Uno
de los proyectos más fermentales de la escena musical montevideana
es J.R., liderado por el baterista Juan Chao. A fines de 2014, publicó en
la plataforma Soundcloud el ep África, a partir de grabaciones
realizadas con músicos africanos en una aldea de Senegal.
El
músico electrónico y baterista Juan Chao se mandó en el año 2014
uno de esos viajes imposibles de olvidar. Se presentó a un concurso
de la Unesco y quedó seleccionado para trabajar en Senegal, durante
tres meses, con músicos de distintas regiones de África. La
experiencia, según cuenta, fue tremenda, y la suma de sus vivencias
-sobre todo las extramusicales- darían para escribir un libro.
Apenas regresó a Montevideo, se propuso rearmar J.R. (ex Jaime
Roots, debido a la exigencia de Jaime Roos para que cambiaran el
nombre del grupo), esta vez siguiendo el formato senegalés: seis
percusionistas, un bajista, un kora y él con los samplers y
bandejas. Se puso ensayar hasta que se colgó nuevamente la mochila
en la espalda y partió a un nuevo viaje: todo el mes de noviembre de
gira con los Clown Sans Frontieres, por escuelas rurales del norte
uruguayo. Volvió a Montevideo a mediados de diciembre y, entre otras
cosas, sin lugar ni tiempo para el descanso, tocó con los JR en un
edificio abandonado de Punta Carretas. "El espíritu de la banda
es la resignificación", dice Chao. "Y también la
resignificación del espacio publico y privado, con toques de este
tipo. Ya habíamos hecho uno en el antiguo edificio pastabasero
de Bulevar Artigas y Maldonado. Esta vez, lo que tocamos, fue el
primer EP de lo de África, lo que está en el soundcloud".
¿Cómo
se fue gestando el proyecto JR y de qué manera se convierte en una
investigación nómade que involucra la percusión y herramientas
electrónicas?
Me
di cuenta que venía componiendo mucho material y llegó un momento
en que pensé en tocarlo en vivo. De sacarlo del estudio, y de lo
personal, para compartirlo con mis camaradas y mis amigos.
Afortunadamente integro algunos proyectos que hacen que gire bastante
tiempo durante el año, entonces no solo compongo en mi estudio,
también grabo, edito y sampleo en la ruta. Esta instancia es
fundamental, porque me saca del contexto habitual de trabajo y me
lleva necesariamente a componer en relación al entorno. Siempre
viajo con un micrófono, una bandeja, un sampler y una tarjeta de
sonido. Lo que más me atrae de todo esto es la idea de generar mis
propios samplers y de utilizar algo único que está por fuera de lo
comercial. Me gusta la idea de buscar otras fuentes de donde samplear
y no depender siempre del surco y de la púa.
¿Cuánto
te marcó la experiencia de Senegal, tanto en lo personal como en lo
creativo?
La
experiencia fue tremenda, desde el principio. Estuve dos días
retenido en el Aeropuerto de Dakar y luego me deportaron por un
problema diplomático entre ambios países. Después de solucionar
todos los problemas legales, y pasar diez días en Madrid con ayuda
de una familia española, pude finalmente entrar a Senegal. Residí
tres meses en un pequeño pueblo que se llama Toubab Dialaw. Todos
eran mis amigos y mi familia, hasta que les dije que no tenía
religión y todas las experiencias que habíamos vivido quedaron en
la nada. Por suerte había un teatro abandonado, a unos kilómetros
de donde estaba, y cuando tenía algún problema de ese tipo, me
mudaba una semana a trabajar en el teatro y después volvía al
pueblo con las aguas calmas. Otro problema lo tuve cuando traté de
grabar el rezo que hacen en la mezquita. Todos los días, a las
cuatro y media de la mañana se ponen a rezar el Corán en la
mezquita, con parlantes hacia el pueblo. Son como cuarenta personas
que cantan un mantra que yo podría escuchar todos los días, por el
resto de mi vida, hasta que muera. Siempre que lo escuchaba me
emocionaba tanto que llegó un momento en el que me di cuanta que yo
mismo estaba participando en la ceremonia desde mi habitación. Un
día me levanté, fui hasta la puerta de la mezquita, me puse a
grabar, creí que nadie me había visto y me fui. A las dos horas me
vino a buscar la entidad máxima de la religión del pueblo para
advertirme que la palabra de Alá no puede ser grabada por
cualquiera. Me explicó que no podía utilizar la grabación, que la
borrara y que si seguía con este tipo de actitudes iba a tener
problemas serios. Pero por supuesto que tuve experiencias
lisérgicamente buenas, como descubrir instrumentos hechos con
vegetales que suenan como sintetizadores. Me hice de compañeros de
la vida, pero lo que más me dejó la experiencia es el valor del
relativismo cultural y poder entender que ninguna cultura, bajo
ninguna circunstancia, puede ser juzgada por valores externos a los
de su propia cultura. Una vez que entendí esto, mi trabajo se me
hizo mucho mas fácil y pude apropiarme de lo mío para poder encarar
las composiciones.
¿Qué
resignificaste, a partir de estas vivencias, en tu forma de abordar
la música y la percusión?
África
me sirvió como una especie de posgrado en algo que vengo
investigando hace mucho, en la distinción entre la forma y el
contenido. Yo me especializo más en la forma, y siento que el
contenido está siempre en función de la forma. Me refiero a que el
contenido musical melódico métrico siempre está en función de
otro elemento que es la forma de la composición. Lo primero que hice
en África fue reconocer las características de la ejecución en
vivo. Son muy intensos, hipnóticos, físicos. Cuando llegué con
todos los aparatos y botones no entendían que instrumento tocaba.
