El Cuarteto de Nos, integrado durante los últimos
veinticinco años por los hermanos Roberto y Riki Musso, Santiago Tavella y
Alvaro Pintos, es un grupo musical que se formó en Montevideo a finales de los
años 70 por legítimas y en ocasiones antagónicas razones: Roberto quería ser
famoso como sus ídolos Beatles (y John Travolta), Riki quería hacer música como
sus ídolos Beatles (y Woody Allen) y Santi quería divertir se como sus ídolos
Beatles (y Andy Warhol). Alvaro apareció después. Aportó la versatilidad para
tocar diferentes ritmos, colaborando en el simple hecho de que si querían sonar
Beatles no parecieran una versión latosa de un inaudito tuco de jazz-rock.
Coincidían en los cuatro de Liverpool, por eso tal vez la
obsesión por ser un “cuarteto”, aún siendo tres los integrantes fundadores.
Coincidieron también en su gusto por el humor de los británicos Monty Python
(Allen, Maslíah, etc), en la extrañeza de querer hacer pop y que les saliera
una ensalada de ribetes paródicos a la Frank
Zappa, y sobre todo en una galería de personajes enfermizos (“tan freaks”,
diría Adrián Dárgelos), habitantes en su mayoría de la imaginaria y preadolescente
Ciudad de Tajo, construida por los hermanos Musso cuando tenían menos de diez años.
Entre las primeras canciones se recuerda “Acapulco no se emborracha”, cuando no
los entendían ni los rockeros ni los cantopopus, y ellos estaban lejos de
conocer la sensación de que el público les pidiera un bis.
Las canciones de El Cuarteto de Nos que empezaron a sonar en
las radios a mediados de los años ochenta, en la inmediata posdictadura, los
colocaron en el contexto de la emergente generación de grupo de rock como
Estómagos, Traidores, Tontos y La Tabaré. La formación era rock, eléctrica,
pero sonaban raro. La moda era sonar Pistols, Cure o Clash y ellos se parecían
a una cosa deforme y saludablemente incorrecta. Inolvidable Andamio Pijuán, el
idiota que se bañaba en alquitrán para no mirarse al espejo y, pobre Andamio,
“un día quedó dormido a pleno sol”. O los sexópatas integrantes de La Familia
Berrantes, incluida la quinceañera sadomasoquista que a su amante casual le
pide que se vista como el Che Guevara. Pero sobre todo el desparpajo de
vestirse con ropas de sus tías y cantar versos visceralmente generacionales:
“Me tengo que joder, porque soy una vieja. Los guachos de la cuadra, si salgo
maquillada, me escupen y me tiran piedras”. Los discos Soy una arveja (1987), Emilio
García (1989) y Canciones del
corazón (1990) conforman la trilogía de Tajo y una primera etapa en la que
fueron una banda minoritaria y por cierto inclasificable.
La repentina gloria ocurrió en la época del cd Otra
Navidad en las trincheras, año 1994. Las canciones de El Cuarteto
salieron de la elite universitaria de manera precipitada. El gran público,
especialmente niños y adolescentes, sintonizó la clave iconoclasta y parricida
de las canciones de los hermanos Musso, una clave que ya estaba
ahí para que el público se la apropiara cuando quisiera, al
igual que el carácter inaceptable del discurso del Cuarteto para los sectores
más conservadores de la sociedad. Roberto Musso (guitarra y voz líder) fue
mostrando un incipiente borde punk, aprendido de los colegas de los 80, se puso
un poco serio, y le salió un plan humor nihilista con algunas obras mayores
como ‘Oriental desertor’, que incluye el latiguillo punk “a mí la patria me
chupa un huevo”. Sin perder el humor pos Tajo, de un fuerte contenido sexual en
canciones como “Solo un rumor”. Santiago Tavella (bajo y voz) encarnaba al looser
psicosexual y maniático del lenguaje posmasliahno que tan bien le queda: todo
un clásico los juegos sex-mánticos de
“El calzoncillo a rayas”. Y Riki Musso (guitarra y voz) seguía creando a sus
legendarios personajes deformes: en ‘Soy un capón’, el relator confiesa porqué
se cortó los huevos con una trincheta. Las canciones eran directas y
desfachatadas, pero seguían funcionando en la segunda, décima y centésima
escuchada. Más allá de la primera capa humorística en lo discursivo, el grupo
terminaba de definir un estilo de rock paródico que demostró funcionar a la
perfección integrando ritmos y géneros también inaceptables o de dudoso gusto.
Después del éxito de 1994, que puede ejemplificarse en las
30.000 copias vendidas de Otra Navidad..., reaparecen con Barranca
abajo (1995),
un cancionero tan autodestructivo como lúcidamente provocativo. El sonido del
grupo está lejos de ser correcto, alejándose de la variedad alcanzada en el
disco anterior y sumando capas de guitarras que impiden que “Vino en mi
jeringa” y “Tupamaro” lleguen a ser hits radiales. Riki Musso, al mando de los
arreglos y la producción artística, radicaliza la vertiente punk-nerd del
Cuarteto y el resultado es un disco oscuro que los devuelve a esa categoría de
“raros” que ostentaban en los tiempos de Soy
una arveja y los teclados disonantes de Andrés Bedó, ocasional quinto
cuartetero, y que habían perdido momentáneamente en el standard radiofónico de
“Bó cartero” y en los inspirados chistes musicales de “Me agarré el pitito con
el cierre” y “El putón del barrio”.
