Es
extraño, pero cierto. Si a un folletín se le quita el decorado, el
vestuario, los movimientos y la mecánica que potencie el remate del
gag, simplemente desaparece toda posibilidad de humor. Algo se cae,
se desarma. Sin embargo, si la historia sobrevive e
incluso se vuelve provocadora, transversal, y si está mediada por
actores que -como en el caso de los elegidos por el director coruñés
Roberto Castón- saben exactamente lo que tienen que hacer para
alcanzar eso que se suele llamar la "verdad" de la
actuación, ocurre algo inesperado, diferente.
El
experimento del director Castón, con evidentes reminiscencias al
cine de Lars von Trier, especialmente en el caso de Dogville,
demuestra exactamente eso. De haber hecho con su guión una película
normal -con decorados, vestuario y en las locaciones adecuadas-
estaríamos viendo en Los tontos y los estúpidos un
entretenido ejemplo de comedia de enredos, posiblemente almodovariana
y por cierto bastante enredada: muchacho francés con el que se
enganchan dos hermanas y su madre, cajera de supermercado que intenta
ligar con cliente gay, quien a su vez es el terapeuta de la madre o parece tener una historia con el padre
de las dos hermanas, etcétera, etcétera. Pero lo que vemos es otra
cosa, es una sucesión de escenas en las que la actuación se
neutraliza, en un nivel cero, lo que permite que la magia del cine
sea puesta en tela de juicio y la acción se vuelva -acaso- teatral.
El
juego propuesto por Castón se potencia al explicitar, desde el
comienzo, lo que está detrás, cuando el propio equipo de producción y
realización de la película ingresa en un galpón donde sucederá
todo. Desde la primera escena, la ficción parece desvanecerse. Pese
a todo esto, no se trata de un simple ejercicio de cine dentro del
cine, aunque se utilice esa vieja fórmula cinéfila. Lo que busca y
logra el director es un muy buen ejercicio de deconstrucción
cinematográfica, con el cometido de que el espectador se concentre
en las actuaciones, en las fisuras de las historias, en esos
personajes que toman decisiones equivocadas, que mienten, que manejan
con bastante dificultad una insatisfacción compartida, mientras se desarma todo intento de comedia en gags agridulce y acaso fallidos.
Los
tontos y los estúpidos es la
segunda película de Castón (la primera es Ander,
película de referencia entre la comunidad cinéfila LGTB, al
plantear la historia de amor entre dos hombres de campo del País
Vasco). Esta vez va más lejos que el planteo de temas de género
-aunque es cierto que pone en ridículo y cuestiona los roles
tradicionales-, en una muy buena película, original y de corte
experimental, que supone un ensayo sobre la infelicidad de personajes
que no admiten y no pueden siquiera comprender sus pasos en falso.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 08/2015))
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