Hace algunos días, intercambiando ideas sobre Montevideo con
el artista montevideano Alfredo Ghierra, un par de ellas quedaron dando vueltas
en mi cabeza, reflexiones sobre las ciudades y entre ellas nuestra ciudad, a la
que tantos de sus habitantes sentimos rara, decadente y acaso dolorosamente
bella.
"Las ciudades –asegura Ghierra- son el reflejo de sus habitantes, y si bien cuando yo las dibujo aparecen desiertas, se trata más bien de la soledad del teatro antes de la función, o de la ciudad de noche, o del vacío de los feriados, o simplemente del hábito de vivir en una ciudad como Montevideo donde la gente no se aglomera jamás".
Las ciudades son, asimismo, el artefacto humano por excelencia, el compendio de casi todo lo que el hombre fabrica. Objeto inacabado, muestrario de usos y costumbres, son libros abiertos y escenarios de la vida. Por eso es necesario, antes de intentar una aproximación a la ciudad de Montevideo desde una mirada urbana, definir a quienes la habitan y la han habitado en sus casi tres siglos de historia, desde su fundación en el año 1730 como un fuerte militar español en el Río de
Uno de sus habitantes –aunque desde el 2002 residente en España- es Martín Sastre, artista contemporáneo, ex integrante del colectivo Movimiento Sexy, quien viene realizando una obra audiovisual sostenida, con una mirada irónica y lejos de todo neo-romanticismo sobre el perdido esplendor de Montevideo. Entre sus trabajos detaca "The Iberoamerican Legend"...
DE DONDE VIENEN LOS MONTEVIDEANOS
Los primeros
montevideanos fueron inmigrantes canarios y otros procedentes de diferentes
regiones de la España
continental. La condición de puerto natural abrió paso a sucesivas generaciones
de criollos y de nuevas migraciones de diversas procedencias.
Montevideo fue
colonia española, con la interrupción de dos breves periodos en la primera
década del siglo diecinueve que tuvo bandera inglesa, hasta el tiempo de las
guerras de la independencia, cuando fue sitiada y tomada por el ejército revolucionario
de José Artigas, nieto de aragoneses que comandó a criollos, indígenas y negros
esclavos en las luchas contra la corona española y portuguesa. Artigas venció a
los españoles, pero fue derrotado y expulsado por los portugueses, aliados a
varios de sus lugartenientes, hecho que significó más de una década de dominio
primero portugués y luego del nuevo y emergente Brasil poscolonial.
Montevideo tuvo
que esperar hasta 1830, gracias a la diplomacia británica y francesa, para ser
capital de un país independiente que se llamó Uruguay, y tuvo que esperar
varias décadas más para que terminaran las guerras civiles y dejara de ser una
codiciada plaza militar y comercial del Atlántico Sur, con poblaciones
variables y dedicadas principalmente a la guerra y al contrabando. Durante la
llamada Guerra Grande, entre los años 1839 y 1851, estuvo sitiada por mar y
tierra, atravesando una de las tempestades políticas más trágicas que debió
afrontar una población de Montevideo que apenas llegaba a los 30.000 pobladores.
Un dato muy interesante es que un tercio de esa población eran inmigrantes
vascos y franceses, otro tercio inmigrantes italianos, y apenas un cuarto
criollos descendientes de españoles.
El
cosmopolitismo fue el signo de Montevideo hasta la tercera década del siglo
veinte, con fuertes corrientes migratorias vascas, gallegas e italianas durante
todo el periodo, y con puntuales llegadas de inmigrantes de otras regiones de
España, del sur de Francia, de los Alpes alemanes, judíos, polacos, rusos,
croatas, eslovenos, griegos, libaneses y armenios. La población pasó de 30.000 a 1 millón en menos
de un siglo, y ya sin guerras civiles y con una prosperidad económica que la
colocó entre las ciudades de mayor desarrollo social y urbanístico de la epoca,
como lo demuestran las poderosas imágenes de la pelicula de Martín Sastre.
El montevideano
del 900, de hace apenas un siglo, tenía la convicción de vivir en una ciudad
que crecía a ritmo sostenido, que gozaba de una fuerte influencia de la cultura
francesa, y que buscaba una identidad propia diferente a la vecina ciudad de
Buenos Aires y las otras capitales de América del Sur. Pero era una ciudad que,
sin embargo, derrochaba su futuro, que no advirtió que finalizada la Segunda Guerra Mundial una
lenta y sostenida crisis la iría llevando a la condición actual de Bella
Durmiente, de orgullosa ciudad envuelta en una melancólica decadencia y la
sensación morbosa de verificar que "todo tiempo pasado fue mejor".
