canciones físicas

La puerta estaba abierta. Sólo había que animarse. O bien, algo más complejo aún, o más intrigante, en el sentido de que las cosas deben suceder en un tiempo y lugar concreto que muchas veces apenas se intuye, Mónica Navarro se encontró en esta vuelta de la vida con una puerta tentadora, una puerta que la llevaría a atravesar y probarse un manojo de canciones de las difíciles, de esas en las que apenas meterse adentro supone un camino sin retorno. ¿Cómo entrar en el nervio de "Hago falta" de Zitarrosa, o en el filo emocional de "Maldigo" de Violeta Parra? ¿Cómo dejarse llevar por el pulso de cualquiera de los grandes temas de Osiris? ¿Cómo sacar para afuera, sin temblar, el verso "Hoy dejaré las puertas y las ventanas abiertas, para siempre"?

Mónica Navarro viene, por lo menos en apariencia y por los rumbos cancionísticos que ha transitado en los últimos años, del rock y del tango. Dos territorios sonoros urbanos. Pero hay una puerta que la conecta con el folklore, una puerta en este caso eléctrica, bluesera-telúrica si hablamos de lo estrictamente físico (sonidos, timbres, pedales, distorsiones, percusiones), y si hablamos de lo emocional alcanza con preguntarle a ella y lo que saltarán son recuerdos de la infancia. El mismo tipo de líneas que provocan esa riquísima sucesión de cruces de otros tantos artistas, también vadeando fronteras y lenguajes musicales. A la memoria acuden grandes discos de Fernando Cabrera, de Rossana Taddei, y ahora mismo los últimos vuelos de Elsa Morán, tanguera que supo ajustar cuentas con su pasión por las canciones camperas.

Maldigo, el nuevo disco de Mónica Navarro, es un disco de cuidado concepto. Es un disco rockero, tocado por un power trío de sobria elegancia en los arreglos y ejecución. Es también un disco de folklore. De lo rural, de guitarras y gargantas dolidas y solitarias, vienen las composiciones. Y está esa puerta abierta, como se dijo, la que se animó a atravesar la cantante en un viaje en el que sumó a los músicos Hernán Rodríguez, Irvin Carvallo y Diego Varela, que mucho saben de este asunto por haber integrado distintas formaciones de La Trampa y La Tabaré, entre otros proyectos de notorio pulso crossover.

Hay por lo menos tres línas en Maldigo cuando se lo escucha como obra total, que es lo recomendado por el tejido que arman las diferentes canciones. Un blues eléctrico, casi hard, ruidoso, es el elegido para zurcir los diferentes fragmentos de "Guitarra negra". La matriz Zitarrosa, en un plano levemente teatral, abre y cierra espacio para las otras versiones, para luego percutir con decidido aire rural, desde un power trío más seco y austero, las dos enormes canciones de Osiris. La tercera línea es la que está dada por los temas de Violeta Parra: la "Mazúrquica modérnica" se engancha con el tono "Guitarra negra", mientras que "Maldigo", como tema central, como momento de mayor tensión dramática, está vestido de colores menos distorsionados y la banda va más al pulso, para que Mónica atraviese los versos como lo hace durante todo el disco, con gran comodidad y naturalidad, que es precisamente una de las mayores sorpresas del disco y la constatación de que atravesar esta puerta emocional la conecta con historias propias, con sus raíces.

Hay más, como la muy buena versión de "María Lando" que abre el disco, o la explosiva "Imaginate m'hijo", extraida del universo masliahno para formar parte, y engalanar, esta Guitarra negra eléctrica e impura que se mandó Mónica Navarro. "Éste disco es rockerazo y es para mí muy conceptual", dice la cantante. "Las canciones que canto son las que formaron mi camino en la decisión de por qué cantar... Violeta Parra, Osiris, Chabuca, Zitarrosa. Y se llama Maldigo porque maldigo muchas cosas a través de las palabras de ellos. Como diría Violeta: "el juramento jamás cumplido es el causante del descontento"... Y bueno, arranqué a pensar este disco en la noche del festejo de mis 20 años en la música. Ahí me cayó la ficha y entendí qué disco quería hacer. Y es éste".


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¿De dónde viene el folklore en tu vida?
Mónica Navarro: Lo primero que canté fue folclore. Es más: la música, a mi vida, me la trajo el final de la dictadura en Argentina y la destitución del rector del liceo donde iba. Aparece una rectora y propone hacer un grupo, una banda, para unir al liceo de varones con el de señoritas. Aclaro que en ese momento los liceos eran separados por sexo... Ahí apareció el folclore. Lo primero que viví como acción artística, en mi familia, fue también el folclore. En Corrientes, en el pueblo de mi vieja, tocar, cantar y bailar era cosa de todos los días

¿Cómo se cruzan las calles urbanas del rock y el teatro con el pulso del folklore?
M.N.: Tal vez no se crucen, pero soy un poco de cada una y como se nutren unas de otras, se suman, se multiplican y también dan lugares nuevos en esa coexistencia. Todas estas canciones de Maldigo, y tantas otras que darían para un Maldigo II, han formado mi visión de una América, de una canción que cantaba particularidades y armaron las historias de la historia.

¿Qué texturas buscabas?
M.N.: Buscaba una textura áspera. Un raspón y la fina penetración de las palabras por la herida. Con Diego Varela y Hernán Rodríguez hemos caminado mucho camino musical. Nos sabemos. A Irvin lo conozco de cerca, pero desde hace poco y ya nos sabemos también. ¡Ensalada completa! ¡Somos todos productos orgánicos, con madurez de los frutos y excelentes condimentos! Y con esas canciones “sateliteándome” la cabeza, fue que empecé a ver un hilo, una historia. En mi cabeza, lo que hacemos con la banda es un The Wall criollo y originario.

¿Cómo te sentiste grabando textos de Zitarrosa, de Guitarra negra, pero sobre todo en esos versos de "Maldigo" de Violeta?
M.N.: ¿Sabés que nos pasaba y nos pasa? Hacemos un tema y quedamos hiperventilados. Sobre todo cuando arrancamos a ensayar. Era hacer un tema y teníamos que descansar. Era un round con una tormenta de meteoritos. Me pasa, ahora, que no te puedo contar con palabras lo que siento, necesito que me veas, que nos vean. Son textos de cuerpo. Son canciones físicas.

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