El espacio de la galería de arte se transforma en un ambiente
cotidiano. Una mesa, algunas sillas, estanterías y objetos varios
componen una cálida escenografía. El interior de una casa. Todo
parece normal, pero al poco tiempo de habitar el espacio ciertas
escrituras en las paredes invitan a una mirada más atenta. Y se van
descubriendo, poco a poco, varios libros, de diferentes formas y
tamaños, que a primera vista resultaban invisibles y que ahora
invitan a ser visitados. El juego comienza. Hay que entrar en ellos,
abrirlos. Alcanza con abrir uno solo de los libros para percatarse de
que es tarde, que no habrá marcha atrás, que se hará inevitable
husmear en todos, para explorarlos y experimentarlos.
Confeccionados por la artista de manera artesanal, con retazos de
documentos, cartas, escrituras personales, fotos, facturas y todo
tipo de papeles cotidianos (personales o impersonales), cada libro
deviene en un viaje diferente, ya sea por su tamaño, por su textura
o por los signos que se expresan en su interior. Hay muchas líneas y
relatos que se bifurcan en esos libros que buscan ser abiertos y
leídos, y tienen que ver con la intimidad de Magela Ferrero, pero
hay tres temas, por lo menos, que pueden leerse como centrales: la
necesidad de homenajear y saldar cuentas emocionales con su madre
Hilda, la pequeña y no tan trivial anécdota de enterarse de que en
realidad Magela se llama legalmente María de los Ángeles, y la
evidencia de que la artista deja a un lado su oficio de trabajar el
tiempo y la luz (la fotografía) para concentrarse en la escritura
(como grafía, como juego sensible y expresivo profundo).
Una serie de preguntas, en una entrevista informal posterior a la
visita de la instalación, dispara a reflexiones que de algún modo
funcionan como posibles paratextos. María de los Ángeles, o bien
Magela, se avino a jugar el juego y escribió algunos textos
imprescindibles para quien sienta curiosidad por entrar en esos
libros, que si bien son rabiosamente íntimos, logran una inmediata
comunión y conexión con sus posibles lectores.
***
Uno: El vínculo que hay entre esta muestra y mi madre es
definitivo. El arte, o al menos el intento de acercarme a esa
herramienta, me sirve para entenderme a mí misma, para exponerme,
para actualizar las preguntas, para izar la importancia de unos
sueños que a veces simplemente son el poder actuar mi realidad
particular que, como la de cualquiera, es un vastísimo universo.
Dos: Hace mucho que quería hacerme tiempo para estar más
cerca de mi madre. En junio del año pasado, me presenté a los
fondos Fefca con un proyecto que de ser financiado me permitiera
acercarme a ella. Mi plan fue convertir a mi madre en una especie de
asistente, que me ayudara a clasificar y organizar estos papeles
donde quedan documentados de algún modo los motivos por los cuales
me alejo de algunos deseos que declaro tener.
Tres: Todos esos documentos, que son una síntesis de muchos
más que quedaron en casa, conforman el diario minucioso de lo
ordinario y común que es el desarrollo de cualquier vida y de la
importancia que tiene el orden y el uso que se le dé a lo ordinario
si se desea construir una cápsula, un momento, un sueño o un
transcurso extraordinario.
Cuatro: Lo que compramos en el supermercado, la cantidad de
ropa, las películas que vemos, los regalos que hacemos, constituyen
una prueba de quiénes resultamos ser a la hora de concretar nuestro
yo. Y en una exploración como esta, al menos yo debo enfrentar el
hecho de que en el transcurso del tiempo muchas más veces no he sido
la que quiero ser. Enfrentar esa contradicción, al mismo tiempo, me
ayuda a asumir la contradicción de los otros, con humor y
camaradería.
Cinco: Hay muchos documentos que me causan pudor y muchos que
me causan vergüenza. Si uno exhibe la intimidad de cómo invierte su
recurso madre, por ejemplo, que es el tiempo dentro del que se
desarrollan y se ponen en juego todos los demás recursos –salud,
dinero, afectividad, discernimiento–, es probable que quede
expuesto también un desfasaje entre quien uno cree que es o desea
ser y quien uno efectivamente resulta.
Seis: La grafía es para mí el modo de insuflar a las
palabras de vida, de compromiso, no sólo con su significado, sino
con todo lo que aún no son pero pueden ser si uno se aproxima a
ellas y las explora.
Siete: Todo lo que está en esa sala fue hecho e instalado con
las manos. Todo es fruto del deseo de tocar y de estar al alcance de
ser tocado.
Ocho: Cuando dejé la sala, cuatro horas antes de inaugurar la
exposición, me fui para mi casa caminando, muy emocionada, riendo y
llorando, con un sentimiento de haber llenado de entrega esa inmensa
soledad en la que caminaba.
Nueve: El primer librito que hice cuando empecé a trabajar
fue uno de páginas doradas, que para mí representa el vacío.
Diez: Me empezaron a llamar Magela en 1978. Fue en el liceo. A
mis amigas de primer año no les gustaba mi nombre y me dijeron que
iban a pensar otro nombre para mí. A los días me dijeron que ese
nombre era Magela. Cuando se enteró mi madre, no estuvo nada
contenta. No le gustó. Pero con el paso del tiempo fue vencida por
la repetición y hoy también ella me llama Mage. El único que aún
me dice María es mi hermano menor.
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