tan lejos, tan cerca



Dicen que muchas de las víctimas civiles de casi todas las guerras llegan a creer, con particular ingenuidad, que la pesadilla no les tocaría. Sí, la guerra estaba ahí nomás, a unos pocos kilómetros, tal vez del otro lado de un río. Sin embargo, la negación es capaz de instalar la sensación de "acá no va a pasar nada". Múltiples relatos -para el caso, de la tragedia ocurrida en los Balcanes- confirman esta circunstancia, y así lo han contado autores como Arturo Pérez-Reverte o Julio Fuentes, por nombrar a dos destacados periodistas con varias guerras sobre sus espaldas.
Un dilema inverso, pero igualmente trágico, es el que viven Manuela, una cocinera mexicana, y su abuela, una desterrada serbia que escapó a América durante la Segunda Guerra, seguramente en el periodo en que los ustashas croatas se aliaron con los alemanes para aplicar el terror nazi en Yugoslavia. Ellas están lo suficientemente lejos del escenario real de la guerra que se desató en 1991, pero los fantasmas de la abuela emergen para distorsionar sus mundos cotidianos y propiciar un final trágico, con signos evidentes de miedo y locura, cuando Manuela decide hacer justicia en procura de aplacar tanto dolor y sumisión.
La guerra de Manuela Jankovic, largo de ficción de la cineasta uruguaya-mexicana Diana Cardozo, es una de esas películas de largo aliento, densas, con historias bien cargadas. De las que no suelen dar respiro al espectador. Entre los antecedentes de la directora está el documental Siete instantes, estrenado hace algunos años en Cinemateca, donde expone el testimonio de varias guerrilleras tupamaras. Ambas películas, en muchos puntos, hablan de lo mismo, aunque se trate de guerras diferentes y se elijan distintas miradas. Y, para comprender el cruce de los Balcanes con el contexto mexicano de la segunda patria de Cardozo, puede entenderse que la película también está refiriendo -pese a estar ambientada en los primeros años 90- a la desmadrada realidad mexicana actual.

