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Álvaro Brechner: director de "La noche de 12 años". Foto: Alexander Laluz |
Hay que verla. Es
imprescindible. Es una de las mejores películas que se hayan hecho
en Uruguay. Por muchas razones: técnicas y de las otras; de las
emocionales, por ejemplo, o si se prefiere, de las relativas a
razones tan trascendentes como la imperiosa necesidad de que se hagan
visibles -en este caso través de un formidable acercamiento
audiovisual- relatos que una comunidad no puede ni debe olvidar.
Obvio que remueve. Pero no parece obvio -si se tiene en cuenta el
enfermizo grado de neurosis política que se dispara desde las redes
sociales y en artículos no menos ponzoñosos de cierta prensa
rencorosa- que en realidad está muy lejos de ser una película con
intereses políticos, que se ofrece alejada también de todo
oportunismo, y en todo caso explicita un solo y muy honesto objetivo:
explorar un episodio de supervivencia, que se enfrenta a lo mejor y
lo peor de la condición humana.
Lo que se sugiere, entonces,
antes de entrar al cine, es dejar afuera todos los prejuicios,
aliviarse de todo equipaje neurótico y durante dos horas "abandonar
toda esperanza" y dejarse llevar por esta versión audiovisual
de las legendarias "memorias del calabozo". Son doce años
resumidos en un viaje sensorial que se convierte en un singular
ejercicio de cine físico. Porque esta película no es de las que
simplemente
se miran. No, es de las que se experimentan, como pasa con muy pocas
películas y lecturas en las que exponerse a ellas tiene bastante más
de viaje alterado que de simplón parpadeo anestesiado. Obvio que
remueve, como ya se dijo. Porque lo que Alvaro Brechner logra como
autor, como cineasta, es similar a lo que opera en los textos de
Kertesz y de Antelme sobre el Holocausto, o a la cámara subjetiva
implacable de El
hijo de Saúl,
la película que llegó más cerca al horror de los campos de
concentración nazis.
La historia la conocemos muy
bien. Se puede resumir en pocas líneas: José Mujica, Eleuterio
Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, tres de los rehenes de la
dictadura, fueron encerrados en total aislamiento durante 12 años.
Pero la película, como bien advierte Brechner, no sigue la lógica
del cine de cárcel ni el de dictadura. "Alguien se quejó
porque en la película falta el 99 por ciento de la dictadura",
dice el director. "Se equivoca... falta el 100 por ciento,
porque mi película no trata sobre la dictadura, trata sobre tres
tipos encerrados en total aislamiento, sobre el descenso más
terrible a las tinieblas". De hecho, si hay que definirla o
colocarla en un estante, lo más correcto sería decir "cine
existencialista", o aproximar a un posible "cine de
supervivencia".
No
adelantaremos nada, ni del montaje enloquecido de ciertos momentos,
ni de la increíble voz de Silvia Pérez Cruz, ni de tantas escenas
que no se olvidan fácilmente, ni del notable trabajo de los actores.
Lo único que me permito mencionar de la experiencia que tuve como
espectador de La
noche de 12 años es
que el final, que coincide con la liberación de los últimos presos
políticos, incluidos los rehenes, en marzo de 1985, fue
paradójicamente el momento más angustiante y perturbador. Algo pasa
ahí que va más allá lo de que se puede transmitir con imágenes o
con palabras. Y ese algo promete ser un buen punto de partida para
una extensa conversa con Brechner.
***
Me pasó de vivenciar los
minutos finales de La
noche de 12 años como
uno de los momentos más fuertes... Es paradójico, porque la escena
de la liberación de los presos, que debería ser de necesaria
catarsis, por algún efecto de acumulación de todo lo visto, no lo
sé, me provocó una gran angustia. Me fue difícil, por momentos,
mirar lo que pasaba en la pantalla...
Álvaro Brechner:
Mirá, el otro día me preguntaron cuál fue la escena más difícil
de filmar... y me puse a pensar, y obviamente la peli tenía un
montón de desafíos, no solo de la recreación sensorial, sino todo
el tema espacial, y en realidad me acordé que la escena más difícil
fue esa, la de la liberación de los presos... Me pasó que el día
antes de filmar, en el hotel, me empecé a agobiar con esa escena.
Habíamos hecho muchísima investigación. Y entre la documentación
que conseguimos había algunos registros de televisión, pero
poquísimos, porque la mayoría fueron borrados, reciclados y demás.
