de películas uruguayas, todas de inflexible tono de autor, que comparten cierta cinefilia, todas radicalmente montevideanas, en una línea que va desde el mediometraje Tahití, de Pablo Dotta, Los días con Ana, de Marcelo Bertalmío, 25 Watts, de la dupla Pablo Stoll-Juan Pablo Rebella, hasta La vida útil, de Federico Cote Veiroj. Diferentes líneas de interpretación se abren si se sigue esta línea de reflexión: a veces la trama parte de conflictos de pareja teñidos por proyectos más o menos contradictorios, o bien identidades en construcción, o incluso el punto de partida puede estar en grupos de amigos, en cortes generacionales. A veces hay humor; otras veces no. Pero siempre, y esto sí no parece casual, la elección fotográfica fue por el blanco y negro.
Los modernos es una película que se expone como autorretrato, desde la herramienta de la ficción, de los autores Sarser y Matta. Es una pareja que tiene un proyecto en común: una película documental. Él trabaja como editor freelance en agencias de publicidad y ella es productora en un canal de televisión pública. El camino es difícil. La pareja se rompe y reconvierte varias veces. Aparecen otros amores, que son desvíos, que son prolongaciones de búsquedas de identidad y de juegos peligrosos de amistad. El proyecto avanza y los trabajos para sobrevivir se vuelven frustrantes. Se suceden conflictos. Y aparece la maternidad, con dos y al final tres casos que se espejan y resultan movilizadores. Y el proyecto concluye, por supuesto, y otra vez aparece la figura del espejo, porque es la película que estamos viendo, aunque no sea la que sueña la dupla protagónica interpretada por el propio Sarser y Noelia Campo.
Todo sucede en un tono de comedia. Todo en un blanco y negro luminoso, que no es el opresivo de Dotta, tampoco el friki de Bertalmío, ni el de comedia indie de Stoll-Rebella, ni el cinéfilo de Veiroj. El tono luminoso de Los modernos dialoga, otro punto de alto interés, con la verborragia de las películas de Woody Allen, con situaciones en las que la palabra es la protagonista, y las situaciones suelen estar bien resueltas y sin complejidades ni vueltas tortuosas. Es una muy buena película, a la que se agrega un ajustado elenco y la actuación superlativa de Noelia Campo.


Marcela Matta y Mauro Sarser: coautores y codirectores de "Los Modernos".
Lo primero que llama la atención es la elección de una fotografía blanco y negro. ¿Cómo tomaron esta decisión, que de alguna manera neutraliza otros colores cinéfilos?
Mauro Sarser: El blanco y negro y la propuesta general de la fotografía surgieron de la intersección de dos variables: la realidad y la intención. El blanco y negro nos permitía reducir costos, a la vez que funcionaba a nivel dramático y estético. Tenía que ver con los personajes, con la historia, con la música, con la ciudad. Matábamos dos pájaros de un tiro rodando de esa manera. En cuanto a la fotografía, sucedía algo similar. Trabajar con la luz real de las locaciones –salvo breves excepciones–, o, en el caso del fuego, que la fuente de luz fuera fuego y no un artificio que lo emulara, como se suele hacer en la industria, fueron decisiones que nos gustaban y al mismo tiempo nos ayudaban a hacer viable el proyecto. Es interesante cómo, en tiempos de imágenes perfectas y edulcoradas, volver a lo básico resulta un bálsamo. Uno ve una fotografía en blanco y negro, naturalista, despojada de artificios, hecha a partir de luz natural, y experimenta algo nuevo, algo a lo que no está acostumbrado.
Marcela Matta: El blanco y negro se instaló en este proyecto con un signo de inevitabilidad. No era posible hacerlo de otra manera. Todos los caminos, cosas que en su momento parecieron casuales, decisiones que pretendían ser prácticas, todo confluyó en una estética que tenía que ver más con el espíritu de la película que con otra cosa. El blanco y negro se abrazó al nombre de la película con un juego de contraste similar al que lo hizo la música de Carlos Gardel. Pintó también la ciudad y las casas de los personajes, y a ellos mismos, neutralizando otros colores, poniendo énfasis en las situaciones, en los conflictos, olvidándose de la estridencia en la dirección de arte y dando paso a este universo creado sólo para Los modernos.

