Pepe
Vázquez es un tipo entrañable. Lo volví a confirmar hace algunos
días, un día más que bravo porque fue el mismo de la muerte de
Eduardo Galeano y de otro escritor entrañable, el dramaturgo Carlos
Manuel Varela. Los dos llevaban varios años luchando contra el
cáncer. La habían peleado duro, como la pelea -y viene ganando esa
batalla- el escritor y amigo Mario Delgado Aparaín, que también
andaba por ahí cerca, esperando precisamente a Pepe, para
entrevistarlo por esas Memorias de un tipo descosido
que le publicó Planeta en estos días de abril de 2015.
Entretuve
a Pepe algunos minutos más, porque quería saber algo más sobre sus
memorias y porque me pareció importante "des-tragediar
la situación" (cita que Delgado atribuye a Zitarrosa y que Pepe
también conoce), y para que el encuentro con el escritor, en el set
de Café Negro, empezara más liviano, sabedor de que -en una charla
de bar y removiendo la memoria- comparecería el dolor por la muerte
de Imilce Viñas -compañera entrañable arriba y abajo del
escenario- y de otros grandes amigos teatreros como Héctor Manuel
Vidal, que mucho tiene que ver con la escritura de este mismo libro
que acaba de publicar Pepe, ya que oficia de incitador, de la misma
forma que el Flaco Denevi y tantos otros son protagonistas, testigos
y necesarios puntos de apoyo de uno de esos pocos valientes que
conciben el juego teatral como un viaje sin retorno a las emociones,
sin más límite que alcanzar a ese otro personaje que no es más que
un espejo al que hay que saber mirar de frente.
Historia
de un libro
Le
pregunto a Pepe algo relativo a cuándo decidió ponerse a escribir y
me cuenta que fue una mañana que se levantó extrañando a Imilce y se
puso a recorrer la casa vacía. En esos días había muchas cosas
removiendo el piso: una invitación para hacer Rey Lear en
Costa Rica (su segunda patria, la del exilio con Imilce y María
Clara, hija de la pareja) y el agravamiento de la enfermedad de su
íntimo amigo Héctor Vidal. Se puso a escribir, y no paró. Sintió
que eso le hacía bien. Empezó a tomar decisiones. Vidal le aconsejó
que no dudara, que aceptara la invitación de hacer Shakespeare.
Siguió escribiendo. Antes del viaje, en el avión, en los días de
ensayo, en los tiempos libres. No paraba de hacerlo. Su anfitrión en
San José, un amigo y escritor, además de integrante del elenco, le
pidió para leer la netbook con los primeros borradores. Lo hizo. En una sola tarde. Le dijo que
siguiera escribiendo, que hacía tiempo que no leía algo que lo
llevara de la risa al llanto con tanta facilidad.
Dice
Pepe que dejó de escribir el libro cuando se sintió mejor, ya en
Montevideo, después de terminada la aventura de hacer Rey Lear
tan lejos de su casa de Ciudad
Vieja. Siguió probando lectores: Jorge Denevi, Carina Blixen,
la editora Claudia Garín. Todos le decían más o menos lo mismo,
aunque con diferentes palabras. Entre la risa y el llanto.
¿Qué
es lo que cuenta Pepe? Centenares de historias, que van y vienen, con
esa libertad del relato que se deja llevar por trayectos más
emocionales que rigurosos. Y eso es más que bueno. Hay un presente
de la entrevista -las decisiones en torno a Rey Lear,
pequeños apuntes sobre Costa Rica- que ayudan a enhebrar los viajes
temporales.
Tuve la suerte de hacerle una
extensa entrevista para el ciclo "Maestros" del INAE, hace algunos años, más exactamente en el
invierno de 2011. Es buen momento para revisar los apuntes de la
charla previa, porque de alguna manera complementan, ayudan a dar un
marco a los lectores que quieran conocer de más cerca a un actor que
ha brillado y sigue brillando entre la comedia y el drama. Y por eso
-y por lo que se cuenta- son más que bienvenidas estas memorias,
testimonio riquísimo de un gran actor y de un tipo muy querible,
nacido en Treinta y Tres un 1 de marzo de 1940.
Apuntes
biográficos
Hijo
de la familia Vázquez Da Rosa, de la ciudad de Treinta y Tres, su
padre fue el mayor de diecisiete hermanos de una familia liderada por
el abuelo Vázquez, un gallego que llegó a Uruguay con apenas quince
años, grumete en un barco y se instaló en el campo, donde se casó
con una criolla y puso un almacén de ramos generales. La abuela,
madre de esos diecisiete hijos, murió a los 104 años. Por parte de
los Da Rosa, destaca la figura de su primo escritor -Julio Da Rosa- y
su otro primo Cristino –ambos
mayores que él-, fundadores del Teatro Experimental de Treinta y
Tres. “Allí yo era el Gordo Manzana, un gordito, así que no había
papeles para mí y me inicié como apuntador”, recuerda Pepe.