Todo el apartado físico, de vestuario, de actores, estaba trabajado,
pero mi desafío era lo estrictamente emocional. Yo había hablado
con mucha gente que había estado ahí, con presos que habían
salido, con familiares, pero esa noche, a la una de la mañana, no me
podía dormir. Y empecé a llamar gente, a tratar de recolectar
historias... Y ahí fue que alguien me contó de dos niñas que
estaban con su madre, y que una de ellas preguntaba, al ver venir a
varios de los liberados, '¿ése es papá?'. Y dudaban, porque todos
venían tan flacos, y llegando desde lejos, que era difícil
reconocer al padre. Y en un momento, la madre grita 'sí, ése es
papá', y salen corriendo a abrazarlo... Así que a las tres de la
mañana, esa misma noche, llamé a la directora del casting para que
me consiguiera dos niñas para las ocho de la mañana. Era una
locura.
¿Qué recordás de ese día
de rodaje?
Á.B.:
Esa mañana yo estaba casi sin dormir. Me acuerdo que dimos 'acción'
y empezaron a salir los liberados. Se escuchaba a alguien con el
megáfono, llamando a los familiares de cada uno. Todos abrazaban a
sus familiares, y empezó como a brotar una emoción muy fuerte. La
emoción llegó a tal punto que después que llegó Antonio (José
Mujica) y se abrazó con Mirella (la madre), me olvidé de decir
'corten', y durante un par de minutos todo el equipo seguía
emocionado y los camarógrafos no sabían si cortar o no. Fue brutal.
La gente que estuvo ahí sintió que estaba viviendo realmente ese
momento. Eso es algo que nunca había experimentado como director.
Eran cientos de extras gritando "Uruguay, Uruguay, nunca más",
sin ningún tipo de indicación. Cuando finalmente dije 'corten',
todo el equipo estaba llorando.
Y después... ¿cómo
viviste el tiempo de la edición, del montaje de la película?
A.B.:
Le escuché decir a Truman Capote que había envejecido diez años
escribiendo A
sangre fría...
Y algo de eso hubo en la exploración que hice con la película, en
el descenso a esa especie de infierno mental que se me fue pegando.
Fue muy difícil cortar y salir, y que esa experiencia no me fuera
transformando. Te puedo contar muchas cosas que se buscaron, pero lo
cierto es que a nivel emocional una de las cosas esenciales que
busqué es que la película fuese un viaje. Para mí era muy
importante que el montaje, y también el sonido, ayudasen a potenciar
ese viaje de tres hombres en situación de aislamiento, de tres
hombres que al quedar sin capacidad alguna de comunicación y en
silencio casi absoluto se vuelven hipersensibles.
¿Qué fuiste encontrando
durante tu viaje?
A.B.:
Me interesó especialmente ese estado entre el sueño y la realidad,
entre el ayer y el hoy. Porque cuando un hombre está totalmente
perdido, con falta de luz, con falta de capacidad de dar narrativa a
su relato, que no tiene capacidad de poner orden, el cerebro se le
empieza a confundir. Para mí era muy importante, más allá de que
el cine sea un arte dramático y narrativo, tratar de darle una
impronta expresionista y acercarme a lo que sintieron los rehenes. En
eso fue importante el montaje, el sonido y también la forma en la
que filmamos. Si bien había una puesta en escena de ciertas ideas,
yo no tuve un plan definido. Cada día era saltar al vacío. Los
actores tenían las escenas, pero las rompíamos antes de empezar a
rodar. La idea siempre era que las cámaras siguieran lo que pasaba
como si fueran un punto de vista privilegiado, no te diría
documental, pero sí tratando de transmitir una sensación de
desconcierto y de que no se adelantaran a los acontecimientos. Todo
esto generaba una cosa como lo que te conté de la última escena, de
cierta realidad enrarecida que iba siendo recogida a través de las
cámaras.
¿Por qué elegiste esta
historia?
A.B.:
Las únicas películas que a mí me interesa hacer son aquellas que
tienen algún debate sobre la condición humana. Y esta historia
plantea, en su esencia más profunda, cómo seres humanos que lo han
perdido casi todo y están en situación extrema encuentran modos
para subsistir y encontrarle sentido a la vida. Ese debate y ese
conflicto son cosas que a mí me emocionan, que tienen que ver con
una lucha interna del hombre por conservarse y con planteamientos
filosóficos existencialistas acerca de si la existencia precede o no
a la esencia. Si la existencia precede a la esencia, estos tipos
experimentaron un viaje de vuelta, porque cuando alguien se enfrenta
al umbral, al precipicio de la oscuridad, a ver el silencio, a ver la
nada, y vuelve, después de luchar por la mera existencia, se acerca
a lo que decía Nietszche, a la idea de que aquel que tiene un por
qué vivir, encontrará -por más difícil que le sea- un cómo. Ese
debate me parece fascinante, como director y como ser humano. Yo
quiero hacer películas que tengan el coraje de desafiarnos como
seres humanos, y nada, esta historia me daba una posibilidad
maravillosa.
