El
volumen El ojo de la
tempestad,
compilado y prologado por el poeta Diego Techeira, reúne buena parte
de la obra -édita y también inédita- del autor olimareño Saúl
Pérez Gadea. La reedición recupera el torrencial poema
"Homo-Ciudad", escrito en una febril noche del año 1950 y
uno de los secretos mejor guardados de la poesía urbana uruguaya.
No
había cumplido veinte años cuando Pérez Gadea escribió un largo e
intenso poema al que tituló "Homo-Ciudad". Lo publicó en
la montevideana Ediciones Ciudadela, año 1950. Recibió unos pocos
elogios -incluidos Onetti, Zum Felde, Falco y el entusiasta Jesualdo
Sosa- y la incomprensión de buena parte de la grey literaria de esos
años. Después de ese texto torrencial, portador de una intensidad
que años después habría sido señalada como beatnik, se conocen
otros textos dispersos, algunos publicados en revistas o en su
segundo libro Poemas,
fechado
en 1964, en la ciudad de Paysandú, cinco años antes de que su
cuerpo fuera encontrado en las aguas del Río de la Plata, a la
altura de la Playa del Gas.
A
decir verdad, poco se sabe de este poeta que en los últimos años
fue obteniendo un mayor reconocimiento debido a las recurrentes
referencias críticas al potente poemario "Homo-Ciudad".
Podría ubicarse en una línea maldita en la que no faltan José
Parrilla, Íbero Gutiérrez y Julio Inverso. Pero su texto, al tiempo
que creció su culto, se convirtió en un libro casi imposible de
conseguir, como pasaba con La
llave en la cerradura de
Parrilla hasta que fue recuparado y reeditado por Yaugurú. En el
caso de Pérez Gadea, encontró a un editor muy especial: el poeta
Diego Techeira.
"Hubo
algo de fortuito en la manera en que tuve acceso al material de Pérez
Gadea", cuenta Techeira, quien integró en los años 80 el
equipo de Ediciones de UNO. Durante la preparación de un recital en
Facultad de Psicología, con poemas relacionados a la salud mental,
le llamó muchísimo la atención “Hospital Vilardebó”, que le
impresionó por su intensidad. "Fue una sorpresa para mí,
además, enterarme que ese poeta tenía conmigo una relación de
parentesco, al haber estado casado con una prima de mi madre. Pude de
ese modo tener acceso a todo su material, sus cuadernos, sus escritos
inéditos". La
intención de publicarlo fue inmediata, aunque no se concretó.
Veinticinco años después, a través de Solazul Ediciones, Techeira
finalmente logró publicar la obra de Pérez Gadea, con el título El
ojo de la tempestad.
¿Cuál
es la importancia de Homo-Ciudad
y de otros textos poéticos de Pérez Gadea en la poesía uruguaya
del siglo XX?
La
importancia fundamental de esta obra radica en su originalidad, en su
carácter único en el panorama de la poesía uruguaya. No estoy
diciendo que sea el mejor poeta uruguayo, pero sí que es único. Su
lenguaje, la intensidad de sus metáforas, su radical expresividad,
lo presentan como un caso extraordinario en un país cuya poética
siempre ha apostado a la medianía, al acuerdo, y donde los que se
han salido de la norma generalmente apostaron para ello a los
aspectos formales y no a la radicalización del lenguaje ni menos a
un hundirse en lo que en el prólogo del libro llamo “los
territorios prohibidos del sí mismo”.
¿Por que pensás que fue resistido en su época, más allá del apoyo crítico que tuvo de colegas como Sarandy Cabrera o el propio Onetti?
Creo
que ni siquiera podemos hablar de resistencia. Hay en nuestro país
una miserable costumbre de ningunear el trabajo ajeno, sobre todo
cuando se destaca y promete algo que trasciende lo que está fuera de
la zona de confort intelectual que es en la que se mueve la mayor
parte de quienes se dedican a la escritura (probablemente pase igual
con el resto de las artes). Hay que recordar, además, que en aquella
época los popes de la crítica literaria uruguaya, Rodríguez
Monegal y Ángel Rama, eran poco dados a radicalismos de este tipo y
que por lo general se manejaba en la crítica de entonces, para
valorar las obras, criterios de simpatía o antipatía no sólo
personal (como sucede hoy), sino también política. Y esos criterios
no sólo tenían que ver con la posición personal sino con la
apuesta estética. La poesía de Pérez Gadea no era para la época
lo hoy se diría insulsamente como “políticamente correcta”, no
prometía victorias revolucionarias ni atacaba directamente al
burgués explotador. El sentido crítico de Homo-Ciudad
trascendía esas fáciles fórmulas. El poeta tenía, además, 18
años, una edad a la que nadie le daría demasiado crédito, y por
otra parte el poema careció de un necesario proceso de depuración;
hay muchas reiteraciones y serios problemas rítmicos, lo que lo
desluce un poco pero no le quita la importancia que tiene, y prueba
de ello es el reconocimiento no sólo de Onetti (extraordinario en
verdad, en una deliciosa carta cuyo original se reproduce en el
libro) y de Sarandy Cabrera (el crítico que tuvo el mejor
acercamiento a esa obra), sino también de Falco, Zum Felde, Jesualdo
Sosa, y hasta de escritores de talla internacional como Ramón Gómez
de la Serna y Gerardo Diego.