Los modernos es cine de autor a full. Pero en la trama se interpela al cine de autor, el cine “en el que no pasa nada”, también al ambiente de la publicidad y a la televisión pública...
M.S.: El cine de autor tiene que ver con los autores y no con las fórmulas que se suelen utilizar para encajar en una categoría “cine de autor”. No necesariamente una película independiente debe ser una “historia mínima”, lenta, contemplativa o meramente descriptiva. Un autor puede ser un tipo al que le gusta el drama y la comedia en sus concepciones clásicas, que disfruta de ver y hacer obras dinámicas y entretenidas, tratar temáticas comunes a la mayoría de la gente. Esta película es motivo y consecuencia de nuestros intereses y nuestras pasiones y odios hacia el mundo que nos rodea, y hasta de nuestra propia historia personal. Los conflictos de pareja, los debates estéticos sobre cine, la dificultad para contemporizar la vida artística o profesional con la vida afectiva… Esos son los temas que nos definen como autores, al menos en este momento.

¿Y qué pasa con la dinámica de pareja, de la dupla creativa que forman ustedes en relación a la película?
M.M.: Como suele suceder en los fenómenos de la naturaleza, es casi mágica e inexplicable, a veces tormentosa, pero en general creemos que nos ha llevado a buen cauce. Obviamente los intereses en común nos conectaron creativamente desde el inicio, allá por 2001, pero este es nuestro primer trabajo con firma de autor, de autores, y cada uno sabe lo que hay de sí mismo en la obra. Pero sabemos también que lo que hace el milagro es la conjunción de esas dos miradas. Los mundos del trabajo en la tevé pública, o de la maternidad, por ejemplo, me pertenecen, pero a la vez Mauro ha sido testigo de cómo he lidiado con eso, a la vez que he intentado mantener mi espacio como mujer y mis intereses artísticos por fuera del trabajo diario. Mauro, a la vez, es quien siempre se ha puesto el cine como objetivo; ese cine que quería ver y que por eso quería hacer. Ese cine en el que pudiéramos contar esto que nos rodea, tratar estos temas que nos convocan y a la vez jugar con poner nuestro sello, que implicaba salirnos de las normas del cine independiente, divertirnos y hablar en serio de todos esos temas que trata la película: la paternidad, la vocación, el sexo y el amor.

Uno de los grandes méritos de la película está en los diálogos, en las situaciones. ¿Cómo fueron desarrollando ese trabajo al escribir el guion y, luego, con los actores?
M.S: Los diálogos siempre fueron un aspecto importantísimo para nosotros. Queríamos hacer una película “de diálogos”. ¿Por qué? Porque en nuestro mundo, por lo menos, la gente habla, y habla mucho, y se interrumpe y argumenta y se contradice. La idea de que en el “cine de autor” no se habla porque es más cinematográfico contar con imágenes que con palabras nos resulta reduccionista y fácil. El cine es imagen y sonido, por lo tanto la magia está en cómo las palabras, la música y las imágenes interactúan. Esa es la función que cumple el diálogo. Un tipo que dice una cosa y hace otra, una mujer que echa en cara un asunto irrelevante para generar una reacción en el otro. El espectador es capaz de identificarse con esta clase de incoherencias. A la vez, la cámara se ubica en un lugar que resignifica esas acciones. Eso es cinematográfico para nosotros; eso es lo que hacen nuestros ídolos y es el lenguaje que queremos aprender y al que queremos ponerle nuestro sello.
M.M.: En cuanto al desarrollo del guion y al trabajo con los actores, estuvimos siempre muy seguros de lo que queríamos. No fue un guion abierto que se fuera trabajando a medida que se desarrollaba el rodaje; en este sentido, las circunstancias acotadas de producción también acompañaban esa decisión. Desde la escritura se definieron las situaciones, los objetivos de cada escena y cada línea de diálogo, y así se lo transmitimos a los actores. Creemos que esto, en vez de limitar el accionar del actor, lo libera. Obviamente que el aporte de los actores vino desde la composición de los personajes y fue un aporte riquísimo.

