El mundillo
literario parisino de posguerra es retratado sin glamour alguno. Esa
es la primera de las virtudes de una película áspera, morosa, que
no busca seducir ni ser complaciente y se concentra en las peripecias
de una escritora de aparente segunda línea -Violette Leduc-, quien
desde el contexto contemporáneo es pasible de ser revalorizada como
pionera de la autoficción, detalle nada menor que explica, en parte,
la elección de Provost para hacerla protagonista de una película
que se vuelve áspera, morosa y encuentra su sino en la tortuosa
relación que mantuvo esta escritora -Violette Leduc- con Simone de
Beauvoir.
Nunca veremos a Jean
Paul Sartre, ni tampoco a Albert Camus, pese a que este último será
el editor de la primera novela de Leduc, por la prestigiosa casa
Gallimard. Ambos parecen estar muy ocupados en sus tareas
intelectuales y no muestran el menor interés en conocer e
interactuar con una chica que suponen un tanto trastornada. Al que sí
vemos es a Genet, aunque posiblemente en una caracterización un
tanto light, y nos enteraremos -entre otras cosas- que le dedicará a
Violette su legendario texto dramático Las sirvientas.
Empatizan de inmediato. Y dan ganas que el director se suelte un poco
más, que nos muestre el París más decadente y arruinado de la
posguerra. Pero no. La historia que se cuenta se concentra en la
relación entre Violette y Simone, una amistad frenada por la
frialdad y el pragmatismo de Simone. También es central la madre de
Violette, responsable directa de los problemas afectivos y
emocionales que se trasladan al papel, en esas tres primeras novelas
donde el testimonio biográfico se vuelve material de trinchera para
el pensamiento que desarrolla en paralelo Simone. Es más, la tercera
de las novelas de Leduc se edita en simultáneo al emblemático
ensayo El segundo sexo, de la
célebre autora feminista.
Si bien el formato
biopic literario le imprime a la película un tono convencional, la
ausencia de glamour en el retrato de Violette y del ambiente
literario parisino salvan al relato de la banalidad tan frecuente de
las reconstrucciones históricas. La posguerra es dura, áspera, y
las marcas del horror están presentes en el derrotero de Violette.
Ella se siente, y se muestra, perdida. La escritura, el apoyo
incondicional de Simone y una serie de viajes al campo le ayudan a
recuperar un poco la autoestima.
Hoy, cuando llega al
cine su historia, está de moda la autoficción. Violette fue una de
las pioneras. No le fue fácil hablar abiertamente de sexo, contar de
su primera vez con una amiga, de un posterior fracaso matrimonial,
del amor no correspondido con la propia Simone, del rencor hacia su
madre. Entregó su vida a la literatura.
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