informe sobre un atentado


La estructura de Underground es simple: unas palabras iniciales sobre la necesidad del libro (en pocas palabras, darle voz a los sobrevivientes), la descripción del meticuloso método de trabajo aplicado por Haruki Murakami y sus colaboradores (búsqueda de entrevistados, formato de charla, el ida y vuelta de las correcciones de testimonios y fichas personales) y luego la publicación de los testimonios, separados por secciones definidas por los los distintos trenes y estaciones del metro de Tokio afectados por el atentado.
El voluminoso trabajo no termina allí, porque a la edición original, publicada "en caliente", en Japón, un par de años después de la tragedia, se le agrega una serie de textos complementarios: una breve semblanza del escritor-investigador y una nueva serie de entrevistas, en este caso de integrantes de la secta Aum, grupo responsable del ataque criminal.
¿Qué pasó en la mañana del 21 de marzo de 1995? Esa es la pregunta que Murakami plantea, de manera obsesiva y rigurosa, a todos sus entrevistados. Indaga un poco en la actividad de cada uno, en su historia personal y familiar, pero el centro del asunto reside en ahondar lo que vivió cada uno de los sesenta y cinco sobrevivientes que accedieron a hacer público sus testimonios. El relato es lo más minucioso posible y el formato coral lo vuelve tan obsesivo como claustrofóbico.
No hay manipulación alguna en el ejercicio periodístico que ensaya Murakami, más allá de cumplir estrictamente las reglas planteadas de antemano y que marcan los alcances de la investigación. Siempre utiliza el mismo procedimiento, siempre realiza las mismas preguntas. La intención, como advierte el lector después de superar la extrañeza de las primeras "repeticiones" y superar cierto agobio, es la de disfrutar un intenso y voluminoso relato coral centrado en los instantes anteriores al atentado y en las reacciones físicas y emocionales posteriores. Todas las historias son levemente diferentes, pero se mantienen ciertos patrones: la perplejidad frente a circunstancias extrañas como olor fuerte, picazón en los ojos y necesidad imperiosa de toser, luego la dificultad de comprender lo que estaba sucediendo alrededor, y por último el pánico extremo por salir de la situación y que todo volviera a ser un día habitual.
Nada de esto ocurre. La mañana japonesa se va descomponiendo en las estaciones del metro afectadas por los gases tóxicos. Todo se vuelve extraño, raro. Algunos se desmayan, otros siguen de largo, unos pocos ayudan y los empleados del metro tratan infructuosamente de controlar una situación para la que no están preparados. Hay tiempo y espacio para que las historias se bifurquen en los puntos de vista subjetivos de cada sobreviviente -debe aclararse que el atentado provocó un par de decenas de víctimas mortales y unos veinte mil afectados, en diferentes grados-, en cómo sobrellevaron, desde esa mañana y los posteriores días y meses, distintas secuelas físicas, especialmente en la visión, síntomas de agotamiento, pérdida de memoria y dificultad en la concentración.
Ha dicho Murakami que la realización de este monumental reportaje, tanto en cantidad como en valor de registro de una tragedia colectiva, le permitió acceder a varias enseñanzas que luego trasladó al terreno de la ficción. De hecho, el caracter de no-ficción de Underground, llevado al extremo del testimonio y a la composición coral que ensaya el escritor, demuestra paradójicamente la imposibilidad de la búsqueda de la verdad. Es así que los pequeños matices y las pequeñas contradicciones -que en ningún momento Murakami busca contrastar ni corregir, eso en todo caso sería trabajo de un fiscal en un juicio- le imprimen al gran relato una atmósfera de gran novela, de una gran novela que disecciona ciertas formas y maneras de la sociedad japonesa a través de la anécdota de un atentado.
¿Qué es lo que expone, en definitiva, Underground? Un informe muy sutil y ácido sobre un atentado y también sobre la vida en Tokio en los primeros años noventa. Porque cuando el lector sobrepasa la primera decena de testimonios, cuando sigue acumulando relatos, empieza a advertir lo que en verdad busca contar Murakami: el funcionamiento de una sociedad, la suya, que lejos está de ser feliz ni perfecta. Ahí es donde empiezan a ser claves las pequeñas fichas de cada testigo, que agregan mayor información al relato de la trágica e inesperada mañana: en su mayoría son profesionales y empleados, residentes en los suburbios de Tokio, trabajadores de diez o doce horas diarias, jornadas extendidas aún más por las horas de trasbordos en trenes que circulan por el underground.
La composición que construye Murakami de su ciudad -que es muy cercana a la vida en cualquier otra ciudad grande del planeta- es cruda, opresiva. No hay final feliz, y menos cuando se visualiza la delgada línea que separa la alienación en grado de delirio que exhiben los entrevistados del final del libro (integrantes de Aum), con la oscuridad y extravío de los testigos sobrevivientes.

¿Por qué Murakami escribió Underground?
"Una tarde me fijé casualmente en una revista que estaba encima de la mesa y me puse a hojearla. Leí por encima algunos artículos. Cuando terminé, eché un vistazo a la sección de Cartas al Director. No recuerdo por qué razón lo hice, quizá sólo por capricho, tal vez porque tenía tiempo libre, pues no suelo hojear revistas femeninas ni leer las cartas de los lectores. Había una firmada por una mujer cuyo marido había perdido el empleo como consecuencia del atentado con gas sarín en el metro de Tokio. Por desgracia, le sorprendió cuando se dirigía a trabajar. Perdió el conocimiento, lo ingresaron en el hospital y, unos días más tarde, le dieron de alta. Sin embargo, las secuelas que padecía le impidieron volver a trabajar en las mismas condiciones. En un principio, la situación no fue demasiado grave, pero pasó el tiempo y su jefe y sus compañeros comenzaron a hablarle con sorna. No pudo soportar la tensión creciente, la frialdad en las relaciones con los demás. Presionado por un ambiente hostil, terminó por dejar el trabajo.
La carta me conmovió. ¿Por qué había ocurrido algo así? No es necesario insistir en la gravedad de la situación que padecía aquel matrimonio. En lo más profundo de mi corazón me compadecí por su infortunio, pero comprendí, sin ningún género de duda, que de poco o nada serviría un simple “lo siento”. No podía hacer nada por ellos. Como la mayoría de la gente, suspiré, cerré la revista y volví al trabajo, a mi vida normal. Sin embargo, no pude olvidar la carta. Una insistente pregunta no dejaba de rondarme en la cabeza, un gran signo de interrogación: “¿Por qué?” (...) Poco tiempo después tomé la decisión de entrevistar a las víctimas del atentado con gas sarín". (Haruki Murakami)

((artículo publicado en CarasyCaretas, 08/2015))

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