locas pasiones



Hay novelas que solo parecen ir hacia adelante. Avanzan las páginas y se abren nuevos caminos y situaciones inesperadas, en las que no parece importar lo que se deja atrás, lo leído, lo que ya fue. Por lo tanto, se olvida, se desecha, sin ningún pudor ni culpabilidad. Porque solo importa lo que viene, lo que no se sabe, la próxima sorpresa.

No quiero decir con esto que sean novelitas de las hechas con una liviana receta para entretener, aunque varias de las que me he topado como lector que comparten este sino tienen una escritura más bien simple y capítulos cortos, y se aproximan formalmente a los tan disfrutables libritos populares de bolsillo con historias de vaqueros del lejano oeste gringo o de colecciones románticas como las de Corín Tellado. Sin embargo, estas novelas a las que me refiero, están lejos de ser tradicionales. Todo lo contrario. Porque el concepto de ir hacia adelante, que implica no mirar hacia atrás, ni hacia los costados, lleva inevitablemente a un desequilibrio en el que la propia trama se vuelve secundaria, porque lo mejor en estos casos parece ser dejarse llevar por el ritmo, por el vértigo; otra vez, por lo que no se sabe, la próxima sorpresa.

El mejor acuerdo que puede hacer un lector con estas novelas es comportarse como un lector alienado (otra similitud con las novelitas populares de bolsillo), para que el disfrute obtenido sea máximo. De alguna manera estas son novelas ideales, sobre todo desde un punto de vista de que llevan al máximo la capacidad de ficcionar y, en el caso de que el manejo de esta capacidad sea más que óptimo, lo que sucede es un acto mágico y adictivo.

Las novelas de César Aira, no me canso de decirlo, son un ejemplo de una máquina de ficcionar excepcional. La particularidad del argentino está en una capacidad de observación sorprendente (tan afinadísima como la del maestro Levrero) y en un manejo brillante de temas 'profundos' tocados desde una obscena y aparente frivolidad. Nunca el tema de sus novelas es lo que se cuenta ni tampoco lo que se reflexiona, ni los personajes, ni nada relevante y común a lo literario tradicional. El único tema es ir hacia adelante, y lo que pasa con Aira y termina siendo uno de sus principales contratiempos, es que llega un momento, después de comienzos generalmente estupendos, el propio autor se aburre, el relato se le estanca un poco, y eso en definitiva se transmite al lector. Pero bueno, igualmente, entre sus más de cien novelas publicadas tiene varias que son perfectas, y son bastante más de una decena de títulos, incluidos La cautiva, La guerra de los gimnasios, La liebre, Entre los indios y Un episodio en la vida del pintor viajero.

Otro autor que ha escrito un par de buenas novelas que van desesperadamente hacia adelante es Leo Maslíah. Una de ellas, titulada Zanahorias, publicada hace un montón de años por el desaparecido sello Trilce, es un ejemplo extremo, radical, y podría decirse que no tiene pies ni cabeza. Se narra el vacío. Podría decirse que no hay novela. Pero sí tiene una escritura ágil, simple, con capítulos cortos y todo lo que tiene que tener una novela de bolsillo. Solo puedo decir de ella que es una experiencia de lectura alienada y altamente disfrutable.

Tropecé en estos días con una novela que podría enmarcarse en una similar línea conceptual que las de Aira y las de Maslíah. Se llama Locas pasiones. Está firmada por Diego Recoba. Y lo que aparentemente es una novela popular de estructura objetivamente tradicional -vuelvo a los pequeños capítulos (en este caso incluso titulados, un guiño naif de Recoba), al uso de descripciones rápidas y precisas, a diálogos rápidos, a una primera persona que evita digresiones, reflexiones y todo tipo de recursos complejos para dedicarse a narrar, y por cierto a extremar su narración en un viaje vertiginoso hacia adelante- se convierte en una novela que echa a jugar a una máquina de ficcionar desquiciada que obliga al lector a una sola posibilidad: dejarse llevar a una lectura en la que solo importa avanzar y divertirse en el acto de ir compulsivamente hacia adelante. Es imposible concentrarse en una trama. Es inútil. Es tanta la acumulación de cosas que suceden que se vuelve una tarea imposible. Pero no hay que asustarse. Si el talento de Aira está en su capacidad de observación y en las digresiones, y en Maslíah en lo extremo de su experimento, en Recoba hay otro tipo de equilibrios -y desequilibrios- que hacen de Locas pasiones una novela que funciona a la perfección.

Me siento tentado a no contar nada más, a no explicar absolutamente nada sobre los mecanismos de la novela de Recoba, porque de algún modo sería desbaratar la sorpresa. Solo puedo decir que es una de las novelas más divertidas y adictivas que leí en años y que se mueve a la perfección en escenarios y personajes similares a los de algunas novelas de Dani Umpi: la banda sonora y referencias culturales -por ejemplo- provienen de la canción romántica (de hecho, José Vélez es un personaje tan inesperado como funcional a la novela), y aparece constantemente un registro cotidiano uruguayísimo aunque los personajes se muevan en geografías tan extrañas como dispares, entre los suburbios de una ciudad tailandesa, las carreteras de Córdoba o una casita en Sarandí del Yí. Otras tres cosas que tiene Locas pasiones y la hacen de particular interés: referencias futbolísticas continuas, una intriga vinculada al submundo de los videojuegos y un final feliz de novela romántica.

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