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La Trampa 2017. Foto: Pata Torres |
La
tentación del regreso siempre está presente en las grandes épicas
musicales. Hay historias que terminan bien y otras -se sabe- no
tanto. El paso del tiempo puede o no curar heridas, pero sí es un
factor que remarca la ausencia, la falta de adrenalina y una
sensación de extrañamiento, de vacío por lo que fue y podría
volver a ser. Hay reuniones creíbles, otras poco creíbles. Están
las que dejan la sensación de que mejor hubiera sido dejar todo como
estaba, en la memoria de los que la vivieron. Están también esas
otras, y es el caso de La Trampa -por lo menos es lo que se siente
antes de que ocurra, antes de que suene el primer acorde en la
primera noche del Teatro de Verano-, que podrían definirse como
regresos sorpresivos, no esperados. Eso, de por sí, es un buen
síntoma.
¿Cuál
es la razón para que se vuelva a reunir La Trampa? Seguramente no
sea solo una sino un nudo de explicaciones, entre sentimientos
encontrados, deseos y necesidades. Como diría el Darno, entre el
micrófono y la penumbra. Pero, y sobre todo, las razones son íntimas
(para los integrantes de la banda, sobre todo para alguien como Garo
Arakelian, fundador y principal compositor, que no pocas veces se
mostró reacio a la idea del regreso) y también colectivas (en la
relación público-banda, por ejemplo, se advertía una explícita
expresión de deseo del público en cada presentación de los
proyectos pos La Trampa del propio Garo y del cantante Alejandro
Spuntone).
Escribir
de un regreso es aburrido, inocuo, si se evade la fractura anterior,
si no se indaga a fondo. Y esto obliga, para entender en este caso el
propio sentido de un grupo musical, a repensar de dónde vienen estas
canciones y esta comunión que provocó que en pocas semanas se
agotaran cinco aforos del Teatro de Verano. Para contar la historia
del regreso es necesario, más que otras veces, contar la historia
desde su principio, desde las contradicciones y utopías que fueron
motor de La Trampa. Y, para eso, hay que remontarse a finales de los
años 80, cuando el rock posidictadura perdía a varias de sus
mejores bandas, por lo menos a las de mayor cercanía de una
definición de pospunk uruguayo: Los Estómagos, Los Traidores, Neoh
23 y ADN.
El
tango, la milonga, el rock
Tango
que me hiciste mal, de Los
Estómagos, y Montevideo agoniza,
de Los Traidores, tienen una cierta pátina tanguera, más
superficial en los pandenses pero claramente explícita (y acaso
intuitiva) en las primeras canciones compuestas por Nattero para
Traidores, en el tono de "Flores en mi tumba", en "Solo
fotografías", en "La lluvia cae sobre Montevideo". El
tango, sin embargo, era negado por esa generación, aunque un poco
menos que el blues, como expresión de parricidio. Recién en el
tercer disco de Traidores, y en algunas insinuaciones del único
álbum de ADN, Cerca del fuego,
empiezan búsquedas y conexiones que intentan un diálogo con el
tango y el pos punk. En Buenos Aires ocurrían algunos movimientos
similares, como se dio con el grupo Clap, que supo presentarse en
Montevideo en un show en el Velódromo.
El
final de la primera época de Traidores y la separación de ADN
parecen clausurar esas vías de escapes de una generación que se
había mostrado excesivamente epigonal con el punk, el pospunk, la
new wave y el metal, más que nada de línea británica. Pero, como
señala Sergio Schellemberg -tecladista de ADN y luego uno de los
fundadores de La Trampa- en una entrevista, hubo un pacto más o
menos secreto con Víctor Nattero de formar dos nuevos grupos de
tango-rock, con un decidido tono de búsqueda en una orientación de
fusión entre la melancolía tanguera y la del pos punk. Esa vendría
a ser la semilla conceptual de La Trampa (no parece casual el Tra-Tra
de Traidores y Trampa) y de La Mala Sangre, banda que llegó a tocar
en boliches, en el año 1992, con Nattero en la guitarra, acompañado
por un cantante que no era su primo Juan Casanova.
