Se
había puesto de moda, en la MTV, la serie "Celebrity
Deathmatch". De ahí sacamos la idea de plantear batallas entre
artistas. A ese segmento del programa lo llamamos "Versus".
Maxi defendía una posición y yo la contraria. Peleábamos fuerte;
con argumentos o sin argumentos. Con caprichos, con lo que fuera.
Algunas batallas fueron memorables. El club de fans de Oasis, uno de
los más activos durante los años que hicimos Planeta Pop,
estaba bien atento cada vez que proponíamos el clásico Oasis-Blur.
Los hermanos Gallagher, en mi opinión, eran un par de idiotas. El
rubiecito y bien educado Damon Albarn, según Maxi, era un snob sin
sangre en las venas. Lo hicimos varias veces y siempre terminaba con
una decisión que hacía enojar a las enamoradas de Liam y a todos
los que seguían el juego con ánimo de riña futbolera. Ganaba Pulp.
Siempre ganaba Pulp, y nos íbamos con el himno "Common People".
Different class,
el disco que me hizo olvidar para siempre que The Cure era la mejor
banda del planeta (bah, de mi planeta
dark), lo conocí gracias a Riki, el dealer de discos y libros más
asombroso que haya existido en esta ciudad. Revisar entre las
novedades, en las estanterías de Atlantis, era innecesario. El
momento sublime sucedía cuando Riki dejaba por un momento de
gritarle a otro cliente y pasabas a ser el objeto de su diversión.
Ahí empezaba la performance. Siempre te ibas con el disco que él
había decidido que te estaba esperando, que se había grabado y
fabricado especialmente para vos. Conocía los gustos y afinidades de
cada uno de sus clientes y ese conocimiento lo utilizaba para vender
y saborear su triunfo frente a la pérdida de libre albedrío del
otro. Y si un día te encontraba husmeando cosas nuevas, era capaz de
enfurecerse.
"¡Ese
no es para vos!", me increpó con violencia una tarde que empecé
a toquetear uno de Pearl Jam, como para llevármelo. "¡El
grunge no es para vos, fucking idiota!", me gritó. "Vas a
intentarlo y te vas a deprimir y vas a volver a que te lo cambie por
otro. Nunca olvides que sos fan de Duran Duran y que odiás las
guitarras". Y mirando a los demás clientes, para terminar el
acto y para terminar de humillarme, agregó una perla de su
manifiesto: "Tengo que estar siempre atento con mis clientes. A
veces piensan que son libres de encontrar algo nuevo. Se engañan.
Vienen a mí para que les de más droga, y yo sé exactamente cuál
es la medicina que necesitan... ¡Y el que quiera desobedecerme, qué
se vaya: la puerta está abierta!". Nadie se movió. El dealer
rio con ganas y sus carcajadas resonaron en el ombú de Bulevar
España.
Estaba
claro que Riki no quería que perdiera el tiempo con el grunge, y
vaya que se lo agradezco. Me mostró esa misma tarde el disco que
había llegado para mí: Different class,
de Pulp. Lo pagué sin abrir el celofán. No sabía nada de esa banda
y creo que él tampoco, ni nadie de los que estaban en la disquería.
Tuvo razón. Era mi disco. O uno de mis discos. Tenía varias cosas
que fui entendiendo con el tiempo. Pero eso sería tema para una
novela, o para un ensayo donde se explicara cómo Jarvis Cocker llevó
al territorio del pop la adrenalina peligrosa y sensual de la
subcultura rave y no se subió al carro del britpop laborista, la
sonriente, guitarrera y superficial fiesta en la que Oasis y Blur
oficiaban de bandas principales. Eso es "Common People", un
manifiesto en formato canción de la noche electrónica oponiéndose
a la enésima reversión pasteurizada de los Beatles; una obra
maestra de uno de los mejores alumnos de Roxi Music y David Bowie,
con una voz única y letras más largas que las de Dylan.
"Common
people", por su identidad física, performática, no es una
canción todo terreno. No es para escuchar, por ejemplo, en estado de
reposo o de melancolía. Está contraindicada para los que prefieren
colgarse en el alma de
un solo de guitarra. Acá, en principio, no hay alma. Hay estado. Hay
disfrute físico en el sentido de la corporalidad de la rave, en un
sentido similar al de perder la cabeza o andar bien rápido en
bicicleta. Porque siempre te levanta, te despierta, te pide más. Es
una canción excitante. Hay pocas así, y descubrí varias en un par
de discos de este siglo: en el debut de los Franz Ferdinand, y en el
Reflektor, de Arcade
Fire. Pero en los años noventa una de las pocas dosis que podían
encontrarse, en el universo pop, en estado puro y de genialidad,
había que buscarla en los discos de Pulp (con el tiempo descubrí
que His'n hers es un
disco perfecto y que "Countdown" de Separations
es la primera matriz de "Common People"), o en el efímero
y sabroso Schubert Dip de
los EMF.
Different class es
un disco ideal para la previa de una fiesta, para acompañar un viaje
en carretera, para sonorizar una salida en bicicleta (Maxi lo usaba
en ese plan y asegura que no hay otro disco que lo supere en esa
situación). Y Pulp, o mejor dicho Jarvis Cocker y sus amigos, es una
banda que no tiene necesidad de mostrar ningún virtuosisimo técnico:
es simplemente una máquina de ritmo bien aceitada, con el color de
los teclados -básicos, pero eficientes- de Cándida Doyle, para que
las melodías de Jarvis, sus fraseos y sus movimientos de dandy
contorsionista completen una experiencia única.
A
las otras principales estrellas del brit pop noventero pude verlas en
vivo veinte años después de sus días de mayor brillo. La banda de
Noel Gallager: insoportable. La de Liam: interesante, porque ese
muchacho sigue siendo un bad boy,
como diría el Darno, y eso habla bien de él. La de Damon Albarn:
fríos como una heladera. Pulp: una de las mejores noches en años.
¿Oasis
versus Blur? Sigo eligiendo a Pulp.
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