Playa
sola es el nombre de un libro de
rara especie, escrito por Ariel González Testen, uno de los pioneros
del surf en Uruguay. Terminada la lectura, sacudida de experiencias
personales y con el sugerente recurso en uno de sus tramos de aportar
una minuciosa transcripción de correspondencia que escribió o
recibió Ariel hacia finales de los 60 y primeros años 70, el título
pega fuerte por las varias imágenes emocionales que transfiere: es
la foto de un adolescente curioso y desafiante que se mete solo con
su tabla artesanal en días de tormenta y de espaldas a la ciudad en la barrosa Playa Pocitos; pero es la foto también de un padre que
revive y trata de explicarse la muerte sorpresiva de uno de sus
hijos, guardacosta y también surfista, solo en una playa, hecho que
también se narra -desde una poderosa carga autoficcional- por otro
de sus hijos, Daniel Mella, en la novela El hermano mayor.
El
libro, como buen libro de memorias, funciona como ajuste de cuentas,
como relato de aventuras y como pintorescas experiencias de pionero. Mantiene un buen
ritmo y echa luz -en su primera parte- sobre una generación
pocitense que se largó al agua y luego derivó a lugares más
distantes, no solamente los paraísos de Rocha sino más lejos: Perú,
Hawaii y las andanzas en los mundiales de surf de la época. Ariel
no estaba solo, por supuesto, también estaban sus amigos del barrio
y otros que se fueron agregando en lugares distantes, y más tarde la
correspondencia con sus padres y con amigos permiten rearmar otros
contextos temporales no menos interesantes: el trasfondo de la crisis uruguaya y los problemas político-sociales de la época, mezclados con
búsquedas personales vinculadas a la música, a la filosofía
oriental, al cuidado del cuerpo y a la gran ola sesentista más o
menos hippie.
Ariel
y sus amigos -entre los que destaca Carlos Pardeiro, otro personaje
que llegaría a integrar la última formación de Los Mockers- llegan
muy lejos. En la cresta de la ola, por ejemplo, consiguen grabar una
canción propia en Nueva York, en un disco de la cantante Buffy
Saint-Marie. Ariel es uno de los compositores y coristas que
acompañan esta rareza que los llevó a caminar despreocupados por
Times Square, en un sueño fraguado en guitarreadas por playas de
Rocha que se continuaron en Hawaii, donde la melodía de "Mi
tabla" encantó a Buffy que la incluyó en uno de sus discos con
el nombre "The surfer".
Hay otras tantas historias, de las tantas que comparte Ariel
González, que el lector merece descubrir por sí solo y dejarse
llevar por la páginas de un libro que enseña a manejarse en las
olas (y un poco bastante en la vida), pero que también se aleja del
mar para contar uno de los tantos viajes del protagonista, por cierto
bastante reciente, cuando acompañado por su hijo mayor Seba se
disponen a transitar el Camino del Inca.
Luego
pasarán otras cosas, pero antes de recomendarles efusivamente Playa
sola es interesante hacer una
conexión entre este libro sobre surf y Bicicleta zen,
del argentino Juan Carlos Kreimer. ¿Qué puede unir a estas dos
prácticas aparentemente tan lejanas? Actualmente puede reducirse al
obsesivo uso de predicciones metereológicas, relativas al viento: el
surfer ambiciona las mejores olas y se mete a contracorriente para
buscar el mejor viaje, mientras que el ciclista de largas distancias
sabe que muchos kilómetros a contraviento le supondrán un retorno
de satisfacción extrema. Dureza y placer. Sacrificio y la
indiscutible sensación de viaje liberador que los cultores de ambos
deportes dicen vivir en sus experiencias particulares.
En
el caso de Playa sola,
hay una inocultable carga mística y de experiencias espirituosas que
González Testen relaciona al "reposo del guerrero" y a las
sensaciones de sosiego y tranquilidad que buscan en el mar los
surfistas, los que nadan y los que reman. En Bicicleta zen,
como avisa desde el título el argentino Kreimer (autor del
emblemático libro Punk, la muerte joven),
se propone una relación directa entre la práctica del ciclismo
urbano con técnicas de meditación. Ni más ni menos. Espero, al
plantear este pequeño desvío, que el autor de Playa sola
no reaccione como lo hizo en los años 60, cuando él y sus amigos le
respondieron a Gustavo Adolfo Ruegger por una columna un tanto
insidiosa publicada en El Bien Público
donde además de burlarse los jovencitos masoquistas que probaban con
las tablas en Pocitos aventuraba una caprichosa relación entre el
surf y el esquí.
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