Schellemberg
y Arakelian, junto con otros compañeros de Facultad de Arquitectura
-entre ellos el primer cantante Martín Rozas- terminarían armando
un proyecto de banda que conectaba con esa utopía y con el acierto
de acercarse a un eslabón (casi) perdido, nada más y nada menos que
Dino, a través de las versiones de "Vientos del sur" y
"Arma de doble filo". Ese camino los vendría a conectar
con Níquel (banda que había ensayado vasos comunicantes con los
pioneros de los 60, y con Dino, en el disco De memoria)
y con Eduardo Darnauchans, con quien años después compartirían
algunos shows y oficiarían de banda soporte de la legendaria versión
del tema de Estómagos, "Ídolos", tosida por el Darno y
con el acompañamiento sónico de Arakelian, Schellemberg y los
restantes tramposos.
La primera Trampa
Hablar
de la primera Trampa es instalarse en un tiempo fugaz, que se esbozó
en los primeros shows, en las primeras maquetas y en varios de los
temas del álbum debut Toca y obliga,
editado en el año 1994, cuando ya se había alejado Rozas y Spuntone
se encarga de los vocales. A ese cambio se agrega el de la inclusión
de Carlos Rafols (ex colega de Schellemberg), que se une a la banda
como bajista.
Se mantienen temas de la primera hornada, de las primeras
experimentaciones, como los casos de "Dulces tormentos",
"Besos y silencios" y "El grito del diamante", no
asi "Vals", que quedará inédita, junto a versiones de
Dino, otras milongas, y la rockera (en excesivo plan The Cult) "Nada
pasa y todo queda", que es la que abre el disco y de alguna
manera es la que oficia de enganche con lo que vendrá en los
siguientes discos: temas más hard-rockeros, de más riffs y con
melodías adecuadas a la potencia y expresividad de Spuntone, más
cercano a Ian Atsbury o a cualquiera de los vocalistas de Deep Purple
que de líneas más oscuras del palo de Damned o Sisters of Mercy.
Toda la intención de vanguardia de ese primer tiempo queda
clausurada en pos de un giro que Arakelian, Schellemberg y Spuntone
le dan al grupo en los siguientes discos. Aparece la influencia del
grunge, por un lado, la intención de seguir indagando en la milonga,
pero sobre todo la insistencia por un rock orgánico, visceral, a
contramano de las tendencias, en cierta medida poniéndose a tono con
lo que venían haciendo los Buitres o La Tabaré, acercándose al
hard rock de Chopper, y bien pero bien lejos de cualquier asunto con
la electrónica, con el hip hop, con el funk o con otras sonoridades
de la época.
El rock popular
Calaveras
(1997), Resurrección
(1999) y Caída libre
(2002) se alejan radicalmente de los tópicos iniciales, pero son los
discos que construyen el sonido de La Trampa, el que supo calar en el
desencanto de un par de generaciones que vieron en ellos por lo menos
dos elementos particulares y de una evidente honestidad: por un lado
empezaron a consolidarse como el grupo de rock uruguayo por
excelencia (y esto podría ser motivo de un ensayo, siendo de alguna
manera La Trampa una evolución de actitud musical que reúne
elementos de Estómagos, de Traidores, de La Tabaré), y al mismo
tiempo como un grupo de rock no trompetero (dato esencial para los
que no comulgaban en un principio con la veta latina de Notevagustar
y La Vela Puerca).
La
explosión del rock popular de la generación Pilsen Rock, tiene que
ver con diversos factores extramusicales, entre otros la necesidad de
encontrar referencias e identidades colectivas ante los estragos de
la crisis del 2002 y el final del sueño neoliberal de los 90. La
Trampa se benefició de esta situación, por el oportunismo de Caída
libre y canciones como "Santa
Rosa", y por el hecho de mantener una coherencia anti-sistema,
creíble y honesta, que mantuvieron desde siempre, sobre todo en la
capacidad y necesidad de Garo de articular conceptos críticos y
contraculturales.
Pero el germen de la crisis en la banda empezó a hacerse presente en
la contradicción arte-popularidad, difícil de resolver para la
dupla tramposa pos 2002, al haberse alejado el fundador Schellemberg.
Por un lado, Arakelian buscaba zonas más experimentales y mostraba
el deseo de bajarse de la máquina, aprovechando incluso para apuesta
más cercanas al folklore (en algunos shows invitó a Toto Méndez y
a Dino para bajar la electricidad). Spuntone era el que se mostraba
más cómodo con estos tiempos de rock popular, y haciéndose cargo
de un cancionero cada vez más metálico y adecuado al rock de
estadio.