Los discos siguientes El
tren bala (1996), ¡Revista Esta! (1998)
y Cortamambo (2000) demuestran que
la fábrica de hacer canciones sigue siendo prolífica, aunque explicitando la
inevitable crisis de identidad de un grupo que mostraba un discurso provocativo
mientras sus integrantes habían dejado de ser adolescentes hacía mucho tiempo. Demasiado
viejos para el humor con acné que traían de la mitología Tajo. Demasiado
jóvenes para entregarse a la corrección y a los códigos demagógicos de un rock
latino que volvió anacrónicos a los viejos rebeldes de los 80, a todo lo que
sonara raro. Varios hitos, que paradójicamente nunca llegaron a ser hits,
demostraron que El Cuarteto de Nos no se rendía. “El día que Artigas se
emborrachó”, canción que provocó el más sonado escándalo mediático montevideano
de la década, por supuesto agravio al héroe nacional, ejemplifica el poder
revulsivo de las canciones de El Cuarteto. “No somos latinos” aparece como otro
manifiesto, constatación de que el grupo lejos estaba de sumarse al sonido y a
los códigos dominantes. No fue fácil. Se volvieron nuevamente una banda
minoritaria y dejaron incluso de contar –como en la primera etapa de la banda-
con el apoyo del público que los siguió en la primera época. Los vuelve a
acompañar una nueva generación de universitarios y de rockeros en busca de algo
diferente. El Cuarteto siempre estuvo ahí; fue el público el que entró y salió
de su entorno.
La encarnación uruguaya del humor incorrecto al estilo South
Park eligió en el año 2004 probar con un “grandes éxitos”. Los tiempos eran
diferentes: después de la crisis financiera de 2002, las nuevas generaciones
buscaban canciones directas y que hablaran de sus problemas, y los que habían
mirado para otro lado cuando las burbujas de los 90, reencontraron en El
Cuarteto un espejo honesto y auténtico donde reflejarse con humor y una buena
dosis de cinismo. No es nada fácil mantenerse uruguayan idiot de por
vida, pero con veinte años de carrera el público cuartetero atravesaba
diferentes generaciones y segmentos sociosculturales. Si bien no estaba activo,
podía ser convocado si ellos encontraban la fórmula exacta. Probaron entonces
con su primer “grandes éxitos”. El sonido de El Cuarteto de Nos,
el disco, es en sí mismo una declaración de principios. Hartos de ser
ninguneados en el ambiente rock rioplatense, eligieron esta vez un repertorio
cien por ciento eléctrico, que por momentos asoma como si estuviera tocando la
banda más demencialmente punk del planeta. Una banda, por cierto, capaz de
cualquier cosa. Desde llamar, con humor, al suicidio intravenoso (“yo quiero
que un amigo ponga vino en mi jeringa”), hasta contar las desgracias de un
tipo, un tal Manfreddi (“El dios de los infelices no lo dejó entrar/ porque
tenía albergado a más de medio Uruguay”). Dos perlas del nuevo disco: la
versión ramonera del hit bizarro-marchoso “El putón del barrio”, y el
nuevo himno punk confesional “No quiero ser normal”.
La clave de la nueva era de El Cuarteto de Nos radica en el
viejo asunto del equilibrio, de buscar una tercera mirada sensata. La
invitación al bajofondero Juan Campodónico para encargarse de la producción artística
le quitó progresivamente la radicalidad de Musso y los arranques bizarros de
Tavella, para potenciar el talento compositivo de Roberto, que en los discos
posteriores se convertiría en protagonista, en la cabeza creativa del grupo. Campodónico,
en su primer trabajo con El Cuarteto de Nos, metió mano a un cancionero que
rebosaba de pequeñas y grandes genialidades. En otras palabras: pulió el mejor
diamante en bruto de la música popular uruguaya contemporánea. Todo estaba
pronto para una segunda o tercera vida de la banda, con sus integrantes
llegando a los 40 años como si tuvieran 20. Freaks, populares, raros.
En el año 2006 sale a la venta el disco Raro. El explosivo cóctel sonoro pergeñado por Campodónico funcionó
de maravilla con las composiciones de Roberto Musso, quien llevó a un extremo
una novedad que lo posicionaría aún más alto como letrista: su touch se volvió verborrágico,
centrándose en historias que giran en torno a perdedores y se acercan al estilo
hiphopero de Eminem. “Yendo a la casa de Damián” fue un hit inmediato, el mayor
hit del grupo en toda su historia. Y los rapeos encabalgados de Musso se
llevaron muy bien con guitarras ruidosas, aunque no más que la de los Strokes. El
Cuarteto de Nos se confirma, paradójicamente, como un grupo “raro”, en el
momento justo en que va encontrando un camino más definible como pragmático. El
personaje de la tapa –construido en fotoshop con elementos faciales de los
cuatro históricos- define el freak ideal de un disco perfecto y posiblemente
insuperable. Un disco que los convirtió en una banda internacional y que los
volvió nuevamente populares –con mayor consistencia y madurez que en los
tiempos de Otra Navidad en las
trincheras.