Hay que entender que ellos son músicos que en su mayoría no
comprendían el concepto de la grabación multipistas, entonces al
principio la interacción fue muy difícil, hasta que un día me
invitaron a tocar los Dundun, una especie de tambores timbales que
tocan melodías y se tocan con palo. Hasta ese momento no les había
dicho que sabía tocar la batería, y cuando me senté a tocar, la
gente se empezó a arrimar, a mirarme, a reírse y a agitarme. Para
ellos fue un poco raro que un blanco tocara de esta forma, porque
están acostumbrados a músicos blancos académicos, de universidades
con alto contenido teórico pero con una carencia de sentimiento muy
grande. Después de haber entendido las características de le
ejecución, me centré en los instrumentos, los timbres y sus usos.
Ahí comencé a grabar los timbres, escucharlos y adaptarlos con lo
que tuviera ganas. Cuando mostraba el resultado a los músicos de la
banda, las reacciones eran súper buenas porque escuchaban sus
instrumentos puestos en función de otra cosa a la que están
acostumbrados. También con los ritmos fue un trabajo de adaptación
y cambio muy importante. Al principio no entendía absolutamente
nada, era como escuchar una banda de green-core sacada de la película
The Matrix, súper futurista, compleja. No hay estructuras,
hay diálogo, hay imposición y una sumisión rara en la manera de
tocar. Para mí, ellos hacen música electrónica, solo que lo hacen
con instrumentos análogos y otros estilos. Pero la hipnosis y el
trance siempre son la meta, y la riqueza tímbrica siempre es muy
cuidada. Son composiciones de larga duración y de una calidad
narrativa muy alta. Todas estas cosas fueron cambios muy profundos en
mi percepción de la música, y también en la de ellos, un encuentro
e intercambio musical cultural muy rico y un reconocimiento de
patrones muy importante. Pude vivir mi reencuentro con la madre
musical de latinoamérica y puedo decir que fui un hijo reconocido.
Al
regreso de África te subiste a la gira con los Clowns... ¿de qué
manera la experiencia de trabajar con CSF se fue metiendo en tu forma
de vivenciar el arte?
Como
te contaba, opto por estar de gira la mayor cantidad de tiempo que
pueda. Con los Clown tengo muy poco tiempo para componer, pocas
herramientas y un camino muy acotado y marcado para recorrer. Todo
eso me pone a prueba, me ejercita y me hace usar la cabeza. En el
último viaje, por ejemplo, recorrimos escuelas del interior y para
componer optamos por utilizar elementos reconocibles por los niños.
Entonces sampleo mucho de folklore, payadas, de Lauro Ayestarán, de
Los Olimareños, malambo, bombo legüero, compongo con esos
elementos. Creo que el interior profundo del Uruguay es como el
inconciente del pais y me gusta trabajar en estos lugares para
enseñar a los niños que una bandeja es un instrumento, que en la
música no existe la propiedad privada, que todo viene de algún
lado. Profesionalmente, para mí es un ejercicio buenismo, es una
instancia de composición con axiomas.
¿Qué
está pasando en Montevideo, en lo que se refiere a la movida
electrónica, en especial al espacio "subtropical"?
Para
mí, el equipo subtropical funciona como una especie de familia en la
que fui incluido y en la cual puedo confiar. No sé si es fermental o
no, lo que sí se de primera mano es que la forma de tratar la música
que se tiene en las fiestas subtropicales, forman parte de una movida
global que está muy presente en toda América, desde el norte al
sur. El cruce entre lo electrónico y lo popular me gusta y sobre
todo me parece una buena forma de militar por el sampler y las
bandejas. Particularmente, en Uruguay, me parece súper bueno porque
es una forma de que la descodificación del mensaje sea más
accesible y fácil, y por supuesto que cuando hablo de fácil no
quiero decir falto de contenido, sino partiendo de la base de que es
muy difícil hacer algo simple pero particular.
Siempre
estuviste vinculado a estéticas urbanas, ya desde tus acciones con
el grupo de stencileros PDC o al ser baterista de rock en Malacate.
¿Cómo te sentís respecto a la escena más convencional del rock?
Creo
en la resignificación, en el cambio y en la adaptación. A todo
nivel: político, tecnológico, artístico…
Con respecto a la escena convencional del rock, de la cual soy parte,
me siento agradecido. Es mi escuela, el toque, el cargar los
instrumentos, la distorsión, repetir estribillos, tocar rápido y
fuerte. Siempre voy a ser un poco parte de eso, porque es lo que soy.
Me caen bastante mal las personas que siguen paradigmas y eso en la
escena convencional de cualquier estilo es muy común. Por eso
prefiero construir un camino de libertad de composición. Con
respecto a Malacate creo que nuestro primer disco es convencional
pero todo lo que vino después no. Y sobre todo, nuestro segundo
disco, no me parece para nada convencional dentro de la escena del
rock uruguayo.
Después
de Jaime
"El
episodio marcó mi vida, porque me sentí censurado…
mal. Pude ver cómo un artista exitoso, con dinero, popularidad y
herramientas, como lo es Jaime Roos, puede ser un completo
analfabeto, mucho mas que un músico africano que fabrica su propio
instrumento con vegetales, que no sabe leer ni escribir, y que nunca
estuvo en un estudio de grabación. Los músicos, en África,
aprenden de otros músicos, tocan sus propias canciones y también
las canciones de sus amigos, utilizan frases y dichos de otros
músicos, cambian las canciones que hicieron sus abuelos, utilizan
sonidos de la naturaleza. Jaime Roos, en cambio, es un buen
compositor pero es un dinosaurio, aburrido y decadente". (Juan Chao)
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