¿Tenés miedo de que haya
espectadores que no lleguen a la lectura que pretendés como autor?
Porque de alguna manera, hay en juego mucho preconcepto político que
puede entorpecer una mirada más filosófica de la película.
A.B.: En
principio me considero, y lo quiero decir con humildad, pero también
con solidez, un contador de historias, y también como un explorador
sobre la condición humana. Y eso es lo que a mí me lleva a hacer
películas. Todo esto que mencionás... me hace sentir incómodo,
porque en esta condición de explorador no quiero verme involucrado
en un rol de historiador, ni en un rol político, ni en un rol de
periodista. No son mis especialidades. Y no creo que haya nada en mi
película que agregue algo sobre esos tópicos. Sé que vivimos donde
vivimos, y que hay un montón de cosas alrededor, pero creo que las
únicas dos cosas que la película cuenta en cuanto historia puntual,
siempre dentro de un marco cinematográfico, es decir de un relato,
es que hubo una dictadura, algo en lo que estamos casi todos de
acuerdo, y que hubo unos rehenes que sufrieron una segunda condena y
fueron llevados a un aislamiento. Siento también que desde mi rol la
responsabilidad es inmensa, de dejar bien claro los temas que trata
la película y sobre su esencia.
El hecho de que Mujica
tiempo después haya sido presidente de Uruguay, por ejemplo, también
está en el 'alrededor', aunque eso no tenga nada que ver con lo que
se cuenta en la película...
A.B.:
Lo sé. Es todo un tema. Porque la historia de los tres rehenes, y
particularmente la de Mujica por el hecho de haber sido electo
presidente, de verdad que es asombrosa. La vida de este hombre podría
estar en una ficción de Ray Bradbury. De hecho, tiene puntos de
contacto con la del protagonista de la novela El
vagabundo de las estrellas,
de
Jack London. Pero vuelvo al existencialismo: Sartre decía que cada
hombre es lo que hace y lo que hicieron de él, lo que lleva directo
al debate entre libertad y determinismo. De eso es de lo que yo puedo
hablar, y es de lo que se habla en la película. Pero sobre todo lo
demás, sobre qué cosas llevan o no a que Mujica sea presidente...
todo eso es asunto de sociólogos o de politólogos, no de un
cineasta.
¿Estuviste en la chacra de
Mujica cuando él y el Rosencof vieron la película?
A.B.:
Sí. Fue extremadamente emocionante. Por muchísimas cosas. En
nuestro caso se dio un poco lo que Viktor Frankl decía sobre su
experiencia en los campos de concentración. Aquello de que los que
estuvieron en un campo no tienen ya nada para contarse, y que los que
no tuvieron la experiencia nunca van a entender a quienes sí la
tuvieron. De hecho, toda experiencia es imposible de transmitir. Se
puede, sí, tratar de acercarse a ella. Para mí, en todo esto, había
un grado de importancia emocional ante ellos. Y te puedo decir que
fue un momento muy especial. Muy emocionante.
¿Vos, como cineasta, en
qué referencias cinematográficas te apoyaste, o bien utilizaste
como referencia? Hay grandes películas de "cine de cárcel",
por ejemplo...
A.B.:
Para mí era muy importante que no fuera precisamente una película
carcelaria ni tampoco una película de dictadura. Si bien esos dos
elementos están presentes directamente, la película tenía que
escaparse de ellos y poner el foco en los debates y dilemas
filosóficos que mencioné antes. Para mí fue un descenso a las
tinieblas... pero me decís de las referencias y la verdad es que no
hay, porque conscientemente escapé de los tópicos más comunes. No
es una película de cárcel porque no hay intento de fuga y porque no
se muestra ninguna forma de socialización. La
noche de 12 años
trata de lo contrario, de la deshumanización, de la ausencia de
lenguaje. Y tampoco es cine de dictadura, porque la dictadura en la
película es apenas un contexto casi kafkiano. Repito: el único
objetivo a nivel cinematográfico fue poner a tres tipos en esas
circunstancias tan extremas. Y vuelvo a lo que decía antes de la
existencia y la esencia; la esencia es todo lo que somos, todo lo que
hemos construido y todas las etiquetas que llevamos, en este caso, la
etiqueta de presos tupamaros. Pero de golpe se apaga todo eso, y
tenés que volver a la existencia, al puro debate de conseguir un
trocito de pan o un lugar para dormir. Ese es el tema de la película.
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