hay vida después del punk



Sí, había vida después del punk. Había vida después de la iguana Iggy Pop, de la Velvet, de todas las olas de rock extremo y visceral. La simpleza del movimiento de caderas de Elvis, pervertido a un extremo en la suciedad del garage y de la demencia de los 70, y sin los desvaríos intelectuales del noventa por ciento del indie y el noise ni las tortuosidades depresivas e insoportables del grunge. O sea, rock acelerado, corporal, lo-fi, para que los adolescentes del nuevo milenio entiendan de una vez por todas la falsedad de parodias al estilo de Green Day y Offspring. 
Para demostrar que el rock vive, para el cuerpo, analogía que lleva a que la movida retro –radical en su concepción anti-máquinas- mantenga inquietantes zonas en común con el desarrollo de la cultura electrónica. Porque bailamos en la pista de la disco con pastillas digitales, pero en la oscuridad del pub volvemos a encontrar la rabia íntima del retro punk-new wave. Música para el cuerpo. Nada más saludable que el rock volviendo a sus raíces. Y no se asusten con el ruido, porque gente como los Yeah Yeah Yeahs tiene como único plan buscar el descontrol, la catarsis en estado puro.
La movida retro (también llamada “ñu retro” o de los “the the”), tuvo el primer impacto con los Strokes, cuarteto neoyorquino que encendió la llama de un rock depurado y auténticamente devorador de la vieja química de los Stooges mezclado con los primeros Cure. Un revival intenso, fashion y que sacude en cada canción, convirtiéndose –vaya milagro- en un sonido fresco que nos lleva directamente al 77, sin escalas. Los Strokes conquistaron Europa y los grandes sellos salieron disparados a fichar a los nuevaoleros del 2000. The Coral, The Raveonettes, The White Stripes, The Hives, The Vines... la lista parece no terminar.
Un novísimo ejemplo de esta corriente es precisamente el trío neoyorquino Yeah Yeah Yeahs, quienes desde la Gran Manzana se convirtieron en la sensación detrás de Strokes y de White Stripes. Al frente de los YYY está Karen O, una performer como hace años no se veía en la escena, callejera, gritona y con un vestuario de ropas reventadas. Karen O dispara letras crispadas y sexuales mientras se revuelca en el escenario, acompañando los cortes y quebradas de sus colegas: Nick Zimmer en guitarra y Brian Chase en batería. Como los Stripes, dirán, pero parece ser la fórmula más simple y adrenalínica de los nuevos tiempos: riffs, punteos y el apoyo de bateristas fuera de serie, que hacen recordar el plan new-wave de Blondie.
Fever to Tell es un gran disco, que mantiene en vilo al escucha y no para de explotar en cada track. Sucede con los YYY la misma sensación de escuchar a los Strokes y a los Stripes, y despunta en el sonido del trío lo más interesante y revulsivo de la nueva generación –sin ningún tipo de concesiones o anacronismos, como pueden encontrarse en el caso de Hives y Vines.

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