Luis
Bravo, en su rol de investigador literario, lleva anotados dos
grandes aciertos en la cartografía de la última poesía uruguaya:
el rescate, catalogación y revalorización de las obras de Íbero
Gutiérrez y Julio Inverso. Ambos murieron jóvenes y propusieron
estéticas fermentales y adelantadas a sus respectivos tiempos y contextos. Ambos
deberían estar -sin discusiones- en cualquier antología que
pretenda reunir a las cinco o seis mejores plumas montevideanas de la
segunda mitad del siglo veinte.
Si
de la obra de Julio reunió sus libros editados, inéditos dispersos
y ayudó a la primera edición de su narrativa en Papeles de Juan
Morgan (Estuario, 2012),
en la que se descubre a un
cronista lisérgico y afiebrado, abiertamente crítico de su
generación -la de la posdictadura-, en el caso de Íbero la tarea
fue más minuciosa y compleja debido a que hubo que ordenar varios
cuadernos, unos pocos mecanografiados, material que atesoró su
familia tras su trágica muerte ocurrida en febrero de 1972,
asesinado por el llamado Escuadrón de la Muerte cuando tenía apenas
veintidós años.
En
la revalorización de Julio, a través de las antologías publicadas
por Estuario, atenuó el aura de malditismo para dejar en evidencia
la notable factura poética de su obra y la contundente potencia
contracultural de sus escritos narrativos. En el caso de Íbero, ya
con la edición de Obra junta (Estuario,
2009), que completa las dos anteriores antologías realizadas por
Bravo junto con Laura Oreggioni para el sello Arca, el investigador
subraya que más allá de la figura del mártir, hay un talento
original y único, hay una mirada de escritor en busca de lenguajes y
expresiones que se ligan a Mayo del 68, por supuesto, y a toda la
liturgia revolucionaria, pero también a la sicodelia, al legado del
surrealismo, a lecturas beatniks y al teatro del absurdo.
Uno
de los grandes méritos de Bravo en su elección por las obras de
Íbero y Julio, acaso simétricas en su afición por la lisergia y la
rebeldía, también en sus no-tan-azarosos destinos trágicos, reside en
que los textos de ambos vuelven visibles formas de pensamiento y de
acción que muchas veces son negadas o relativizadas por la
mesocracia montevideana. Para el caso, en La pipa de tinta china (Estuario, 2014),
se trata nada más y nada menos que de los cuadernos carcelarios que
escribió Gutiérrez en sus detenciones durante el "pachecato" en el año 1970.
Permanecían inéditos hasta esta edición y aparecen en ellos
poesías y escrituras automáticas con el pulso de un joven y
prolífico cronista de un tiempo fermental y descarnado. Un libro más
que necesario, imprescindible.
((artículo originalmente publicado en revista CarasyCaretas, 12/2014))
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