Amélie Nothomb desarrolla en Diario de golondrina la particular biografía de un
mercenario. Todo sucede en una París levemente alucinada, habitada por seres
anestesiados que buscan y reciben piedad a través del asesinato.
Si usted
es un lector atento de las páginas culturales de este y otros
medios, seguramente haya notado que las calificaciones que recibe
cada nueva obra de Amélie Nothomb no son precisamente altas. La
crítica no parece llevarse muy bien con esta escritora nacida en
1967 y autora de una lista de novelas formidables entre las que se
cuentan Cosmética del enemigo y El sabotaje amoroso.
Esta constatación demuestra una vez más la perversa subjetividad
crítica que se vuelve en contra de aquellos artistas que les va
bien.
Nothomb hace años que dejó de ser la preferida de los snobs
por el simple pecado de ser la autora más vendida en idioma francés.
Que sirva esta introducción para darle crédito a Diario de
golondrina, su última novela publicada por Anagrama, que más
que una novela es un poema largo que refleja el cinismo y el kitsch
morboso de nuestro tiempo.
Una
decepción amorosa provoca una crisis, la crisis obliga a un cambio,
el cambio se confirma como una mutación de identidad, y el personaje que
emerge es uno de esos antihéroes desesperanzados y vacíos que
suelen habitar las historias de Nothomb. El que nace en la primera
página del relato es Urbano, fragmento disociado de alguien que
puede ser cualquiera de nosotros. Alguien dispuesto a cualquier cosa
para volver a sentir emoción. Todo sucede sin sentimentalismos, en
un proceso que lleva a Urbano a volverse fan del arte contemporáneo
más radical y de uno de los tracks más raros e irritantes de
Radiohead. Y a que como una bola de pinball termine enredado en una
particular estructura mafiosa de la que solo conoce a Yuri, quien
además de indicarle los trabajos se convierte en su partener
filosófico. La vida -o más bien una siniestra cadena de muertes-
vuelve a darle sentido al derrotero de Urbano, hasta que se topa con
un error, algo que no puede evadir, algo tan humano como la mirada de
una chica a la que sin querer le roba su mayor secreto: un diario
íntimo que va borroneando hasta volver ininteligible el camino sin
retorno de Urbano.
Es novela,
por supuesto. Pero también poema largo, porque el manejo del
lenguaje de Nothomb es tan fino y elocuente, tan preciso, que no
sobra absolutamente una palabra. Esa capacidad de la autora es la que
permite que cada libro de ella siga siendo una perfecta obra de
relojería, con tiempos muy bien logrados ritmos que se parecen
demasiado a las peores pesadillas del pop, como una canción de
Radiohead.
"-¿A
qué dedicas el tiempo entre dos misiones? -le pregunté a Yuri.
-Crucigramas.
¿Y tú?
-Radiohead.
-Es música
experimental -dijo haciendo una mueca.
-Precisamente,
soy un asesino experimental".
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