Big
Eyes es la historia de una
impostura. De un pintor que ni siquiera es pintor, que firma las
obras de su inocente esposa y consigue convertirse en una celebridad
durante los años 60 y 70. Ella, mientras tanto, se convertirá en
una esclava de la mentira familiar. La pasará muy mal, en un
calvario que se acentuará con la ruptura emocional y afectiva de la
pareja, no así del millonario negocio de las pinturas de "ojos
grandes" de la factoría Keane.
Es una historia real, de las que
tanto se ha nutrido al cine y aman las grandes audiencias. El detalle
es que este tipo de relatos, cuando llegan al cine, se convierten
-por obra y gracias de guionistas educados en golpes bajos-, en
ficciones más o menos inverosímiles, y tratándose como en este
caso del retrato de una impostura (el plano real), lo que se verá al
final del recorrido (bajo el tratamiento de la simplificación) y
cuando el espectador se siente en la butaca, es una película sobre
un mentiroso profesional, sin ninguna clase de escrúpulos, un
charlatán abusivo y sin límites. Y lejos debería estar -la sórdida
historia de los Keane- de ser simplemente eso.
La vida es más compleja. La
impostura de los esposos Keane fue seguramente más compleja. La
relación entre el mentiroso y su víctima no es posible que haya
sido tan plana como la describen los guionistas y la cuenta en
imágenes Tim Burton. En definitiva, es lo que sucede con una
película que ofende -de alguna manera- la inteligencia del
espectador, que se va engañado, creyendo que conoció la historia de
una mujer un poco tonta y abusada.
La película, al no resolver
felizmente el dilema, se vuelve ella misma mentirosa. Burton
construye una gran impostura: el retrato simplificado de una historia
que no se trata ni siquiera de un caso excepcional, ya que la
historia del arte del siglo veinte está llena de ejemplos de
artistas mujeres que quedaron en segundísimo plano, que no
obtuvieron reconocimiento alguno, o bien acordaron que un hombre
firmara por ellas. Pasó en la bauhaus, en el art-decó, en el
surrealismo, en corrientes de vanguardia que paradójicamente
proponían rupturas con las reglas y convencionalismos. Hay varios
libros y ensayos que reflexionan seriamente sobre estos temas.
Lo
único que sostiene el relato, y no es poco, es la historia familiar,
que sí se muestra lejos de las anécdotas artísticas
estereotipadas: el triángulo entre los Keane y la hija de Margaret
de un anterior matrimonio. Ahí sí aparecen buenas chispas, sobre
todo por la tensión que viven la pintora y su hija adolescente, y
aparecen, bien narradas, esas pequeñas mentiras que construyen la
gran impostura, como sucede, tan ciertamente, en cualquier familia
que se precie. No alcanza para salvar la película, pero equilibra un
poco la balanza para evitar que Big Eyes se
desbarranque como otros títulos de un director habitualmente
propenso a miradas superficialmente profundas.
1 comment:
Che, muy de acuerdo. Para los que supimos ser conmovidos por Tim, esta peli es terrible. Terrible porque no vuelve.
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