Por R.G.B.
Este
año empezó mal, qué quieren que les diga, con esa comedia francesa
que superó los doce millones de espectadores en cines franceses y
contaba la historia de un matrimonio francés de provincia cuyas
hijas se casaban con hombres de distintas religiones y culturas. Pues
bien, ya se sabía entonces que otra comedia, en este caso española,
venía rompiendo taquilla con un plan similar de
estereotipos, brocha bien gruesa y una sarta de chistes de fuego
cruzado entre andaluces y vascos.
Este
nuevo artefacto, digno de la más insufrible superficialidad europea,
es tan pero tan absurdo y maniqueo, tan traído de los pelos e
inverosímil en la resolución de los conflictos y giros que va
proponiendo el guión, que es posible genere bastante malestar e
irritación en todo aquel que haya tenido alguna mínima expectativa
en el planteo.
Hay
un par de elementos que logran -sin embargo- mantener al espectador
en la butaca: los guionistas -de fama muy bien ganada por sus
antecedentes en el legendario programa de humor Vaya semanita,
de la televisión estatal vasca-, tienen varios aciertos en
chistes con buen ingenio y chispa, demostrando oficio en enredos
lingüísticos, burlándose
por igual -como ya señalamos- de vascos y andaluces. Todo, además, en el marco de un
pueblo vasco soñado, entre acantilados, mucho verde y tabernas
llenas de radicales. Y mucho alcohol y buena comida, por cierto, otro
detalle que debe celebrarse por ser -de algún modo- una historia
bastante más animal y guarra que la insoportable levedad francesa de
Dios mío..., digna de la santa trinidad de consumismo,
xenofobia y aburrimiento extremo.
Se
podría decir que entonces no es tan grave, que los españoles
(vascos, perdón), logran un producto un poco más defendible en el
escalón más chatarra de la comedia. No es así. 8 apellidos
vascos no es más que un sketch de televisión alargado y con una bonita fotografía, y a todo eso se suma que ni siquiera
tiene ese halo de comedia-tonta-francesa de la película de Chauveron.
Esto, lo de los vascos, no puede llamarse cine. Es un atentado a la inteligencia, que
hace pensar que algo debe andar muy mal en una cinematografía que
supo tener a un maestro de la comedia como don Pedro
Almodóvar, capaz de exponer los trapos sucios de la sociedad
española con argumentos delirantes, humor de primera y guiones de
precisión milimétrica.
Hay
otro pintoresco ejemplo de este tipo de cine europeo -muy malo y muy
taquillero- que se exhibió ¡en el mismísimo Festival de
Cinemateca!, y se mueve en una línea similar a estos dos horrores.
La película se llama Los niños del cura (tal
es el nombre con el que se exhibió en España, en Montevideo se proyectó con un
título algo peor: Con pecados concebidos)
y está filmada en uno de los rincones más apreciados del turismo
europeo: Dubrovnik, en la bellísima costa croata. En este caso, el centro del disparate es un
cura que se le ocurre pinchar condones para destapar una trama estereotipada -ya no difícil de sostener- sino increíblemente
bizarra. Hasta recomendable, diría. Vaya mal año para la comedia.
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