Durante todo el
siglo veinte, y entrando al siglo veintiuno, la población de Montevideo crece
lentamente. Apenas supera el millón y medio de habitantes, en su mayoría
descendientes de inmigrantes de segunda, tercera y cuarta generación. De ser
una ciudad que atraía migrantes en busca de oportunidades, se convirtió desde
finales de los años sesenta –por motivos económicos, políticos durante la
dictadura militar de los setenta e incluso existenciales- en una ciudad de la
que los más jóvenes prefieren irse. "El último que apague la luz",
reza un dicho popular montevideano.
Nace el mito de
Ciudad Detenida, una ciudad en crisis que dejó de imaginar escenarios futuros y
que aparece vacía, como un escenario descuidado aunque monumental, como en la
obra de Martín Sastre. Entre los antecesores de esta forma de interpretar la
ciudad desde la materia audiovisual destacan los cineastas Pablo Dotta (Tahití,
El dirigible) y especialmente la generación de la productora Control Zeta Films
a partir de la película 25 Watts, del año 2001.
Pero antes es
momento de detenerse en algunos momentos literarios que resultan en algunos
casos antecedentes, o bien cirsunstanciales pretextos de una linea urbana y
maldita que tiene sus lejanos rastros en Lautreamont y acaso Jules Laforgue en
el siglo XIX, luego Roberto de las Carreras y Julio Herrera en el 900, Alfredo
Mario Ferreiro. Y la lista no es precisamente larga.
JOSE PARRILLA: POETA DEL 44
¿Cómo es el
montevideano? ¿Quién se siente montevideano? ¿Qué relatos escriben los
montevideanos? El cine, la narrativa y también la poesía del último siglo dicen
mucho del habitante de mi ciudad. Hasta los primeros años del siglo veinte los
escritores y poetas no se ocupan de lo urbano como tema ni como escenario. Los
relatos suelen ser referidos al campo, a la crudeza de las guerras civiles, a
la sangre derramada, pero no a esa villa que despertaba a una brusca modernidad
y a la búsqueda de una incipiente identidad cosmopolita que tuvo como eje de
homogeneidad los triunfos futbolísticos y el imaginario de un país llamado
Suiza de América.
Elijo, como signo
del novecientos, a Roberto de las
Carreras, dandy e integrante del círculo de amistades del poeta
vanguardista Julio Herrera y Reissig, quien inicia, de algún modo, una
tradición de malditos, de poetas montevideanos que en distintos momentos del
siglo veinte montevideano tendrán en común –más allá de sus respectivas
particularidades estéticas- la brevedad de sus obras, el carácter outsider y el
desarrollo de poéticas personales y marginales a la cultura oficial uruguaya.
Me refiero a personajes tan disímiles y de obras irregulares como José
Parrilla, Humberto Megget, Ibero Gutierrez, Ruisdael Suárez (aún inédito),
Julio Inverso.
José Parrilla, hijo de un miliciano
republicano español exiliado en Montevideo a finales de los treinta, es de
algún modo el gran poeta montevideano de la primera mitad del siglo veinte. Aún
su nombre y obra es casi desconocida, dejado a un costado por una crítica que
evitó y desdeñó su poética urbana y directa. Publica apenas dos libros y una
plaqueta en el año 1942. Admirador de Rimbaud y los surrealistas, expone una lírica
urbana que no esconde sus arrebatos de "profesor de amor" (guiño a de
las Carreras) y el impacto de la lectura de la novela "El pozo" de un
joven Juan Carlos Onetti. Parrilla es uno de los primeros emigrantes
"existenciales", y en el año 1949 elige irse a vivir a Francia para
nunca más regresar ni volver a tener contacto alguno con la ciudad en la que
vivió su adolescencia y primera juventud. La poesía de Parrilla está ligada a
la figura de Onetti: si se considera a "El Pozo" la primera gran
novela urbana de Montevideo, "La llave en la cerradura" es el primer
gran poemario urbano de una ciudad en la que él es el último inmigrante y que ya
empezaba a dar señales de letargo y una tanguera depresión. Otros posibles
candidatos a pioneros de una poética urbana montevideana son De las Carreras y
sobre todo Alfredo Mario Ferreiro, pero la elección de Parrilla se debe –no a
un capricho- sino a que en él se integran la calidad de dandy, de personaje
contracultural –fue de la hipotética generación del 44 y no aceptado por la del
45- y de continuador de una herencia maldita.