Todo
fue más o menos agridulce en los tiempos de Laberinto
(2005), con el posterior
alejamiento de Rafols, y El mísero espiral del desencanto
(2008). La Trampa llena
estadios, recibe premios, hasta que se conoce la noticia del final
del grupo.
Las vueltas del espiral
Lo
que pasó después de La Trampa evidencia la sensatez de la decisión
de terminar con la banda. Seguro que no fue fácil, pero Spuntone y
Arakelian abrieron, con titubeos, caminos alternativos que de otra
manera no hubieran sido posibles. Y en ambos casos, no solo exitosos,
sino de quizás mayor riqueza que la obra de La Trampa.
El
cantante debió además de una tragedia familiar irreparable, el
quedarse sin guitarrista y compositor. El rock uruguayo no es nada
fácil para intérpretes, pero la fidelidad del público lo animó a
lanzzarse a un proyecto íntimo y pequeño que terminó llenando
teatros y grandes auditorios. La dupla que armó con Guzmán Mendaro
y el concepto de Estado natural lo
confirmaron como cantante de rock y él se puso a prueba y riesgo con
un cancionero que mostró su inteligencia para dialogar con un
público fan de ese mismo rock uruguayo del que La Trampa llegó a
ser su máximo y más irreductible exponente (en un espacio subjetivo
similar al que ocupan bandas como Redondos de Ricota y La Renga en
Argentina).
SpuntoneMendaro no es precisamente una máquina de hacer canciones,
sino de versionar. No le alcanzó a Spuntone, que encontró en la
amistad con Nattero la posibilidad de armar un nuevo grupo, El Resto
de Nosotros, en un extraño punto de des/equilibrio entre Los
Traidores y La Trampa. Vaya ironía del destino, más de veinte años
después vuelven a confluir en esos mismos puntos de una melancolía
marca de fabrica de la guitarra roja de Nattero. Si bien la banda no
obtuvo un golpe popular como el del dúo, el disco debut dejó
algunas buenas canciones y la sensación de que es un proyecto mucho
más serio que los incansables retornos, sin novedades, de Los
Traidores.
Garo,
después de La Trampa, se enfrentó al reto de encontrar su propia
voz. Ya no tenía cantante, tenía que encarar él, y no le fue una
decisión precisamente cómoda. Se tomó su tiempo para encontrar el
tono justo entre composición e interpretación, pero sobre todo
ajustó un nuevo cancionero con el que dio un salto cualitativo como
compositor. Los textos del disco Un mundo sin gloria
son maduros y pelean en las grandes ligas, enhebrándose en el linaje
Darno-Dino, en lo local, y sobre todo con deudas a su gran maestro
Springsteen. El cuidado en lo musical lo llevó a encontrarse con
músicos del indie, como es el caso de Ernesto Tabarez, que es una
pieza fundamental en el sonido del disco de Garo.
Para terminar de combinar las cosas, las posibilidades, Garo
sorprendió al integrarse al proyecto acústico El Astillero, junto a
sus amigos musicales Gonzalo Deniz (Franny Glass) y Diego Presa
(Buceo Invisible). Las canciones peladas, a guitarra y voz, versiones
de temas propios y también de otros, en una línea similar al
SpuntoneMendaro, pero profundizando esos pecados originales que tanto
tienen que ver otra vez con Dino, con el Darno y también con
Cabrera.
La
última sorpresa, la que nadie se esperaba, era que se volviera a
reunir La Trampa. Después del camino recorrido sin la banda, las
cosas se vuelven acaso más fáciles. Solo se trata de subir otra vez
al escenario. De cumplir con la liturgia, con una escena rockera que
no había quedado del todo cerrada. Vuelven después de otra andanada
de cumbia cheta, de alguna manera similar a la frenética movida del
pop latino pre 2002. Vuelven con el desencanto de una situación
política más o menos estancada en cuanto a ideales o expectativas
optimistas. Vuelven cuando los grandes grupos populares de rock,
Notevagustar y Cuarteto de Nos, parecen haber descarrilado o perdido la sintonía. Eso lo tiene, más que claro, el público que los siguió
y enganchó con sus canciones desde los primeros años 2000. Por eso
agotaron las localidades tan rápido y hay tanta avidez por verlos en
acción.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 03/17))
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