tras la pista de epigmenio


Por R.G.B.

Si me dijeran que alguien, un loco suelto, se propone hacer una película perfecta, una road movie que podría haber sido escrita por Roberto Bolaño, dirigida por Jarmusch, editada por Godard y con la perturbación urbana que logran obras de culto como Mala sangre, de Leos Carax, o la tan cercana 25 Watts, le diría que eso es imposible, que se olvidara de un proyecto tan pretencioso y posiblemente malogrado.
El debutante Alonso Ruizapalacios se encargó de acertar en todo. Es el autor de Güeros, una pequeña maravilla del cine contemporáneo, ambientada en el DF mexicano, que ensaya una de esas obras de arte, de cinefilia pura, que se disfruta desde el primer hasta el último segundo. La fotografía, en riguroso blanco y negro, es impecable. El montaje está más que a la altura, con toques experimentales perfecto. Y el tratamiento sonoro alcanza puntos altísimos. Eso en los rubros técnicos, y sin entrar en lo más jugoso del asunto, el relato fragmentario y repleto de las digresiones de un grupo de jóvenes mexicanos que decide seguir el rastro de Epigmenio Cruz, un músico desconocido que podría haber sido el salvador del rock mexicano. Dos de los protagonistas son estudiantes universitarios que están haciendo huelga de una huelga y llevan semanas sin hacer absolutamente nada. El tercero es el hermano adolescente de uno de ellos, que llega al DF enviado por su madre, por actos de vandalismo. A ellos se suma una militante estudiantil, novia de uno de ellos, que se toma un respiro de la huelga para buscar a Cruz, de quien se sabe que estuvo internado por cirrosis, que trabaja en un zoo y que en sus tiempos de gloria hizo llorar al mismísimo Bob Dylan.
Entre embotellamientos, niños que tiran ladrillos para romper parabrisas, peleas entre militantes gremiales y ataques de pánico del hermano mayor, transcurre Güeros, en una deriva que se cierra en un final tan logrado como desapasionado. Y lo del principio: el homenaje a los detectives salvajes de Bolaño es más que evidente y funciona. El homenaje a la nueva ola francesa lleva el tono político a la altura de los mejores momentos sesentistas del maestro francés en comedias como La chinoise o Week-end. El minimalismo made-in Jarmusch atempera los desbordes experimentales. Y todo con una galería de personajes que se van volviendo entrañables, en una comedia de iniciación que revela una de las mejores fotografías emocionales que se hayan visto del DF mexicano.
Hay que verla. Es una de las mejores películas estrenadas este año 2015.

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