Montevideo en
los años 50 era una gran gran oficina pública, como lo advirtió Mario
Benedetti, y fuera de ella –en el resto del territorio uruguayo- centenares de
miles de vacas pastando en campos con menos densidad de población que la Patagonia argentina. La
clase media había triunfado, y el estado de bienestar fundado por el presidente
Batlle y Ordoñez a principios del siglo viente empezaba a dar muestras de
agotamiento. Montevideo comenzaba su lento viaje a convertirse en la
"legenda iberoamericana" que exalta Martín Sastre, esa tacita de
plata que podría tener una vuelta irónica: dejar de mirar el pasado para
reconvertirse –desde una mirada pop- en una utopía posmoderna. Para aclarar
esta vuelta de tuerca es necesario revisar la condición de Ciudad Detenida.
ONETTI Y EL MITO DE CIUDAD DETENIDA
¿Qué sucede con
otras narrativas, con novelistas y cuentistas pos Onetti? ¿De qué manera se
desarrolla una mirada común que la retrata en el cine contemporáneo con
escenarios desiertos, dejando en evidencia la certeza de Ghierra de ser una
ciudad donde "la gente no se aglomera jamás", una ciudad detenida?
Hay la necesidad
de un escapismo en la narrativa de Onetti, una distorsión lúdica del plano
naturalista que lo lleva a la construcción de una ciudad ficcional en la que
ocurren las historias de sus novelas, la Santa
María provinciana, que se refleja en un hermana mayo (para el
caso, Buenos Aires). Es y no es Montevideo, en un juego de distanciamiento y
sucesivas aproximaciones metafóricas que dan cuenta de –paradójicamente- la
altura de Onetti como el gran narrador montevideano.
Onetti puede
citarse como fundador de la construcción
de territorios ficcionados y/o virtuales que son frecuentes en varios autores
uruguayos contemporáneos. Singulares ejemplos aparecen en la trilogía
novelística de Mario Levrero (1940-2004) sobre “la ciudad” (Paris, El lugar, La ciudad) y el
Montevideo futurista que ambienta la novela de Ercole Lissardi Interludio Interlunio, entre otros. Pero
estos nuevos lugares se van vaciando, en paralelo a la crisis demográfica y de
identidad de la ciudad rioplatense.
¿Qué sucede en
el cine, en el territorio del relato audiovisual? No es casual que la primera
gran obra del cine uruguayo contemporáneo sea una dedicada a atrapar los
confines literarios de Santa María de Juan Carlos Onetti. El dirigible, dirigida por Pablo Dotta y estrenada en el festival
de Cannes en 1993, es un explícito homenaje a una ciudad que el cineasta
compone como un gran decorado desierto y árido. La Rambla lluviosa. El Palacio
Salvo –icono del rascacielos años 30- como decadente símbolo de posmodernidad.
Plazas gigantescas, deshabitadas. Grises. Esta morosidad, y también la certeza
de una “ciudad detenida”, ya había sido delineada por el cineasta en el corto Tahití, fechado en 1989, en el que una
pareja recorre una ciudad en blanco y negro, casi desierta y helada en su
impronta afectiva y emocionalidad. Montevideo, ciudad innombrable también para
Dotta, quien elige el irónico toponímico de una isla tropical.
Hay algo de
malditismo en concebir a la ciudad a contramano de otras posibles identidades
más confortables y victoriosas. El Montevideo de Roberto de las Carreras, José
Parrilla y Julio Inverso, de Juan Carlos Onetti, Mario Levrero y Pablo Dotta
–distorsionado a través de sus respectivos toponímicos- no es ciertamente
agradable. Esa quizás sea una de las explicaciones para las duras críticas y en
ocasiones el ostracismo vivido por algunas de las obras referidas. De las
Carreras aún sigue siendo interpretado como un pintoresco personaje del 900. La
casi totalidad de la primera edición de El
pozo, hoy considerada la mejor novela uruguaya y fundacional de la novela
urbana iberoamericana, pasó años en un sótano por el fracaso editorial en su
lanzamiento. Levrero es considerado un autor de culto. Dotta no volvió a filmar
después de la depresión que obtuvo como premio de críticas durísimas. Hay una
lista más extensa de outsiders que guardan una similaridad con los nombrados,
pero sus obras obtuvieron una menor repercusión.
