Hay veces que se toma tanta
distancia para reseñar un buen libro, de esos que dejan marcas y se
saborean lento, que el transcurso del tiempo vuelve imposible poner
en palabras y estructurar un discurso más o menos equilibrado sobre
ellos. Esta situación paradojal suele ocurrir con algunos textos más
o menos superlativos, que tienen la virtud de llevar al
lector-reseñista a una caprichosa idea de abandonarlos para
evitar el mal momento de cerrar la última página. Es factible que esto ocurra en
mayor grado con libros fragmentarios, como el que el año pasado
publicó Fernanda Trías, una colección de relatos de alta capacidad
perturbadora, una notable pluma y una manera envidiable de plantear
laberintos emocionales cotidianos.
Este año 2018 coincidieron
dos libros, también fragmentarios, también escritos por mujeres,
que corren el riesgo de quedar en ese mismo limbo que el de Trías,
porque -otra vez- se vuelve imposible poner en palabras algo que se
acerque a un comentario digno sobre la experiencia que tendrá el
futuro lector cuando avance en sus respectivas páginas. Son dos
libros muy diferentes pero primos en ciertas cuestiones formales:
ambos son ejercicios meditados de la llamada escritura del yo, ambos
parten de la infancia como territorio mítico, ambos des/equilibran
situaciones cotidianas con una cierta propensión al horror, a una
leve distorsión, y por qué no a provocar una alta empatía con el
lector. Son además dos libros íntimos, poderosos en sus respectivas
miradas femeninas, desde lo cotidiano, desde el cuerpo, desde
geometrías fragmentadas de la memoria personal.
El
lenguaje narrativo no le es ajeno a Carolina Silveira (Montevideo,
1979), artista de la escena que suele cruzar en sus proyectos
coreográficos danza y literatura. No sorprende que su escritura
llegue finalmente al papel, en el libro Sea,
un entramado de observaciones, recuerdos y experiencias que suceden
en una frontera inexacta entre el cuerpo y la palabra. "No puedo
verme por completo, solo por partes a esta distancia", escribe
Silveira en uno de sus relatos, que entran y salen de
auto-percepciones que están lejos de ser complacientes y asoman
imperfectas y con un ligero tono experimental que hace que la lectura
se vuelva acaso más densa y fascinante. La poética de Silveira es
poderosa y en ella reside su mayor impacto, a través de una prosa
que no busca precisamente entretener y en todo caso exige ir, volver,
releer y atascarse en dulces 'trampas' reflexivas como "Muchas
veces tuve la fantasía de meterme en otro cuerpo" o "Confiar
en la geometría que nos compone". Pero, eso sí, por momentos
deja deslizar la memoria en relatos cotidianos de alta intensidad,
sobre todo los de la infancia (la niña que gustaba hacer paros de
mano), u otros en los que se exhibe un fuerte conflicto religioso.
Cuántas aventuras nos
aguardan
es un libro muy esperado, firmado por Inés Bortagaray (Salto, 1975),
destacada guionista de cine y autora del elogiado Pronto,
listos, ya.
Es un libro, como se dijo, fragmentario, pero el 'atasco', o bien el
problema, puede sucederle al lector cuando la potencia de cada relato
-a veces instantáneas, a veces meras descripciones, otras diálogos
o situaciones truncas- le generen un paradójico deseo de que el
libro no se termine, de que se diga más, de que se muestre
absolutamente todo. Ahí reside el dilema de la escritura de
Bortagaray, que si bien es en apariencia más cotidiana y
costumbrista que la de Silveira, produce una intensa distorsión en
la forma de observar (una mirada filosa y al mismo tiempo luminosa,
sobre las personas y situaciones) y en la capacidad de gestionar
emociones y neurosis propias (del yo narrante) y ajenas. El lector
tendrá entonces la sensación de que se está contando otra cosa que
la narración en apariencia simple, lo que la lleva a sutiles
honduras. Es imposible, por todo lo dicho, no encantarse con la
escritura seca y elegante de Bortagaray. Es imposible no quedarse con
ganas de saber más de juegos infantiles un tanto violentos, de la
tenebrosa historia del anillo de bodas, de las palomas que sobreviven
en los pretiles, de esas tantas aventuras que nos aguardan más allá
de lo escrito en los libros.
¿Existe
una singular geometría que conecta los libros de Silveira y
Bortagaray? Sí. Se hizo referencia y se anotaron algunas
peculiaridades superficiales, como ser la escritura del yo, o una
cierta sintonía generacional. Pero de todos modos, más allá y más
acá del capricho, hay una evidente conexión de lector, de la
experiencia de acercarse a dos escrituras poderosas, de las que dejan
marcas y se saborean lentamente. Así que aprovecho, ahora que leo
los últimos fragmentos de Sea
y
de Cuántas
aventuras nos aguardan,
para releer "Anatomía de un cuento", uno de los relatos de
Fernanda Trías (Montevideo, 1976) en No
soñarás flores,
y fragmentos de otros dos libros que se resisten a dormir en la
biblioteca: Imposible
salir de la Tierra,
de la chilena Alejandra Costamagna (Santiago de Chile, 1970), y La
visita,
de la argentina Mariana Graciano (Rosario, 1982). Se escriben y se
publican muy buenos libros, en sellos independientes de la región,
de mujeres escritoras que rondan los 40 años, dueñas de escrituras
personales, maduras y potentes.
1 comment:
Muchas gracias, Gabriel.
Qué ojo biónico. Qué lectura tan sensible.
Me encantó lo que escribiste en esta reseña.
Voy a buscar el libro de Carolina.
Un abrazo.
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