Una
voz fuerte. Que sale de adentro. Así suena la voz de Rodrigo Ortiz,
nacido en Paysandú en 1975 y que debuta en disco con Gallo.
No hay muchas voces así, en Uruguay, si hablamos del territorio de
la canción urbana, en este caso mezclada con versiones del folklore,
del litoral, de tierra adentro, aunque las canciones de Gallo
refieran más que nada a tradiciones heterodoxas de zambas
adulteradas, con orquestas latosas, distorsiones y voces en
contrapuntos con violines, clarinetes, saxo y hasta un arpa
paraguaya.
El
punto de partida, siempre, es la guitarra, la criolla o la eléctrica,
evidencia de marcas tangueras, de milonga, de un blues rioplatense.
Así es "Río", la canción que abre el disco, seña de
identidad litoraleña, del río Uruguay. Ortiz muestra que le gusta
bordear la melodía, paladear las vueltas, quebrar los ritmos, hasta
encontrar la explosión, cuando saca todo para afuera, mientras se
entremezclan riffs de una eléctrica con percusiones, botellas,
semillas, o bien aparece el bandoneón de Mora en "Río"
para hacer el contrapunto. "¿Será que esperar que crezca el
parral, llena la copa al hombre?", pregunta, y canta, y todo
indica que cada verso que Ortiz dice, bordea historias y palabras que se
enhebran en esa "correntada de la dicha humana", de la que
habla "Mi esperanza", la segunda canción, con el arpa de
Almada, las maracas de Chacha de León, el cajón de Coby Acosta y aparece el clarinete de Pietrafesa.
El
disco sigue muestra en cada canción fotografías de tiempos que se cruzan.
"Perdido", abolerada como un blues de carretera, con la
aspereza de un Tom Waits extraviado en un camino rural, es una
canción perfecta. Hay ganas de decir, de confesar: "El vino de
mi copa se volvió a acabar", porque se está "perdido, sin
saber pa donde disparar". Le sigue una subida de funky jazz, con
saxo incluido, en "Echarpatrás", para dejar paso a
"Gallo", otro canción clave del disco, zamba enlentecida, trastornada, con bombo legüero, mucha niebla, y
la voz en contrapunto de Christian Cary. Así es el neo-folk en la
mirada de Ortiz, una piel de sonidos híbridos y cantar fuerte. Le
toca decir a Cary, algo que define a Ortiz desde otra voz: "canta fuerte, como
el gallo en la mañana, para que te escuche el cielo". Y es
precisamente eso: la voz de Ortiz es fuerte, sale de adentro (*).
Hay
luego una canción de lluvia, esa cosa del folklore optimista pos Drexler, del juego de palabras, que hace que sea lindo que llueva,
para que "el agua ayude a secar la pena". Hay swing, y la
dupla con Coby en cajón y palmas explota otra vez. Después vienen
los cacareos de Nilsa, aire de galpón, donde se mezcla todo, lo
adulterado, el folk, y el que marca el camino es el violín, y ya lo
que suena es una orquesta de cámara con cajón: violín, bombo
leguero, cuatro venezolano y gallina. Y es el turno de "Hombre",
necesaria, la canción que estalla, un rock hecho de latas, baterías,
percusiones, de cortes y quebradas. Siguen a esta poderosa canción, en el recorrido del
disco, cinco canciones más, en una zona más frágil del disco, resacosa,
de buena poesía y melodía.
Gallo
es un gran debut. De una voz
fuerte. De canciones nuevas y que merecen ser escuchadas.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 05/2016))
(*) La resistencia a la voz de Rodrigo Ortiz, expresada en una reseña crítica publicada en Brecha, recuerda a la que debió soportar Claudio Taddei cuando lanzó sus primeras grabaciones por el sello Sondor, siendo integrante de Camarón Bombai. El vozarrón de Claudio era indicativo, según la crítica de entonces, año 1989, de un argentinismo barato, evidencia de una epigonalidad errónea hacia figuras detestadas por la crítica local, como ser Fito Páez, Charly García y Gustavo Cerati. Otra voz "argentina" que supo ser denostada: Jorge Nasser en los tiempos bluseros de Níquel. La resistencia hacia voces fuertes, que se salgan de la media "susurrada" de la escena musical uruguaya, parece seguir llevando a nuevas comparaciones odiosas. La voz de Ortiz no es una copia de Páez, ni mucho menos de Sabina. En todo caso, lo será de Lisandro, o de Gabo Ferro, pero prefiero pensar que su voz viene de adentro, de su itinerancia sonora y de tantos viajes por el litoral, Montevideo, Buenos Aires, Salinas, y más que nada de los discos que debe venir escuchando, de Zitarrosa, de Tom Waits, de Liliana Herrero, de gente que se le da por sacar todo para afuera, porque tienen ganas, porque además -si se escucha atentamente el disco "Gallo"- el hombre sabe subir, bajar, matizar y dar paso a numerosos contrapuntos con coros, otras voces, saxos, clarinetes y todo tipo de ruidos.
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