Si habrá que tener cuidado con lo que
se lee, pienso, mi estimado Ismael Grasa, ahora que estoy releyendo
páginas al azar de los dos cuadernos que conforman tu primera novela
De Madrid al cielo. Si habrá que tener cuidado, pienso, sobre
todo cuando parece imposible tener conciencia de que algunos
fragmentos, o incluso estructuras enteras, de una novela, o incluso
un artículo periodístico, lo que sea que te pongas delante, se te
pueden meter muy adentro y volver a estamparse en una futura página
en blanco, devenidos en escritura propia, hecha de retazos de lo que
fuimos comiendo, devorando, deglutiendo, en años de lecturas
desordenadas y no-tan-azarosas.
Paso a detallar, antes de confesar la
hermandad de tu exasperado Zenón con mi montevideano Rodión
-personaje que circula por bares y calles de mi ciudad, en mi primera
novela La cura,
expiando un par de crímenes no resueltos-, otros dos "casos"
curiosos de fragmentos que después de leídos se metieron en dos de
mis textos.
Una noche, muy tarde, entredormido, un absurdo zapping me llevó
a una peli que se me pegó siendo niño: una versión de Flash
Gordon que tiene banda sonora de
Queen. Siempre pensé que me había interesado más la música
que la historia de la
película; de hecho sigo atesorando ese disco del cual
conozco de memoria todos los
punteos de Brian May y los gorgorines operísticos de Fredie Mercury.
El asunto es que noté que
los subtítulos de esa
livianísima y naïf cinta de ciencia ficción se parecían demasiado
a algunos diálogos de mi texto
teatral "Rojo", que después derivó en "Luna roja",
estrenada unos veinticinco años después de
que viera por
primera vez esa peli en un
cine,
tendría doce años, más o menos, y
muy lejos
por cierto de
percibir que las palabras que
leía en la pantalla se pegarían literalmente en algún lugar de mi
memoria. Potenciado por el
estado de vigilia, me estremecí. Temí que cada una de las palabras
que logramos escribir, hacer propias, en relatos nuevos y originales,
están hechas de un vómito hecho de miles de páginas leídas
anteriormente, de miles de relatos orales, conversaciones,
pensamientos atorados, todo puesto en una coctelera de
la que muy lejos estamos de ser el barman.
Otra vez, al releer un
poema de mi colega Andrea Blanqué, sucedió
algo similar, otro estremecimiento, al encontrar cierto parentesco
con un fragmento de mi novela "Tobogán blanco". Tomé mi
libro y encontré la prueba fehaciente de que el texto de ella estaba
publicado unos dos o tres años antes de mi escritura, que de hecho
vendría a ser una versión libre, casi automática, de sus versos.
El
caso con tus novelas, estimado Ismael, es un poco más
complejo. Desde hacía años que quería leer algo más. Guardaba el
impacto de la lectura, allá por el año mil
novecientos noventa y cinco,
de la lectura de De Madrid al cielo.
Recuerdo haber escrito una reseña en la revista Posdata,
en la que encontraba en ella cierto tono onettiano.
Pero había
perdido el rastro. No podía ser que alguien que había escrito algo
tan poderoso se desvaneciera.
Hace
muy poco, volví a tener noticias: un par de novelas publicadas por
Anagrama que no cruzaron el Atlántico, una larga estancia en China.
Pedí por ellas en la casa que distribuye en Montevideo. Un par de
meses después me informaron que tenían La Tercera Guerra
Mundial. Corrí a
buscarla y la leí. Me costó un poco de trabajo. Es una novela
densa, y por cierto muy sabrosa, en la que se encadenan recuerdos
infantiles, que van pasando frente
al lector como un álbum de
fotografías borrosas. Esto implica que el foco está puesto en
puntos secundarios de la toma, que hay fotografías que faltan, que
por momentos todo se vuelve un poco borroso. Son "fotos" de
tus amigos de Huesca, del colegio, de familia, de un ambiente
enrarecido, en los últimos días de la Expaña franquista, muy cerca
de los Pirineos, en la dureza del desierto aragonés. Se suman
algunas instantáneas -al comienzo y al final de la novela- en un
balneario cercano a Tarragona. El punto de vista que elegís para el
relato produce un extrañamiento surrealista,
dando como resultado una muy
buena novela, muy diferente a
De Madrid al cielo,
más entrañable, menos cínica.
No
importa aquí que desarrolle sobre
algunos de mis viajes, de mi
cercanía emocional con Zaragoza, ciudad en la que he hecho varios
amigos y en la que vive desde hace un par de años uno de mis mejores
amigos montevideanos. Pero no puedo ocultar que pregunté por tu
rastro, hace apenas un mes en la capital aragonesa -tan cerca y tan
lejos de Huesca- y no obtuve respuestas concretas. Las obtuve a la
vuelta, cuando me entero de la noticia de la publicación de un nuevo
libro tuyo por el sello zaragozano Xórdica. Ya lo conseguiré, por
cierto.
Pero
antes de guardar La Tercera Guerra Mundial en
mi biblioteca, al lado de tu
primera novela, decidí desempolvar De Madrid al cielo.
Ahí es que vuelvo al comienzo de estas líneas, cuando constato el parentesco entre Zenón y Rodión, y sobre todo de una trama
madrileña que descubro
me ayudó a vomitar las páginas y páginas que son parte de la La
cura. Releo entonces tu
primera novela
y descubro otros pequeños
detalles, otras derivaciones,
que me llevan a pensar que tu geografía juvenil de Madrid se
emparienta gratamente con mis tortuosos laberintos de Montevideo -en la novela
llamada Ciudad Detenida, escenario impregnado también por la atmósfera
posonettiana de
las películas Tahití y
El dirigible,
de Pablo Dotta.
No puedo evitar pensar en la
sincronía de que el viejo
Onetti moría
en Madrid en esos
mismos días que publicabas tu
primera novela
y se empezaba a gestar la mía. Y pienso que tal vez desde él y otros maestros comunes como Dostoievski, es que
nuestros libros se van haciendo y deshaciendo en otros libros
futuros, y encuentro otras
señas comunes en parte del "decorado" de tu Huesca
infantil de La Tercera Mundial: la infancia en los setenta, viajes en auto a la playa, trenes eléctricos, vecinos
misteriosos, películas como Flash Gordon, enciclopedias en fascículos, un abuelo degollando una
gallina, cosas así, y muy especialmente el miedo compartido por los
efectos de una tercera guerra mundial que marca a fuego personajes
como Zenón y Rodión, tan dados a buscar una redención al
percatarse de que no es fácil sobrevivir a una guerra que nunca
terminó de suceder.
((de la serie "papeles ansiosos"))
((de la serie "papeles ansiosos"))
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