El
teatro le empezó a gustar desde muy chico. Por los Da Rosa pero
también por la escuela, donde los maestros estimulaban y empezó a
actuar en elencos de la escuela que actuaban en el interior del
departamento, en prqueños pueblos y parajes, en las arroceras. Desde
muy niño fue espectador, gracias a las giras de la Comedia, del
Ballet del Sodre, y de la compañía de radioteatro de Juan
Casanovas. Esas actuaciones de la Comedia y el Ballet lo hacían
soñar con estudiar teatro en Montevideo, pero el gran impacto lo
tuvo al ver a la compañía de Casanovas haciendo la historia de
Dionisio Díaz. Estuvieron una semana completa en la ciudad de
Treinta y Tres. Pepe recuerda haber visto todas las funciones.
Años 70: Pepe e Imilce en Costa Rica. |
De
Montevideo a La Habana
Pepe
se radicó en Montevideo a los 17 años y se distrae de los estudios
universitarios para meterse en Taller de Teatro, grupo que fundó
Nelly Goitiño y fuera el primero en Uruguay en estrenar autores de
vanguardia (Kafka, Ionesco, la primera puesta de Las sirvientas,
de Genet). Ahí debutó en El guardián del sepulcro, dirigido
por Galli. En esos años, sobrevivía como podía. Vivía a monte,
vendía libros y paraba en la pensión de la madre de Alfredo
Zitarrosa, por lo que se hizo muy amigo del Flaco, y de otros
bohemios como Salvador Puig y Amanecer Dotta.
En
el año 1959 se integró a la aventura independente de El Galpón.
Allí hizo la escuela, se hizo galponero y vivió muy por dentro la
revolución cubana, como militante de la Juventud Comunista y de la
FEUU. Y tomó la decisión, junto a Dotta y Ugo Ulive, de apoyar la
revolución en territorio cubano. “Era la época de los cambios, de
los sueños; era la revolución en vivo, en nuestro idioma”. Allá
marcharon, vía México. Pepe vivió en Cuba un tiempo fermental,
formando parte de una compañía de teatro popular que lo hizo
recorrer innumerables rincones de la isla. Sobre el año 1965 decidió
volver. Un poco porque sintió que si no emprendía el viaje de
regreso se quedaría para siempre, y otro poco porque habían
empezado ciertos problemas como la persecución a artistas
homosexuales como el escritor Reinaldo Arenas.
Bohemia
esquina dictadura
A
la vuelta en Uruguay, se integró al elenco de Club de Teatro, junto
a Hector Vidal, Bimbo Depauli, Jorge Denevi y Cacho Martínez. La
sala estaba en Rincón, entre 33 e Ituzaingó, y ya se habían ido
los viejos, los fundadores. Era un grupo “práctico”, que no
tenía las discusiones eternas de El Galpón. Cuenta Pepe: “En un
fin de semana discutíamos un repertorio y nos poníamos a trabajar…
No discutíamos; hacíamos”. Todo eso mezclado con el trabajo en
televisión, cuando lo llamó Jorge Scheck y fue ahí -entre otras
cosas- que se ennovió con Imilce Viñas y trabajaban más que duro
en los veranos puntaesteños.
Las
cosas se fueron poniendo cada vez más difíciles hasta que en 1977
se ve obligado a exiliarse. Elige Costa Rica. Tuvo allí un golpe de
suerte que lo acompañó desde su llegada. Ganó un casting en la
Compañía Nacional de Teatro y le dieron un papel en Las brujas
de Salem. Pepe gana esa temporada el premio de la crítica como
mejor actor y logra que Imilce también sea invitada y contratada.
Permanecen en San José de Costa Rica trabajando durante siete años,
hasta que en 1984 deciden regresar a Uruguay, previo paso por México
donde se reintegraron a El Galpón.
Humor
en la tele
Pepe
e Imilce, apenas llegaron a Montevideo, empiezan a trabajar en
Telecataplum y luego en Plop, programas de canal 12 que
marcaron historia, integrando el elenco junto a Denevi, Adhemar
Rubbo, Laura Sánchez, Angel Armagno, Hugo Giachino y tantos otros.
Pepe se define comediante, no cómico, a diferencia de colegas como
la propia Imilce o Rubbo. “Me da bronca no ser cómico”, dice.
Entre sus recuerdos más entrañables no faltan los tiempos en que
ensayaban los libretos con Roberto Jones, en la cantina del canal, o
de cuando hacían la parodia de Los años dorados, todos
vestidos de mujer, en el camerino, y Armagno solía decir: “Yo
tendría que tener una manera más digna de ganarme el sueldo”.
En
dupla con Imilce siguió haciendo espectáculos de humor, como en los
primeros años 70 en Montevideo y Punta del Este, como en Costa Rica,
y también para trabajar en fiestas privadas, en bodas de oro. Tenían
un buen “material de humor”, con números ya prontos y que
siempre funcionaban, como “La vuelta ciclista” de Maggi, o un
texto de Benedetti que volvían cómico al interpretarlo fuera de
contexto.
La
televisión se acabó en 1999, de manera sorpresiva, por un cambio
gerencial en canal 12. La remaron y la pelearon juntos, hasta que
-entre otras circunstancias-, en el año 2004 Pepe tuvo otro golpe de
suerte cuando fue convocado a integrar la Comedia Nacional. Allí
trabajó seis años, hasta que se jubiló en el año 2010. Y bueno,
siguió haciendo teatro: en Montevideo, en Costa Rica y ahora mismo
en una obra inglesa que dirige su amigo Denevi. Y se mandó estas
Memorias de un tipo descosido. Memorias
más que entrañables.
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