En los últimos años, el sello Yaugurú recuperó y reeditó textos de Cristiani y Parrilla, entre otros autores. Torello y Boglione armaron una imprescindible antología del futurismo en Uruguay. Bravo ordenó y compiló a Íbero Gutiérrez y a Julio Inverso. ¿Cuánta es la importancia de estas revisiones?
El
trabajo que ha venido llevando a cabo Yaugurú es muy valioso. Es
verdad que no todos los autores tienen la misma importancia desde el
punto de vista estético, pero es importante rescatar del olvido a
esos poetas que en su momento fueron ignorados de manera injusta. El
trabajo de Luis Bravo con Ibero Gutiérrez viene a poner encima de la
mesa otra poética que se sale del camino trillado. En definitiva, lo
importante de estos trabajos es el abrir el abanico de propuestas y
mostrar a las nuevas generaciones que se puede ir más allá de lo
que la media propone y que la apuesta a la autenticidad, que es a lo
que se debería apostar, se lleva a las patadas con la popularidad.
Cuando hablo de autenticidad lo hago del trabajo del poeta que se la
juega por entero a la expresión, no de su intimidad sino de su ser
descarnado, retirado del personaje que se nos impone construirnos
para llevarla lo mejor posible en el mundo.
¿De qué manera te identificás, en tu relación editor-poeta, con la obra y la peripecia de Pérez Gadea?
Bueno,
no sé si esto responde a tu pregunta, pero tras veinticinco años de
andar cargando con mi trabajo, puedo decir que su obra terminé
sintiéndola como propia. La verdad es que me he preocupado más de
difundir su obra que la mía propia. Bueno, el hombre está muerto y
no puede dedicarse a ello, todo depende de mí, y lo que hago es
sostener mi convicción de que estamos ante una obra de primer orden,
un poeta del que podemos enorgullecernos, y a mí me enorgullece el
haberlo rescatado. No es un poeta para cualquiera; pero los
verdaderos poetas, esos que no están dispuestos a transigir en su
búsqueda,
nunca lo son.
Diego, en tu caso también te tomaste tu tiempo, más de dos décadas, para publicar un nuevo libro. ¿Cuál es la apuesta poética de Los mitos del movimiento?
Es
un libro que tiene más o menos el mismo tiempo que mi trabajo con
Pérez Gadea, creo que es lo inmediatamente posterior. Como ves,
mis libros tienen un tiempo de reposo entre su creación y su
edición. No es malo, al contrario, aunque tal vez en mi caso sea
algo exagerado. No es del todo buscado, en parte se debe a que no
hago del asunto una cuestión de ego. Me interesa mucho más la
creación, y
creación en mi caso es sinónimo de búsqueda incesante de la
expresión,
que la promoción. Pero además está la dificultad que normalmente
existe en la edición de poesía, que hoy, dicho sea de paso, es más
accesible que hace algunos años, hablo desde el punto de vista
económico. Este
libro surgió -como
muchas veces es mi caso-
como un reto que me impuse: lograr una poesía erótica que fuera,
como me dijo Pilar González explícita pero no procaz. Digamos que
los extraordinarios dibujos de Pilar,
abordando uno de sus temas
preferidos, por cierto,
son un aporte tan importante al libro que podríamos hablar de
coautoría. Fue un honor para mí su participación en el proyecto y
un increíble estímulo que ella me haya manifestado sentirse
orgullosa también de participar en él. La recepción que ha tenido
ha sido muy gratificante. Como dato curioso,
puedo decir que Felipe Polleri me llegó a llamar por teléfono -y
quien lo conozca sabe que eso es algo muy raro en él-
para felicitarme y decirme que le había gustado muchísimo. Hizo lo
mismo respecto al libro de Pérez Gadea. Bueno, en un país donde la
norma es el ninguneo, en un país así, un gesto de tal generosidad
es lo que hace que valga la pena seguir adelante sin dejarse seducir
por la tendencia a preocuparse más por la sociabilidad que por la
autenticidad creativa.
((artículo publicado en la revista CarasyCaretas, 05/2015))
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