¿De dónde viene tu fascinación por la guerra yugoslava, y cómo encontrás esa historia que une México con los Balcanes, a través de una inmigrante escapada de otras guerras?
Creo que viene de la literatura, de autores como Kadaré, Hemon, Drakulic, incluso Herta Müller, que si bien es rumana de todos modos es casi la misma zona. El cine de Europa Central siempre me impresionó por la profundidad de sus historias. Bueno, en ese lugar tan pequeño y sofisticado culturalmente, llegó esa guerra que nos partió la cabeza a todos. Se daban las masacres, la limpieza étnica, la intolerancia a tope, la cultura del primitivismo más atroz. Con la destrucción de Yugoslavia, simbólicamente concluyó el siglo XX, ¿cómo no me va a interesar ese episodio? Y es verdad: en la película tomo como excusa aquella guerra para hablar de la de México, porque tienen similitudes de fondo. Más allá de que en los Balcanes tuvo un perfil interétnico y acá es el narcotráfico, en el origen de ambas están la corrupción de la clase política y la impunidad.
¿Cómo fuiste construyendo -en el guión y ya en el rodaje- a los dos personajes principales, y muy especialmente la fragilidad de Manuela, con reacciones casi de niña pero que finalmente son trágicas?
Manuela es una mujer-niña, no aniñada. Y esa es una diferencia abismal. Hay cierta tendencia contemporánea a la infantilización del mundo, que particularmente no me interesa. El personaje de Manuela está en la cuerda floja por una tensión emocional. Fue criada por la abuela, una mujer desterrada que tuvo que cambiar la lengua, la identidad. Es una mujer-niña por la idea de fondo que mueve la película: cuando el mundo se pone de cabeza y la guerra se hace real, hasta los que no matarían ni una mosca son capaces de actos atroces. Como dramaturga, tengo que escribir desde la piel y la mirada de los personajes. Siento que es pura interioridad. Como realizadora, por otra parte, debo ver el funcionamiento de todas las piezas de la película. En esa dualidad estuve moviéndome mientras nacía la criatura.
Y por cierto también están las actrices, que hicieron ambas dos grandes interpretaciones...
Tuve la suerte de trabajar con dos actrices magistrales. Karina Gidi es un lujo que tenemos en México; tiene todos los matices imaginables y más. Mima Vukovic hizo teatro toda la vida y debutó en cine con esta película. La trajimos de Nis, muy cerca de Belgrado.
¿De qué manera atraviesa la historia de la película una reflexión sobre el rol de la mujer en una realidad como la mexicana, y también en esa microsociedad del restaurante en donde aflora lo peor de la guerra?
Es difícil hablar de "realidad mexicana”, porque coinciden en el país muchas realidades simultáneas. Hay zonas que están literalmente en el futuro y otras en el siglo XIX. Y sí se aborda ese rasgo machista, aunque no creo que sea particularmente mexicano sino latinoamericano. En cualquier calle de Montevideo o Buenos Aires podemos ver la escena donde un hombre insulta o manosea a una mujer porque se le da la gana. Es el machismo disfrazado de broma pesada o chiste malo, por el que el individuo le quita peso y responsabilidad a sus actos. Bajo esa lógica funcionan los hombres del restaurante. No parece tan grave pero lo que buscan es humillar, ejercer su pequeño poder contra una mujer trabajadora, pobre. Es el machismo, el clasismo. Es la arbitrariedad.
Hay una sensación, a lo largo de la película, de que la guerra no va a llegar, pero finalmente está más que presente en Manuela y su abuela...
La guerra las rodea como un relato cotidiano, sin grandilocuencia. La abuela habla de ello como si contara de su última gripe, porque está latente el miedo, y cuando la cree cercana derrapa un poco. Pero los monstruos dormidos salen a vagar. Me gustaba que fuera la abuela, que aparentemente está bastante “zafada”, la que tenga la lucidez de ver lo que se avecina. Efectivamente la guerra llega y se reproduce entre cuatro paredes.
La guerra es uno de los temas del documental Siete instantes, que incluye testimonios de mujeres tupamaras. ¿Qué es lo que relaciona, o no, a ambos relatos? ¿De qué manera jugás en ese límite difuso entre ficción y documental?
Son películas muy ligadas, hermanas. El criadero, la que estoy preparando ahora, también toca el tema de la guerra. Es evidente que me interesa y sigo hurgando en eso. Es así porque hacemos películas sobre lo que nos conmueve, lo que nos confronta e implica. Me gusta tanto la ficción como el documental; la que manda es la historia y ella elige en qué género se va a contar. A veces tenés acceso a personajes impresionantes y la peli termina siendo un recorte de esa realidad. Otras hay que ficcionar. Lo realmente crucial es qué querés contar y cómo lo haces.
Por último, ¿cómo sentís que se relacionan estos relatos con lo que pasa en México?
Hay días que la realidad traspasa la ficción y la ciencia ficción. Si queremos ser literales con la realidad, siempre nos vamos a quedar cortos. Yo prefiero detenerme en el sustrato de la guerra, en la ambivalencia, el miedo, la locura, las contradicciones que nos ayuden a comprender las complicidades de una sociedad metida en esto. Creo que es más inquietante.
Hay otro asunto llamativo y es que la contundencia de la muerte no alcanza. Los cuerpos son mutilados, desollados, se les arrancan los ojos; hay una especie de puesta en escena y una estética necrofilica. En los Balcanes se dijo que fue el odio, pero en México no es eso, esta es una guerra netamente capitalista por el control de mercados. Por otra parte, este país se está balcanizando, hay regiones que el Estado no controla o controla de a ratos, pero que piense en estos asuntos no quiere decir que la peli vaya de eso. Quise, eso sí, subjetivar la guerra, hablar de los estragos internos. Los personajes la cargan pero aquella las alcanza en otro momento de la vida. No termina cuando se callan las balas; sigue por dentro, se arrastra con el miedo y cierta locura que permanece, con la memoria incesante.


Viaje personal
"Lo mío no fue el exilio político, pero la dictadura se estiraba en Uruguay y en Buenos Aires ya había un romance con la democracia. Así que decidí irme. El principio del alfonsimismo fue una especie de revuelta cultural y vital y quería vivir eso. Era periodista y fue un momento muy luminoso, creíamos en muchas cosas lindas Trabajé en la revista El Periodista y luego en Página 12. Después llegó México y la opción por el cine. Me di cuenta que lo mío era contar con imágenes, con la luz apagada, proponiéndole al otro explorar la vida que no fue suya, pero podría haberlo sido. México se ha vuelto un lugar muy peligroso y he fantaseado con la partida. México me duele, pero eso sucede porque me importa, me involucra y con los años esas decisiones son mucho más difíciles. Viendo la vida en perspectiva no tengo una respuesta tan clara de por qué me fui de Uruguay; es como si me preguntaras por qué naciste en marzo". (Diana Cardozo) 

((artículo publicado en la revista CarasyCaretas))

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