Un
cuento puede ser -y lo es, en el planteo que hace Martín Bentancor
en El inglés- el propio
rodeo que se permite el narrador para apresarlo, vestirlo de la mejor
manera posible y finalmente ofrecerlo al lector. Un cuento es el
trayecto -si se toma este elegante pero difícil recurso-, el espacio
tiempo para que se digan muchas cosas pero siempre evitando que asome
en la superficie lo que el otro -el testigo, el lector- quiere saber
y sistemáticamente se le oculta.
Es una regla, básica, de la
buena literatura, dejar a buen recaudo lo que nunca debe decirse. Es
una regla, puede agregarse, que conocen al dedillo los narradores
orales, los comediantes y toda una larga lista de chapuceros
literarios capaces de amenizar -como lo hace el personaje Samurio-
una fiesta cívica como la del velorio de un chacarero de la Tercera
Sección, a unos kilómetros al oeste de Los Cerrillos, en el paraje
Paso del Bote.
Martín
Bentancor es un joven narrador uruguayo no estrictamente urbano.
Nació en 1979 en la ciudad de Canelones, reside en Los Cerrillos y
tiene una profusa obra que va desde intentos con el policial y
guiones para comic de corte histórico, a relatos que colocan a la
vida de campo en primer plano. A nivel estilístico forma generación
con otros dos autores que se sacan chispas: el fernandino Damián
González Bertolino y el olimareño Gustavo Espinosa. Lo suyo tiene
-como particularidad- mucho de Faulkner, sobre todo en al densidad,
en las atmósferas encadenadas y tan subordinadas, pero también de
la temática rural, de una tradición que necesitaba aires de
renovación y vaya que la está teniendo a partir de Muerte y vida
del sargento poeta, novela corta
que el propio Bentancor publicara en 2013, y de las elogiadas obras
de sus colegas.
El
inglés es una novela corta.
Prefiero, sin embargo, categorizarla como cuento-largo-de-velorio.
Porque es eso. Tal es su identidad, su razón de ser. Porque desde
que el relato larga, no para, ni siquiera para abrevar en capítulos
o partes; nada de eso, el discurso se vuelve ensimismado, en un
encadenamiento de historias estructuradas en finas capas donde iremos
conociendo lo que quieren saber el Maestro y sobre todo el yerno del
finado Ferreira, porque no es tanta la curiosidad del fletero
Fagúndez, el tercero de los testigos noctámbulos de los relatos de
Samurio, ahí, al borde del cajón y con una damajuana de vino,
quesitos, salamín y aceitunas para amenizar.
¿Qué
es lo que se cuenta en El inglés?
Esta reseña se resiste a dar la mínima pista sobre lo que narra de
manera inmejorable Bentancor, excepto avisar que hay un secreto que
Ferreira no se llevará a la tumba y tiene que ver con hechos
acontecidos en los años 20 del siglo pasado, cuando un inmigrante
inglés se radicara en los campos cercanos al Santa Lucía.
No
se sabrá del todo lo acontecido, entre trifulcas pueblerinas y la
destreza de un chino -asistente del pionero inglés- que parece maś
bien escapado de una novela de César Aira. No quedará muy claro, y
por suerte, porque así es el mecanismo de una fábula o de un cuento
de velorio como el que cuenta Bentancor, que es capaz de intersectar
tiempos y contar -además de la historia de El inglés- la
borrascosa vida sexual del joven maestro, asediado en esa misma
madrugada por decenas de sms de una vecina casada con la que tiene
una relación por cierto muy afiebrada y peligrosa.
Debe destacarse, además de
felicitar la altura narradora de Bentancor, lo fermental
de una narrativa uruguaya contemporánea que como signo de madurez ha
logrado infiltrar entre sus principales voces a plumas no
metropolitanas. Los muy buenos textos que en los últimos años han
logrado editar y hacer visibles estos tres autores -Bentancor,
González Bertolino y Espinosa- son muestra evidente de la
reformulación de una tradición que tiene sí sus vasos comunicantes
con Faulkner (en el caso de Bentancor), con Cortázar (en Espinosa),
referencias a todas vistas universales, pero que también dialoga y
revisita la imaginería campera de Morosoli, Espínola y más
cercanos como Delgado Aparaín o Tomás de Mattos. Siempre rondando
Borges, por cierto, como debe ser.
El
inglés es un banquete para el
buen lector. Y utiliza, en lo mejor del relato, un recurso que da
cuenta de la habilidad de Bentancor para manejarse en lo no dicho,
sin fisuras. Cuando el maestro -principal testigo- se duerme,
exactamente en la página 118, una mancha negra de tinta impide leer
lo que debió estar escrito y escuchar el testigo. Luego, todo sigue,
como si nada, hasta un final de una sórdida incomodidad. De lectura
imprescindible. Un gran cuento para leer, en lo posible, de una
sentada.
((reseña publicada en revista CarasyCaretas, 07/2015))
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