más acá de la figura


Los óleos y dibujos de Carlos Federico Sáez (1878-1901), reunidos en la antológica Un mirar habitado, dan cuenta de la potencia expresiva y talento de un gran artista. Fallecido tempranamente, a los 22 años, desarrolló una serie de retratos en los que su búsqueda por alejarse de la academia lo encuentran experimentando al borde de la mancha y en una posible proto-abstracción. Desde octubre de 2014 a marzo de 2015 en Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo.


Carlos Federico Sáez carga con el estigma de la muerte joven. Tenía veintidós años recién cumplidos, en los primeros días de enero del año 1901, cuando falleció en Montevideo. Habilísimo dibujante y genial con el pincel, está considerado -junto a Joaquín Torres García, Petrona Viera y Rafael Barradas- uno de los artistas uruguayos de mayor talento. Pero siempre había aparecido, a la hora del análisis crítico, la sensación de obra trunca, de lo que podría haber realizado de no haber sido víctima de la maldita tuberculosis.
La antológica Sáez, un mirar habitado, la exposición más grande que se haya hecho de su obra (*), abre una serie de preguntas y de posibles constataciones. La muerte temprana pasa a ser una simple anécdota cuando el espectador se enfrenta a una obra de una inusitada potencia, prolífica en cantidad y en búsquedas que el joven pintor abordaba con madurez y riesgo. Sí, es un maestro del retrato, pero cuando el ojo se acerca a los fondos, a lo que está más allá de la figura central, se percibe el pulso del dandy, del que busca romper límites, del que se resiste a seguir los esquemas de su época.
Es posible advertir, en las obras de Sáez, especialmente las de los años 1899 y 1900, trazos al borde de la abstracción en la composición de un detalle, un objeto secundario o el extremo de dejar superficies de tela sin pintar. Porque después del encandilamiento inicial con la figura, con el plano fotográfico de sus retratos, el gran misterio aparece en los fondos, en lo que a primera vista no se ve. Hay un aire de extrañeza en varias de sus pinturas, especialmente en las que se aleja del ejercicio y de la composición al uso, y hay también, y sobre todo, un tono melancólico en las figuras y en el color que terminan de delinear un sello propio, un posible estilo Sáez en el que la forma y el fondo se despegan en un primer gesto para terminar componiendo, siempre, una obra única en su densidad.
No se trata de "bocetos", como calificaron varios críticos de esa obra trunca y acaso inexplicable en algunos de sus detalles; por ejemplo, el autorretrato en el que se trasviste en Sarah Bernhardt, el biombo que pintó derramando pintura o los manchones de los fondos de sus últimos retratos. La posibilidad que ofrece el Museo Nacional de admirar lo sustancial de su obra, algo esencial para analizar a cualquier artista, permite entender exactamente lo contrario: Sáez parecía estar más concentrado en arriesgar en rupturas que lo colocan -desde la mirada contemporánea- en una definitiva actitud de vanguardia.
La anecdótico, la trama de su corta aventura vital, es también imprescindible para acercarse a su obra. Nació en Mercedes, dibujó y pintó desde muy niño, hasta que Juan Manuel Blanes aconsejó a sus padres de que su talento no debería ser desperdiciado en Uruguay. Carlos Federico viajó a los catorce años a Roma, con apoyo de su familia y del estado uruguayo a través de ayudas económicas y becas. Tuvo una intensísima actividad artística en la capital italiana, en su taller de via Margutta, a pocos pasos de piazza Spagna y la fontana di Trevi. Regresó a Montevideo en tres oportunidades, la última para seguir pintando febrilmente -ya aquejado de tuberculosis- y dejar una obra admirable.


Miradas sobre Sáez

* "Destacaría su rabiosa modernidad que le lleva a saltearse el aprendizaje académico, tomar contacto con sus contemporáneos, tanto en Roma como en Montevideo, y marcar un camino personalísimo con rumbo a la abstracción. Hay que fijarse en los fondos de sus últimos retratos, o en su Hoja de biombo, de 1899, donde derrama pintura sobre papel y lo sopla y desparrama por la superficie... Si el primer cuadro abstracto es de Kandinsky -según el canon-, fechado en 1910, y el término action painting es de 1952, la obra de Sáez plantea varias puntas para investigar y revalorizar". (Enrique Aguerre, curador, director del Museo Nacional).