Después de
Dotta, y pese a su manifiesto silencio autoral, otros autores retoman
la fortísima
mirada en 35 mm
de la Santa María
de El dirigible. Los ejemplos más destacados
son los de las películas 25 watts
(2001) y Whisky (2004), dirigidas por
la dupla Pablo Stoll-Juan Rebella. La primera es un ensayo de cine juvenil
indie, en riguroso blanco y negro, tamizada por las influencias que los
directores reconocen de artistas como Jim Jarmusch y Kevin Smith. La segunda,
ganadora de numerosos festivales –entre ellos Cannes, Tokio y Toronto- marcó un
estilo que dialoga con la morosidad onettiana de Dotta, pero también con los
fríos e irónicos escenarios de las películas de los finlandeses hermanos
Kaurismäki.
Como sucede con
los ejemplos literarios antes mencionados, en las películas de Stoll-Rebella,
como también en la de Dotta, y en ensayos más radicales como La deriva de Buela y la reciente Hiroshima de Stoll, es y no es
Montevideo el decorado utilizado en los relatos. La paradoja de que no hay más
juego interpretativo que la colocación de la cámara, y que ese juego se
continúa en la manipulación tangible en el cine desde los trabajos de dirección
de arte hasta el montaje, exige un particular tratamiento en el que todos los
cineastas nombrados coinciden. Nada más y nada menos que encontrar la morosidad
y una poética decadente sin forzarla, exigiéndole al director de arte que “no
toque nada”.
En el terreno de
la música no debe olvidarse la creación de Ciudad del Tajo, urbe imaginaria en
la que transcurren la mayoría de las canciones del grupo El Cuarteto de Nos.
Los habitantes de Tajo nacen ancianos (Montevideo es una ciudad con una
población envejecida) y el grupo de rock de la ciudad son los propios
integrantes del grupo, pero vestidos con la ropa de sus abuelas mientras
desafinan canciones que cuentan de perversiones sexuales y atacan los grandes
mitos uruguayos. La versión iconográfica de Ciudad del Tajo es desarrollada por
el bajista del grupo, Santiago Tavella, quien es también un destacado artista
visual y curador de arte.
EL ULTIMO OUTSIDER
Estas miradas,
no exentas de un particular neorromanticismo que se explicita en la
imposibilidad de explicarse racionalmente el deterioro de una ciudad, tienen su
punto de saturación en la primera década del siglo veintiuno. ¿Cómo se llegó a
esta situación de decadencia añorada por los malditos? ¿Quiénes son los
responsables? ¿Cómo se explican nuevos escenarios de una ciudad que tiene otros
paisajes y otras mutaciones que quedan fuera del estereotipo Ciudad Detenida?
Montevideo es hoy
una ciudad fragmentada, que debe asumir una nueva posición en la región y en el
mundo, una nueva identidad pos europea, dejando de ser el finisterre culto y
paradisíaco de los viejos inmigrantes. Montevideo es hoy una ciudad que está en
movimiento, escenario de mutaciones culturales que están bastante más allá de
los dispositivos oficiales. Es una ciudad de la que muchos se han ido y otros
vuelven, que ya no se reconoce a sí misma, como una noción integrada y
civilizada.
Una de las
miradas más lúcidas, que funciona como punto de inflexión, es entonces la de
Martín Sastre. Es, de alguna manera, el último outsider, el neo maldito. Entre sus cortos de ficción
destaca Montevideo: The Iberoamerican
Legend, un retrato original y de refinada ironía sobre una ciudad que
Sastre identifica no en el pasado y la nostalgia de lo que fue, sino en la
certeza de otra mirada posible y no menos cínica: la de que Montevideo es
precisamente el futuro posible e inevitable de Europa. Sería ese para Sastre el
reverso de la trama, en esa condición de aproximarse a una ciudad cargada de
malditez. Porque Montevideo, más allá de toponimias, es una musa amada y
odiada. Oscura y maldita.
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