dos o tres cosas sobre gustavo



en algún lugar quiero dejar anotadas algunas cosas. pequeñas historias. pequeños desajustes temporales que sucedieron estos últimos días y temo que se pierdan ante el vértigo de insoportables deadlines. pero no. no puedo continuar como si nada hubiera pasado. suspendo todo para escribir unas líneas sobre gustavo escanlar. tengo la certeza de que esta página es el momento adecuado. se ha muerto un amigo. y duele. busco en algunos de sus libros y siento la tentación de gritar, de contagiar a todos con los relatos, novelas y poemas de uno de los grandes, uno de los más exasperados escribidores del orto del mundo, o sea la ciudad de montevideo. chequeo algunas boludeces que se han escrito sobre su muerte y circulan por internet. no quiero calentarme así que me quedo más tranquilo cuando encuentro uno de sus últimos artículos. más tranquilo no es la expresión más feliz, porque no hay nada semejante a la tranquilidad en esta pequeña historia. el artículo salió en el malpensante. cuenta de la muerte de su padre, que fue el mismo puto año dos mil ocho en que murió el mío y entonces me acordé que el último libro que le regalé a mi padre fue "crónica roja", una investigación sobre crímenes y asesinatos en montevideo que escribió gustavo. son cosas que te dejan nervioso, como un ruido del que no se sabe su procedencia. tiempo después le comenté a gustavo lo que me había pasado con su libro, pero obviamente no tuvo respuesta para darme, más que una ligera inquietud. ese mismo año dos mil ocho viajé por primera vez a nueva york y paré en la casa de javi y verónica, en el barrio de queens, y fue javi el que me dijo "escanlar está en coma". llamé por teléfono a insúa y más que nervioso me aseguró que el cabeza se salvaba, que se iba a recuperar. esa vez pudo salir. pero ahora no. las vueltas de la vida me encuentran otra vez en nueva york y es insúa hecho mierda que me confirma, por teléfono, que gustavo ha muerto. tengo la necesidad de brindar por el cabeza. paty me dice que debería llorar. es difícil hacerlo a diez mil kilómetros de distancia, le digo. pero hace un rato nomás, en la esquina de la bowery y la houston, lo hice, sin que ella se diera cuenta y me sacó una foto con el empire detrás. una de mis esquinas más felices se volvió amarga, por un instante. brindo por gustavo. me sale un la-puta-madre-que-nos-parió seco, que tenía atragantado, rabioso, con los puños cerrados. un día antes, sin saber que ya estaba jugada su suerte, escribí un largo texto, un vómito, un monólogo que ahora me da un poco de miedo. partí de tres premisas: 1) intentar el ritmo stand up de un par de comediantes que vimos con paty en un pub de harlem, 2) experimentar el momento de escribirlo en el tiempo límite de un viaje de ida y vuelta en tren entre manhattan y providence, y 3) tomar prestada la velocidad de escritura de gustavo, otra vez gustavo, sin saber que estaba en coma y el tren bajaba desde rhode island a penn station. en esos últimos días varias veces lo convoqué en otras ocasiones: en algunas conversaciones y la novela que le llevé al colega peruano diego trelles paz, un ejemplar de "dos o tres cosas de gala", gesto que devolvió un día después contándome que se había devorado la novela, o la novela lo había devorado a él, que es casi lo mismo; sintió ese asombro que solo se tiene ante las obras originales y poderosas. es así. me gusta jugar fuerte. desde pendejo que me gusta contaminar, mostrarle a los otros lo que me parte la cabeza. la versión viajera y contemporánea de esa manía adolescente es mostrar lo que se consigue solo en mi barrio y vale la pena. "psalmo a venus cavalieri" de roberto de las carreras, un disco de franny glass o de max capote, los videos de martín sastre. hay más cosas, circunstancias de este viaje en el que ciertas situaciones se encadenan. este mismo año leí por primera vez a andrés caicedo. me partió la cabeza. el libro me lo regaló mi gran amigo yumber, otro que regala libros de otros cuando va de ciudad en ciudad. yo iba apurado, con ese libro abajo del brazo, cuando me encontré con gustavo. maldita memoria, no me acuerdo dónde fue que nos topamos, creo que dieciocho de julio y paraguay, por ahí. hablamos de mil cosas en dos minutos. trabajo, libros inconclusos, si había visto a insúa, no sé qué más. fue la última vez que nos cruzamos. los dos siempre apurados. los malditos deadlines. maldito periodismo. se quería llevar ese libro que yo no había terminado. "que viva la música", se llama. lo vi en su mirada y en su mueca. prometí prestárselo. otra vez me viene esa cosa. la angustia. otra vez. ahora que estoy de vuelta en mi esquina y es lunes, otro lunes en mi barrio profundo. la calle francisco simón. la misma calle en que murió mi padre, a las seis de la tarde de un veintinueve de diciembre de dos mil ocho, la misma calle en que tantas veces encontré a escanlar tomando algo en el pipiolo. pero el bar está cerrado. elijo entonces buscar y rebuscar entre recuerdos un poco más gratos. hay uno que no quiero se me escape. él era editor en la revista tres y yo en posdata. dos revistas enemigas. año mil novecientos noventa y ocho, por ahí, se nos ocurrió un proyecto en conjunto: escribir una ficción online, un texto diario que produciría cada uno desde un personaje para ser colgado en un portal. a las diez de la mañana de un jueves habíamos conseguido una reunión en uno de los edificios más elegantes de la ciudad, en plaza independencia, con uno de los ejecutivos de una punto com. llegamos puntuales, subimos al ascensor y apenas se cerró la puerta nos dimos cuenta que vestíamos el mismo modelo de campera, una diesel verde bastante llamativa. el tipo no entendió el chiste, tampoco entendió el proyecto. no nos importó mucho. así debe ser. chau cabeza. no puedo escribir una línea más. no sé cómo terminar................................................................................................................ qué viva la música, hermano!

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