"Sáez es de esos pintores que a los pintores nos enloquece, que nos da ganas de pintar. Es en sus pinturas, retratos increíbles que miran al espectador a través de un ojo de intención fotográfica pero de empastados colores, donde la materia se revuelve endemoniada sobre la tela. La huella de su contacto en Italia con los “macchiaioli” o manchadores (impresionistas italianos), más terrosos que sus pares franceses, imprimen en Sáez una paleta baja pero con sutiles estridencias, muy relacionada con parte de nuestra tradición pictórica nacional. Para mí es, sin duda, el mejor pintor de la historia del Uruguay, más allá del valor de un Barradas u otro que escape a la memoria. No en vano es el primer modernista, por su "visión" pictórica, el "toque" de pincel característico y su capacidad de síntesis que no tiene nada que envidiar a ningún maestro de la pintura universal". 
(Gustavo Fernández, artista)

"La exposición de Saez, deja al descubierto dos aspectos fundamentales. Por un lado el imponente trabajo del equipo humano del Museo Nacional, y por el otro la riqueza que es posible encontrar en el arte e identidad uruguaya, contrariamente a lo que se suele decir. Ansiaba ver una muestra así. En la obra de Sáez se manifiesta lo invisible. Y la grandeza de un artista tal merece mayor difusión que la obtenida hasta ahora". 
(Elián Stolarsky, artista)

"Visitar la exposición de Sáez me produjo mucho placer. Un disfrute matérico, directo, parecía que estaba comiendo en vez de estar mirando sus obras. Me detuve mucho tiempo en los dibujos. En algún momento pensé que me gustaban todavía más que las pinturas... Quedé más que satisfecho con la muestra, el montaje y la iniciativa del Museo Nacional". 
(Rogelio Osorio, artista)

"Al entrar en la sala y mirar las obras tuve una sensación de pasión, libertad y espontaneidad. La muestra, la obra del artista, me reconfortaron. Disfruté de los contrastes y la soltura, pero al mismo tiempo -como si se pudiera milagrosamente mezclar el agua y el aceite- de la precisión, la composición y el equilibrio". 
(Analía Sandleris, artista)

"No puedo decir nada que no se haya dicho. Nada acerca de su genialidad, acerca de su pincelada, nada sobre la mancha, el rasgado, nada sobre su técnica, nada sobre su trazo, su paleta, sobre el supuesto pre-Pollock, el pretendido pre-Kandinsky, sobre calificaciones que a mi parecer revelan una valoración que supone una mirada hegemónica. Puedo decir que me impresionó la sensualidad de sus retratos, insinuada en las miradas, centrada muchas veces en las bocas. Bocas húmedas, bocas que vuelan. Que me imagino a Sáez -apenas saliendo de la adolescencia- florecer en Roma, sin ataduras, lejos del control familiar y pueblerino, en su estudio en vía Margutta. Me imagino al dandy, un bon vivant del 900 en su plena y apasionada juventud, que no duda en retratarse travestido. Que tiene que haber explotado de curiosidad por la vida y sus placeres. Que no pudo saciarse, se murió antes. Sí, a los 22 años. Qué pena. O no". 
(Teresa Puppo, artista)



El sueño de Laporte cómo se conforma el acervo público de un tal Carlos Federico Sáez 

