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Gloria, Dahiana y Carla: tres mujeres altas. Foto: Pata Torres. |
Alcanzar
el éxtasis del juego teatral, como lo entiende por ejemplo Gabriel
Calderón, implica componer un sistema dramatúrgico que permita a un
grupo de actores entrenar sus mejores habilidades técnicas y
llevarlas hasta el límite (aquella máxima “que revienten los
actores” de la obra Ex,
puede leerse más allá de una irónica declaración de principios),
con el cometido de inducir un presente performático alterado y
excitante. Grandes ejemplos de este tipo de juego escénico, vistos
en los últimos años en Montevideo, son Estado
de ira
de Ciro Zorzoli o las versiones sobre Ibsen y Chejov con la firma
directriz de Daniel Veronese. “Lo que me preocupa siempre es poner
en marcha lo que haga falta para que el actor y el espectador se
movilicen”, ha dicho Veronese en entrevistas donde le preguntan por
su 'método'. En su práctica teatral, define: “Una vez que el
espectador entra en estado de ilusión, en esa creencia que le
pedimos, lo bueno es que no se suelte hasta que termine la obra”.
If,
la nueva obra firmada por
Calderón, provoca exactamente eso: no suelta al espectador hasta el
último segundo, sin importar demasiado el entendimiento primario ni
tampoco lo que se cuenta. Lo único que necesita del espectador, esta
obra, es que se deje llevar, que no intente poner las cosas en orden.
Esto es otra cosa. Es juego puro. Pero tampoco es artificio ni una
experiencia circense de técnica teatral llevada al paroxismo. Es, en
todo caso, un milimétrico juego en el que los actores deben moverse
en los bordes, alcanzar los extremos, y esquivar todo tipo de
equilibrio. No hay neutralidad. Es arriba y abajo. Es el grito
perturbado y el gesto mínimo. Y es un ritmo incontenible, como si
los actores estuvieran todo el tiempo surfeando olas peligrosas y al
mismo tiempo los espectadores se metieran en un concierto de la
música electrónica más hipnótica y con continuos giros
melodramáticos y espirales románticos. Por eso, posiblemente, If
no tenga más música que el
latigazo constante de la palabras, de los insultos, de las
discusiones, de los laberintos situacionales por los que se dirigen
los cuadros creados por Calderón: pero de eso no contaremos en esta
nota, porque se recomienda llegar despojado de datos y de información
explicativa. Lo que puede ser interesante, en todo caso, es conocer
los mecanismos de creación y aproximarse a algunas de las reglas en
juego.
La
construcción de If
-
¿Cómo es el entrenamiento actoral para un montaje como el de If?
-
Gabriel Calderón:
Nosotros estamos intentando entrenar y dominar, para esta obra,
distintos formatos de actuación. If
es una oportunidad de hacer primero una actuación más
contemporánea, después una actuación que tiene que ver con lo
clásico, y después trabajar un poco sobre la improvisación. Una de
las cosas que identificamos, más importante que tener noción del
espacio, del público, y de la verdad, es proteger una relación
interna entre ellos, y entender que todo esto funciona si yo estoy
protegiendo la relación de verdad que establecí entre los
personajes. Es difícil, pero bueno, ésta es la dificultad que nos
propusimos: no solo dominar, sino parecer que somos expertos. Eso
sería lo que quisiéramos que se viera, porque la realidad es que no
lo somos. El teatro siempre juega a esto. La gente viene y dice 'qué
maravilla lo que hicieron', y en realidad no saben que no se trata de
lo que hicimos, sino de lo que pudimos hacer con las limitaciones.
Para hacer hay que gestionar la realidad.
-
¿Cuáles son tus roles en el juego?
-
G.C.:
Hay diferentes roles. Primero que nada tengo el rol de dramaturgo.
Debo estar estar atento a la historia que escuchamos; porque todo lo
que queremos contar, todo lo que queremos hacer, todo lo que queremos
trabajar, en realidad no se lo contamos al público. Lo que en
definitiva contamos es una historia que tiene que contener esas
posibilidades. Por ejemplo, para llegar a que los actores actúen
formatos diferentes de actuación, necesito construir una historia o
varias que lo permitan. Lo que me abrió el camino fue leer el cuento
'Un sueño realizado', de Juan Carlos Onetti, en donde una mujer le
paga a una compañía de teatro para que realice su sueño, un sueño
recurrente que ella dice tener. Mi historia parte de esa idea base,
de una mujer que le paga a una compañía de teatro para hacer una
obra. Y bueno, dentro de esa obra estarían los diferentes formatos
de actuación, y la idea de las tres mujeres y un varón, aunque
luego se agregó una cuarta mujer. Me enfoqué en las 'tres mujeres
altas' de Albee para el teatro contemporáneo, en las 'tres hermanas'
de Chejov para lo clásico, en los tres reyes magos para la parte
sacramental, religiosa. Todo eso se empieza a unir con tenía una
idea que yo tenía antes de llamar al elenco: quería hablar sobre la
verguenza que nos da, o que me da a mí, como artista, aceptar que al
final del día hago o no las cosas por dinero. Yo hago teatro porque
me gusta, pero ahora, que ya hago teatro, que puedo hacerlo, lo hago
por plata. Entonces, ¿cómo hago, para no decir esto, y que parezca
que es parte de la historia? Bueno, por ejemplo, esta muchacha no
viene con un sueño recurrente, como en el cuento de Onetti, sino que
viene con la herencia de un abuelo y se le ocurre contar la historia
de su abuelo por ese dinero.
