Esta idea meridiana, que busca el equilibrio como concepto, se traduce en una fórmula de grabación que Moreno aplica en este tercer disco: las bases y las ideas bien claras, grabar "en vivo", pero dando la posibilidad de tomas duplicadas: una ajustándose al libreto y una segunda en plan improvisación. Cada canción de Meridiano, eso sí, es un mundo propio, y en esa formulación le permite al artista manejarse hábilmente en un eclecticismo que ya es también otra de sus señas: Mateo Moreno pasa del candombe, al funk, luego al reggae o al pop de fórmula, sin escalas, como territorios que domina con un olfato muy entrenado. Casi siempre va al baile, el toque de la banda busca el cuerpo, pero también hay paisajes más íntimos. Es un disco montevideano, rítmico, expansivo, muy bien tocado, heredero de un candombe beat que equilibra muy bien el derroche sonoro, las ganas de disfrute y un formato pop que valida ese concepto tan riesgoso de canción jazz, no porque sean literalmente canciones jazz, sino porque apuestan a ser canciones para improvisar y jugar. Y es un disco, esencialmente, con un tuco sonoro muy especial, en el que Mateo Moreno se saca las ganas de proponer un viaje percutivo muy intenso.
¿En
qué momento de tu historia musical y personal te toman estas nuevas
canciones y el disco Meridiano?
En un momento muy especial, ya
que se han dado una cantidad de variables en mi vida, tanto personal
como artística, y estoy viendo hacia dónde ir. Estuve bastante de
viaje, solo y con la familia, mi hija es más grande, todo
evoluciona. A nivel musical, he producido a muchos artistas muy
disímiles entre sí, y la experiencia me ha enseñado muchas cosas.
Sobre todo me ha ampliado la visión periférica del trabajo musical,
sus misterios y sus métodos. Cuanto más se abre, menos entiendo,
sinceramente…
Este disco fue compuesto a lo largo de varios meses y hecho
prácticamente en cuatro meses. Las canciones, sobre todo, describen
y retratan mi lucha dual y permanente entre la razón y el espíritu,
la forma y el fondo, la lucha de los hemisferios presentes en todos.
Por eso el nombre: meridiano, como el fin y el equilibrio buscado,
sinceramente que difícil.
Tus discos, al mismo tiempo,
suelen ser esencialmente cancioneros, en los que cada canción es un
mundo. ¿Sentís eso? ¿Sos de los artistas que prefieren
concentrarse en las canciones y no tanto en conceptos?
Sí,
en Meridiano,
cada canción es un mundo, o un sueño, o un laberinto, o todo a la
vez, cada una con sus características y reglas. Hay concentración
extrema en las canciones. Pero la idea de “conceptual” quizás yo
la vea aplicada diferente en este disco... No es que “pase” de la
conceptualidad en mis discos. El hecho de grabar en vivo en el
estudio y dar rienda suelta a la improvisación, ya es un concepto, y
así muchos…
Creo que en todos mis discos, el método elegido para grabar -como
experiencia incluso de vida- es quizás el primer rumbo que fijo a
nivel conceptual. Luego, sin duda, estamos de acuerdo que no se
pueden etiquetar mis discos como “oscuros”, o “pesados”, o
“indies”, o lo que sea…
sino que pasan por todos esos estados en algún tema, si nos pareció
pertinente en el momento de la grabación o mezcla. Por lo tanto, sí,
son un grupo de canciones disímiles, armónica y estilísticamente
hablando, pero esas canciones me atraviesan y me arman un día, un
mes, un año, muchas etapas de mi vida.
¿Si
hubiera un concepto, algo que atraviesa Meridiano,
podría ser también la idea de baile, de movimiento?
Es
una buena lectura, pero no deja de ser tu sensación subjetiva del
disco, cosa que me parece perfecto y sano. A su vez, estas
percepciones, siguen siendo tan personales y únicas tal como somos
todos los humanos en esta tierra: usamos la música para plasmar
nuestro propio yo y nos identificamos o no con lo que creamos
subjetivamente de ella. Me encanta esa funcionalidad social de la
música, en que cada uno la use para lo que necesite, para compensar
donde le aprieta más el zapato. Meridiano
es
un disco rítmico, pero no todo, tiene también grandes zonas de
valles. El tema de mezclar formas con fondos siempre me sedujo, y en
ese camino hay varias experimentaciones en el disco. Y en esa
búsqueda, necesidad de “conceptualizar” todo, diría que es un
disco de canción jazz. Porque por una parte las canciones están muy
presentes y por otra parte hay improvisación... Y cuando digo
improvisación no hablo de grandes solos sino que también dentro de
un “libreto”, todos los músicos -hasta los que hacen base o
colchones- también iban jugando. A eso aportó
mucho haber encontrado un método de grabación apropiado para
nuestros intereses, donde me siento más cómodo y creo que el
resultado es audiblemente mejor.
Hay candombe, reggae, funk,
soul, tango, en definitiva una fusión estilística donde priman
ritmos de baile afroamericanos... ¿Es parte de tu identidad musical?
Siempre fui muy curioso. Siempre
me interesaron mucho las músicas del mundo, en general, hasta el día
de hoy, con lo inabarcable que es Internet y la información que
proporciona. A veces me paso horas, simplemente investigando y
estudiando estilos o instrumentos o maneras de tocarlos. Siempre fui
muy rítmico, y es muy importante para mí toda la influencia
africana en todo el mundo y sobre todo el mix que se dió desde
Estados Unidos a Uruguay, todo ese crisol de ritmos nuevos y
americanos que surgieron, con toda esa mixtura de razas. Y como
bajista, los ritmos negros o con influencias de, me generan estados
alterados... Sinceramente, toda la música que sea “mántrica”,
pero a su vez rítmica, con patrones que se repitan, me traslada a
otro planeta.
¿Son estos los mejores
territorios musicales para un bajista, para jugar, para viajar en la
música?
Sí, realmente son muy potentes,
y yo los disfruto enormemente. Pero también hay otras sensaciones:
la música es enorme y tocando un instrumento se multiplican las
opciones.
¿Qué tipo de instrumentistas
fuiste eligiendo y convocando, especialmente en esa selección de
baterías y percusiones que son de alguna manera el centro del
disco... Ibarburu, Rodino, Blois, Bolognini?
Son increíbles todos los músicos
que convoqué. Más allá que varios de ellos se conocieron en los
ensayos, la química se dio desde un principio. Se buscó que fueran
de diferentes palos, y que de alguna manera todos tuviesen para
aportar algo único, especial, algo de cada uno. Ese reconocimiento a
las singularidades, ese sentirse valioso, genera una dinámica
increíble de trabajo, un ambiente y una química divina. Se logró
una mezcla de respeto y competencia sana, en la ambición del
compartir tocando en vivo y grabando de una. Dieron todo, unos capos.
Siempre estaré eternamente agradecido con ellos. En lo estrictamente
percutivo, es un disco difícil. Tiene unas cuantas saladeras, tanto
a nivel técnico como expresivo. Y quería que fuera en vivo…
De ahí los diferentes bateros, para compensar y repartir según sus
superpoderes. Y para los percusionistas, comandados por Blois, se
armaron unas cocinas impresionantes: tocaron en vivo con la banda
hasta los tambores de candombe y el tabla hindú.
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