Irina
Raffo decidió retratar algunos de sus territorios más familiares,
muy cercanos, en el cruce de tiempos vitales. Entre la impronta de la
infancia perdida, un tiempo que permanece en la levedad de las casas
de las abuelas, y la voracidad de un presente que evidencia que la
identidad es un asunto que siempre está en construcción. Buscó un
punto de vista neutro, el del observador que entra -de improviso- y
captura una primera impresión, cuidando que no incidan
subjetividades ni luces ni manipulaciones. No era una tarea fácil.
Para lograr el mejor resultado, tomó decisiones, todas ellas
acertadas: trabajar con herramientas analógicas, en riguroso blanco
y negro; acercarse a la escena de la manera más directa posible, sin
intervenirla.
La
exposición, con curaduría de Federico Rubio, puede verse en la sala
de exposiciones de Centro Cultural Dodecá. Interiores en
familia, la serie de fotografías
de Raffo, provoca al
asombro y -paradójicamente- llega a descubrir, en cada toma, una
delicada atmósfera emocional que nos devuelve al dilema de la
identidad.
¿Qué te llevó a fotografiar los espacios, los territorios que habitan -o habitaron- tus abuelas?
La
sensación de un cambio inminente e inevitable llevó a que me
acercara fotográficamente a estos espacios. A medida que avanzaba en
el proyecto, fui tomando conciencia de la voluntad de conservar, de
alguna forma, la intención de un estilo que yo intuía plasmado en
estos interiores familiares. En unos pocos años, esos espacios
construidos por mis abuelas se verían desgarrados; la voluntad
creativa de las generaciones precedentes cederían lugar a nuevas
formas de estilo, propias de la contemporaneidad. Fotografiando
sentí, quizá ingenuamente, que apresaba el gesto estético de otra
época. Fui hurgando torpemente en un mundo, pretérito, que se me
insinuaba silenciosamente.
¿Cómo
elegiste los puntos de vista, desde dónde mirar?
Inicialmente
me propuse optar por un punto de vista lo más objetivo posible,
objetivo en su acepción ligada a la transparencia, donde el gesto de
la elección del punto de vista se desvanece en el acto fotográfico.
Trabajé para ello con un 50mm, un lente que permite registrar las
cosas "tal como las vemos" -como ve el ojo humano-. Esta
elección, la reforcé ubicando la cámara a nivel respecto al objeto
o la escena registrada. A medida que el trabajo avanzaba, se
instalaron algunas digresiones, producto de referencias fotográficas
y artísticas que en ese momento estudié con Federico Rubio, curador
del proyecto. Monté un 80mm, y esta nueva óptica me instó a cortar
el registro cuasi científico prevaleciente, para desarrollar un
punto de vista más caprichoso, donde la elección del punto de vista
fuera casi un asalto, una tomadura de pelo.
¿Por
qué la elección por la fotografía analógica?
Durante
años he trabajado casi exclusivamente con cámaras fotográficas
digitales, no por elección artística, sino por razones económicas.
En Uruguay, y seguramente también en muchas partes del mundo, lo
digital se impone, no se elige. Trabajar analógicamente en nuestro
país es un acto de locura "supervisada", que debe ser
respaldado por un apoyo, logístico y material, siempre y cuando se
quiera lograr un trabajo prolijo en términos técnicos. Trabajar en
Uruguay desde la captura hasta la impresión con herramientas
analógicas sino es inviable, es una tarea muy difícil y cara. Lo
imprescindible en la fotografía analógica hoy, más allá de la
riqueza estética que propone, es su valor de resistencia, la defensa
de lo diferente. Es importante no sucumbir automáticamente a lo
digital, al menos no sin tomar una decisión o sin darnos cuenta que
se trata de una elección que puede ser impuesta y que como tal
significa algo. Creo que frente a cualquier arte hay que cuestionar
los medios, pensar dos veces con qué tipo de herramientas se
trabaja, encontrar las razones y estudiar las consecuencias.
¿Cuánto
te reconocés o no en esas fotos? ¿Cuánto -del mismo modo- se
redimensionan los otros, los cercanos?
Fotografiando
uno avanza a tientas, luchando entre lo que quiere registrar y lo que
finalmente se ve. Pasan los meses, los años, y la fotografía que
tomaste te habla directamente a vos, de vos. Muchas cosas que uno
quisiera ocultar, quedan en evidencia. Los más cercanos, los
representados (o afectados) más directamente, pueden sentirse
incómodos, abordados desde un lugar en el cual no se reconocen. Sin
ir más lejos, una de mis abuelas, no quedó nada contenta con alguna
de las imágenes expuestas, ya que no coincidían con lo que ella
hubiese querido mostrar de su hogar, o de sí misma. La fotografía
puede ser dura en este punto, ya que tiene una relación muy estrecha
con la realidad y se corresponde con ella más explícitamente que
otras artes. Una vez que el trabajo se expone, esta sensación de
vulnerabilidad se disuelve en un movimiento complementario; las
fotografías se independizan de nuestra propia historia para ser
parte de una plataforma pública común, en la que cada uno ve lo que
tiene ganas de ver.
¿Lo
que vemos en Interiores de mi familia,
corresponde en alguna forma de autorretrato?
Si
pensamos el autorretrato como una declaración de intenciones, sí.
Uno puede intentar hablar de otros, pero finalmente no puede hablar
con derecho y plena autoridad más que de uno mismo.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 08/2015))
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