-
G.C.:
Por supuesto. A mí me gusta mucho ver actores actuando y en esto
necesito establecer junto con ellos qué es lo que estamos actuando,
sobre todo porque no se actúa de una sola manera, sino que se actúa
de mil maneras diferentes, todas válidas, y entonces hay que
convenir cuáles son las indicadas para cada momento de esta obra.
Todo eso hay que comprenderlo y negociarlo en el trabajo. Y como yo
estoy afuera, puedo ejercer un trabajo de mirar, de exigir, de decir
'está pasando ésto'. Pero no es por saber más. Todo lo contrario:
el actor sabe más que yo sobre lo que pasa, pero durante algún
tiempo me cede a mí el poder de guiar.
- ¿Cómo es el diálogo
entre lo clásico y lo contemporáneo en las claves de actuación?
-
G.C.:
Yo no hago un teatro nuevo. Es más, creo que hago un teatro viejo
pero que me gusta que tenga apariencia de verdad, y si se puede, que
no sea apariencia, que sea verdad. En la actuación hay cosas en las
que dejamos de creer porque nosotros hemos cambiado, pero que hechas
correctamente todavía deberían estar vigentes. El llanto exige, por
ejemplo, un estado que lleva a cambiar los sistemas de respiración y
de emisión de un texto. Cuando un actor se pone a llorar, todos los
espectadores piensan, durante unos segundos, si está llorando de
verdad, si hay lágrimas o no. Y si le das la lágrima real, los
tipos te dan el mundo. ¡Todavía funciona esto! Lo mismo pasa cuando
se pegan unos a otros. Este tipo de estados en la actuación producen
una verdad que tiene que ver con el convencimiento, y el espectador
deja de cuestionar lo que está mirando y se deja llevar. Claro, en
el llanto, en el golpe, en la risa, esto es muy fácil, pero la ira,
la angustia, la tristeza, son espacios mucho más suaves, más
grises. Lo que intentamos en If
es
contener todos los matices posibles. En horas y horas de ensayos
hacemos un proceso de comprensión de ese manejo, para que los
actores luego los dominen con el devenir del espectáculo. No es algo
que viene mágicamente. Yo no creo en la actuación y en los ensayos
como en un rezo. No creo en la idea de que si trabajamos mucho un día
'cae'. Tampoco en que si repetimos y repetimos un día comprendemos.
No, yo creo que hay que repetir y que hay que trabajar, pero hay que
estar muy ocupado en comprender.
-
If forma
parte de la serie de obras tuyas con elementos de ciencia ficción.
En este caso se va hilando una historia de vampiros...
-
G.C.: Bueno,
hay una relación natural en la pentalogía, que es el interés por
agarrar un tema, que a mí me toca en lo personal, y atravesarlo por
algún elemento fantástico que me permita reflexionar sobre ello de
manera diferente. En este caso está el planteo sobre el dinero, y
sus diferentes facetas, en la democracia, en el fascismo, en relación
a las religiones y las creencias, para volver sobre el final a pensar
en la relación del artista y el dinero. Me pasó que no aparecía el
elemento fantástico, hasta que leyendo unos textos de Mark Fisher
sobre lo raro y lo espeluznante en la literatura fantástica, y sobre
Lovecraft, me volvió la idea del vampiro... Y después de tanto
pensar en la obra y sobre la relación sobre el dinero me dije, pero
claro, acá el que trabaja sobre el poder, el que abusa del ser
humano para vivir, el que maneja el flujo de la sangre como si fuese
un flujo de capital, es el vampiro. Todo eso apareció cuando ya
habíamos empezado a ensayar, así que tuve que trastocar toda la
obra por esta idea del vampiro, del abuelo que muerde a su nieta y
que luego ésta va mordiendo a los demás... Después, está el tema
de que no se me ocurrió todo a mí solo, ¿no?, por lo que es justa
también la idea de vampiro, porque de algún modo yo vampirizo como
autor a mucha gente para realizar una obra que después lleva mi
firma. Vampirizo a mis actores. Y lo que me gusta que suceda, y esto
es un ideal, es que el público no pueda imaginarse una obra mía sin
esos actores. Siempre trato que los actores sean superadores, no solo
de mis ideas sino de lo que yo considero que es actuación... Es una
obsesión teatral mía.
Artículo publicado en revista CarasyCaretas, 08/2018.
Las fotos de la obra publicadas en este blog fueron cedidas por Pata Torres.
Las fotos de la obra publicadas en este blog fueron cedidas por Pata Torres.
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