Las
historias son siete, porque Tunda quería -de antemano- que fueran
siete. Es un número importante para él, que lo obligó, en todo
caso, a elegir muy bien entre el manojo de historias que tenía
pensado desarrollar. Algunas se las contaron, otras las imaginó,
siempre partiendo de un escenario conocido, que supo visitar,
transcurrir, o bien caminar, en algún momento de su vida.
Hay mar en el
relato rochense ("Panspermia") y en el de la entrañable
tía abuela gallega Maruxinha ("Las piedras..."). Hay campo
abierto en las heridas aún abiertas de la guerra de 1904 ("El
fantasma de la leva"), en el mágico recuerdo infantil
("Soledad"), o en las inesperadas dosis de surrealismo del
desierto ("La gruta", "Siaskel"). Todos esos
relatos comparten un toque de misterio, de leyenda alimentada por la
soledad, hasta llegar a lo urbano, al barrio montevideano
("Carnevale"), en el cierre de un recorrido intenso,
manejado con una misma paleta baja aunque con apuestas diferentes en
el dibujo y en la tensión de las acuarelas.
Tunda
tenía, también, una ambición personal que es parte esencial del
concepto de 7 Historias: quería salirse del humor, jugar en
una línea más dramática de relato gráfico, como ya había
incursionado en "Los ahogados" (como parte del proyecto colectivo
Historietas.uy) y en
"Juntacadáveres" (colaboración en el libro español Jamas
leí a Onetti). "Yo vengo de dibujar humor, y es verdad que
aquí en algunos casos no falta, pero tuve muchas ganas de dibujar el
dolor, el tedio, la soledad, la traición, la vulnerabilidad".
En cuanto a las historias elegidas, todas lo han tocado de una manera
u otra, como explica en las pequeñas acotaciones que acompañan cada
relato. Así sabemos, por ejemplo, que la historia del fantasma de
1904 está basada en una anécdota que le contaron, de cuando
su abuela escondió en el aljibe a su hijo menor para
salvarlo del reclutamiento que hacían las tropas de Aparicio
Saravia. "En
algún momento de mi vida estuve en cada una de las locaciones que
planteo: un caserón vacío, un tipo caminando solo en una playa en
el sur de Chile, una mujer desnuda en las dunas de Valizas, o una
transa en una esquina entre dos pibes del barrio", cuenta Tunda,
y tampoco quiere contar mucho más, porque el encanto de los relatos
de 7 Historias está
precisamente en la economía de recursos, en la precisión narrativa,
en un minimalismo que fue aprendiendo de sus maestros en el género y en sus maestros literarios, sin olvidar la síntesis a la que lo obliga el formato
canción, que Tunda sabe manejar con estilo y luz propias alternando,
desde adolescente, la guitarra y el lápiz. "Es
muy difícil escapar de los esquemas aristotélicos cuando se quiere
contar algo, y más difícil resulta en este género, pero se pueden
buscar conflictos no tan nítidos, climax diferentes a los
convencionales y agregar poesía también. Por ahí fue que busqué",
asegura el artista, que dice haber leído y releído una y otra vez las
posibles lecturas de cada historia hasta sintetizar lo que quería
decir, sin dejar nada que sobrara, ni que faltara, ni
sobrentendidos.
En lo estrictamente gráfico, se define como un
investigador de la técnica de la acuarela: "Aunque me siento en
el umbral de un universo enorme, que apenas voy transitando, la
acuarela es la que me hace volar mas lejos y ojalá el tiempo me
permita investigar otras técnicas. Busqué sí que la paleta fuera
una sola y le di un tratamiento diferente a cada historia, pero
siempre dentro de estas pautas. Un poco para que el libro no fuera un
patchwork". Es así que en 7 Historias pueden
apreciarse diferentes maneras de trabajar la técnica: dibujo
a lápiz y acuarela, acuarela directa, color contra color, líneas de
pincel conteniendo zonas de acuarela, manchas de acuarela escaneadas
y procesadas en ordenador y hasta personajes en 3D mapeados con
acuarela. En definitiva: búsquedas por las que transita un autor que
sabe de idas y vueltas, y que supo aprovechar -con rigor y talento-
la posibilidad de publicar un libro con una cuidada edición e
impresión, contando con el apoyo de Fondo Concursable para la
Cultura.
De
la autogestión al subsidio
Tunda
Prada es, como artista y también como gestor, uno
de los principales animadores de la escena de la historieta uruguaya.
En el año 2000, se puso al frente del proyecto
Historietas.uy, con apoyo
económico de la IMM, libro que marcó un mojón en cuanto a
su cuidada edición y en la apertura al relato gráfico adaptando
cuentos de escritores consagrados.
En paralelo, fue gestando y
consolidando el proyecto del programa La mano que mira en
Tevé Ciudad, un taller de enseñanza de dibujo en relación a la
historieta y la creación de la editorial Alma Zen. Fue en el año 2006,
cuando la primera edición de los Fondos Concursables, que se concretan
las primeras cinco publicaciones del nuevo sello: Histeria Patria
de Ombú y Dilo, El flaco Jesú 3 de su autoría y tres
revistas con la idea de publicar material generado en el taller.
A
raíz de estas publicaciones, y las de otros artistas, se empieza a
consolidar una movida que sigue en crecimiento, con un fuerte apoyo
al relato gráfico. "Todos estabámos abajo de las piedras",
cuenta Tunda. "Y si bien la intención de los gestores que
inventaron la criatura era la de despertar el interés de las
editoriales establecidas, la cosa viró a nuevas editoriales
especializadas en el rubro, venidas de las experiencias en fanzines y
autoediciones". El grupo Belerofonte, encabezado por Rodolfo
Santullo, luego la experiencia de Dragoncómics, y también la de
Alma Zen, confirman este camino que equilibra autogestión y apoyo
del MEC. "Hay que agradecer al estado por abrir una línea de
subsidios a estas disciplinas y ayudar a generar, en estos diez años,
un importante número de títulos, aunque creo también, y me
divierte pensar, que nada depende más que de nosotros mismos. Amo y
defiendo la autogestión".
((artículo publicado originalmente en revista "CarasyCaretas", 01/2015))
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