¿Qué camino tomará El Cuarteto después de Raro? ¿Buscará un antídoto anti-éxito
como sucedió con Barranca abajo?
Roberto logró ser famoso (y un letrista excelente). Santiago se divierte como
nunca (y reinventa a la banda como si fuera una obra pop conceptual en sí
misma). Alvaro lleva el ritmo como siempre quiso (y sigue siendo el que ordena
el equipo desde el fondo). El problema fue que Riki comenzó a sentirse
incómodo. Ya no hacía ni definía la música ni el sonido; para eso estaba el
otro, el productor, el quinto Cuarteto llamado Juan. Ahí comenzó la
bipolaridad, el nuevo desequilibrio, que devino en un cancionero en el que
suenan mejor que nunca pero deja abierta nuevas paradojas y debates. Bipolar (2009) incluye una canción que
seguramente defina esta nueva etapa. Se llama “Nada me da satisfacción” y
posiblemente ejemplifique la paradoja de ser raro y popular.
El Cuarteto es una entidad creativa que ha sobrevivido y
reaccionado a diversas épocas y contextos. Ha construido una obra musical
consistente, original, que funciona como un espejo de una posible contracultura
montevideana urbana: una identidad también rara que duda en este fin de década
–en su parte más vital- entre abrazar a un país progresista, de una izquierda
homogénea, exitosa y pragmática, o el difìcil camino de la disidencia, el
destierro, la quimera de la experimentación y el riesgo. La historia continúa.
La canción es la misma. O no.
“No quiero ir donde todos van
Yo odio la Navidad.
Muchos dirán: “eso está mal”
No quiero ser normal
Y no sé por que será
Si algo me entra a gustar
Nunca está en el ranking, raiting, ni el top twenty
Y si se vuelve popular
A mí me aburre y ya no me interesa”
(fragmento de “No
quiero ser normal”)
ROBERTO MUSSO: entrevista
bipolar
sobre RIKI: “Antes
que nada aclaro que Riki sigue formando parte de la entidad Cuarteto de Nos. No
se fue para siempre, simplemente nos pidió un tiempo para tomarse un descanso
por tiempo indeterminado y hoy no está en la formación del show en vivo, pero
personalmente pienso que es solo un paréntesis en la historia del grupo y
pronto va a volver a las giras y a los shows.
sobre JUAN: “Con
Juan hace ya 5 años y 3 discos que formamos un equipo y ha sido una pieza
fundamental en la evolución que ha tenido el grupo, no solo de sonido
propiamente dicho sino artística en general. El resultado es inobjetable en
cuanto al reconocimiento del público y de la crítica que obtuvieron esos
discos, responsables directos de que el Cuarteto sea un grupo conocido y
respetado fuera de fronteras, y que aquí en Uruguay los hijos de nuestros
seguidores de los 80 y 90 nos descubrieran como algo que sonara aggiornado a
los tiempos que corren”.
sobre RARO Y BIPOLAR:
“Raro es raro y Bipolar es raro también aunque a veces sea bipolar y eso suene raro...
Más allá del palabrerío, no hay en realidad un concepto establecido de
bipolaridad plasmado en el CD, simplemente porque no se buscó. El nombre salió
porque estaba la canción "Bipolar" que inspiró a la gente de Land,
encargada del arte del tapa, y había algunas otras que tocaban tangencialmente
el tema como "Doble identidad" por ejemplo, pero hay una gran cantidad
de canciones "unipolares", digamos”.
sobre LAS LETRAS
MUSSO: “Creo que en las letras de Bipolar
intenté llevar un poco más al extremo lo que en Raro me pareció un planteo, o una línea interesante de trabajo a
seguir. Lo puedo comparar a cuando sacamos Canciones
del corazón en 1990, donde habían varias canciones que quebraban con el
estilo que veníamos haciendo y cuya explosión se concretó en Otra navidad en las trincheras. Se dio
que fui componiendo muchas letras cuyo concepto, extensión, rimas y juegos con el lenguaje llevaban a que la
forma de interpretarlas estuvieran emparentadas con el rap, porque un formato
pop tradicional no las podía contener, y entonces obviamente que recurrí a
referentes del estilo como Eminem, Peyote Asesino, o Kanye West por citarte
algunos ejemplos”.
1 comment:
Excelente artículo acerca de la banda en ese momento. Me encantaría leer uno de la actualidad, de los discos de bipolar hacia adelante, un nuevo balance de la historia total del Cuarteto y de su presente, y posible futuro.
Saludos!
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