Noelia Campo en una escena de "Los Modernos".
El trabajo de Noelia Campo, por ejemplo, es excelente, descollante. ¿De qué manera encontraron y exploraron con ella y el resto del elenco la posibilidad de potenciar el guion?
M.S.: Noelia daba con el papel. Era Clara. Precisábamos una actriz sólida y profesional pero que, además, fuera bella. Tenía que haber una justificación visual, más allá de lo planteado en el libreto, para que todos los personajes de la película desearan acostarse con ella. También tenía que ser notoriamente mayor en edad que el personaje de Fausto, su pareja. Noelia tenía todo eso: el talento, la edad, el físico, la actitud. Era mandada a hacer para esta película. Yo creo que muchos se van a sorprender con su trabajo en Los modernos. En cuanto al resto del elenco estamos más que conformes. Fede Guerra le imprime una cuota de humor a la película que no estaba en el guion. Él lo elevó, le aportó idiosincrasia y, sobre todo, contraste en cuanto a Fausto. Stefanía Tortorella fue un hallazgo. Le hicimos un casting y le dimos el papel sin pensarlo un segundo. Es, de todo el elenco, la que experimenta una mayor transformación. Hace un trabajo muy sensible, de mucha entrega emocional. Una crack. Marie Hélène y María Paz, si bien tienen menos espacio para explayarse, ya que tienen menos escenas, están muy naturales y frescas.
M.M.: Sólo puedo decir que amo a este elenco. Uno de mis mayores temores era lograr el tono que buscábamos, el que precisábamos para contar esta historia, la naturalidad y la sensibilidad. Todos ellos me lo dieron. No quiero dejar de mencionar aquí el excelente trabajo que creo hizo Mauro en su debut como actor, más allá del desafío de estar delante y detrás de cámara. Era sin dudas el Fausto que necesitábamos.

Más allá de los proyectos artísticos y profesionales, del nudo de relaciones que se da en la película, el gran tema de la película parece ser el de los hijos...
M.M.: La conversación sobre la maternidad y los hijos se instaló muchas veces en la mesa de boliche, en esas noches de salidas de amigas. Yo pertenezco a una minoría en tiempos actuales, porque tuve mis hijos siendo veinteañera y ahora ya son grandes, pero varias de mis amigas treintañeras estaban o están lidiando con la postergación de la maternidad. Algunas de ellas por propia elección, por priorizar sus carreras o simplemente porque no tienen la certeza de querer ser madres, pero otras sí lo desean y deben enfrentarse a muchas limitaciones de los tiempos actuales: parejas inmaduras, hombres que no se deciden a afrontar el compromiso, separaciones después de muchos años y la urgencia de volver a conseguir un compañero para rápidamente tomar una decisión tan importante. A veces, al final de esas charlas, yo lanzaba una profecía: “Muchachas, nos vamos a extinguir; esta pequeña especie que se mueve entre La Ronda y Living no se está reproduciendo y en breve dejará de existir”, y entre risas bromeaba con que iba a salir a repartir preservativos pinchados por esos boliches. Un día Valeria Píriz me dijo: “Marce, publicá eso en el Facebook”, y yo le dije: “No, voy a hacer una película”. Vale terminó siendo la vestuarista.
M.S.: Si uno se pone antropológico, los hijos son el único tema. No hay más que eso; es el núcleo esencial en torno al que gira todo. Aunque queramos creer que somos más complejos e intrincados. El destaque en lo profesional está, en el fondo, vinculado al sexo, el sexo al amor, el amor al compromiso, y el compromiso a la reproducción…

¿Hasta dónde los personajes principales son ustedes?
M.M.: Clara tiene mucho de mí y de mis experiencias reales, pero lo maravilloso de la ficción es la posibilidad de jugar con esa realidad. Explorar desde la escritura el “¿qué hubiera sucedido si...?” y llevarlo hasta las últimas consecuencias. Nos permitimos acariciar nuestras pasiones, enfrentar nuestros miedos y pegarles a los malos que nos rodean cada día en nuestro trabajo, en la calle, en una pantalla. Sí, en esta película interpelamos, pegamos y amamos sin límites; es más fácil hacerlo ahí que en la vida real.
M.S.: Por momentos es todo verdad, con algo de mentira. Y en otros momentos es todo un invento con algo de verdad. La idea de basarse en el mundo de uno, ya sea el tuyo propio o el de los que tenés cerca, no nace de una necesidad ególatra sino de una necesidad de producción... Filmar una historia fantástica o de ciencia ficción era inviable para nosotros. Escribir sobre lo que les pasa a otros también. Nosotros trabajamos con lo que teníamos a mano en ese momento de nuestras vidas. Incluso rodamos en nuestras casas y en las de nuestros amigos. De todas formas, lo que se toma de nuestra historia personal es como una materia prima, porque la confección de la narración luego hace con eso otra cosa.

((artículo publicado en revista Carasycaretas, 09/2016))

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