Cuando se visita una exposición como Sáez, un mirar habitado -organizada con fondos públicos, en este caso de la DNC y con la curaduría general de Enrique Aguerre, actual director del Museo Nacional-, no deben pasarse por alto las circunstancias históricas que la hicieron factible. En primera instancia, nunca es sencillo reunir obra que suele estar diseminada en numerosas colecciones privadas y herencias familiares. Es así que emerge el nombre clave de Domingo Laporte, director del Museo Nacional de Bellas Artes hace exactamente un siglo, quien fuera el primero que empezara a soñar con una muestra de estas características.
Impactado por la calidad de una serie de obras de Carlos Federico Sáez expuestas por su padre Francisco, en 1915, Laporte escribe una carta a partir de la que comienzan una serie de gestiones entre el MNBA y la familia del artista. "Al examinar esas bellísimas pinturas y dibujos", escribe Laporte a Don Francisco. "Pensé con amargura en el triste y fatal destino que tendría esa hermosa manifestación de tan raro temperamento artístico, si ella se diseminara a los cuatro vientos, desapareciendo así una gran parte de la gloria del extinto, al perder su alto valor de conjunto, hecho que disminuiría mucho el juicio que de su talento pudiera hacerse, al juzgar por separado uno y otro elemento de su preciosa colección. Pensaba a la vez, mi amable amigo, en el santo y muy respetable egoísmo de los padres del más brillante de nuestros pintores, al privar a nuestro público, -que tanto necesita inspirarse en Arte sano y robusto- del refinado deleite de poder admirar en todo momento, obras de tanto mérito como esas". En la misma carta, dobla la apuesta prometiendo -en caso de llegar a un acuerdo- una sala del MNBA con su nombre.
El camino iniciado por el director del MNBA no fue sencillo. Un año más tarde, en diciembre de 1916, falleció Don Francisco Sáez y la palabra final la tendría la madre del artista, Doña Luisa Sánchez de Sáez, quien en un principio se mostró contraria a la idea de donación. Hasta ese momento, una sola obra, Estudio (1899), formaba parte del acervo del Museo. Retrato de una gitana con la cabeza cubierta por una pañoleta, había sido obsequiada por el pintor al presidente Juan Lindolfo Cuestas, en 1900, luego de la exposición de óleos y dibujos que tuviera lugar en el Salón Maveroff, y éste finalmente la remitió al Museo Nacional.
En noviembre de 1917, en el Salón Caviglia de la calle 25 de Mayo, se organiza una exposición homenaje donde se exhibieron 111 obras, entre ellos 47 óleos. El conjunto de la obra de Sáez que estaba en posesión de la familia ya estaba disperso, tal como temía Laporte. El especialista tenía constancia de la existencia de un número mayor de obras, hecho confirmado por el posterior relevamiento de Raquel Pereda, quien cifraría en 73 pinturas y 250 dibujos el total de la obra. A ello se sumaba la decisión de la familia de vender, debido a que el público asistente a la exposición podía adquirir obra a beneficio de la madre del artista.
El Estado, a través del ministro Mezzera, fue un importante comprador de obras de Sáez. Fueron adquiridos nueve óleos y nueve dibujos de Sáez, destinados al MNBA, entre los que se cuentan las obras Del Puerto Viejo, Parvas, Arequita, Il primo romanzo, Cabeza de Viejo, Retrato del pintor Fernando Cornú y valiosos estudios a lápiz y tinta china incluyendo retratos al padre del artista y su hermana María Luisa. Simultáneamente, la dirección del MNBA adquiere Retrato de Joven (1889). Estas obras, sumadas a la pintura donada por Cuestas, serían colgadas en la sala dedicada a Sáez que Laporte inauguró en el MNBA, circunstancia que provocó la donación más numerosa por parte de Doña Luisa, madre del artista, de doce óleos y noventa y ocho dibujos. Se destacan los óleos El chal rojo, Retrato de Juan Carlos Muñoz y Retrato de la hermana del pintor -Ma. Luisa- y los dibujos con la presencia de familia, amigos y la serie de flores.
Las donaciones de obras de Sáez se suceden en los años siguientes: el Jockey Club de Montevideo dona en 1921 Estudio y Esbozo, el hermano menor Francisco dona en 1924 uno de los primeros óleos sobre tela de Carlos Federico, La cañada de Roubin, y dos sobrinas del artista, Sara y María Luisa Ellauri, donan tres dibujos en 1926. Una década más tarde, en 1936, el Ministerio de Instrucción Pública compra para el MNBA cincuenta y ocho dibujos en Amigos del Arte, destacándose la serie de flores y Autorretrato.
En la década del cuarenta ingresan ocho obras a la colección, entre ellas dos autorretratos a lápiz, uno de ellos incluye la famosa caracterización de la actriz Sarah Bernhardt realizada por Sáez. Se suman en 1945 dos óleos, dos pasteles, un dibujo y una acuarela a través del legado de Fernando García, incluyendo la pintura Retrato de Eduardo Mario Sáez (1900). En el año 1963 se suma a la colección un autorretrato fechado en 1983, realizado en tinta sobre papel, donado por Alcira Muñoz Caravia, y en 1979 el Ministerio de Educación y Cultura adquiere en remate dos dibujos y la obra Hoja de biombo. Las dos últimas obras ingresadas hasta el momento son los dibujos Dama de perfil y Perfil de mujer, adquiridas por la Dirección de Cultura en el año 2013, en el entendido -según palabras de Enrique Aguerre- de que "es necesario seguir transitando y fortaleciendo una política de adquisiciones que permita enriquecer el patrimonio artístico del país".

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