Una
escucha en Cine Universitario -acompañada de proyecciones de
imágenes- fue el bautismo de un disco diferente, creación de tres
jóvenes músicos de la escena indie: Pau O'Bianchi (3 Pecados),
Fernando Henry (La Morsa era Paul) y Lucas Meyer. Folk, sicodelia,
noise, bossa y sopresivas dosis de funk configuran una de las obras
más libres y audaces de los últimos años.
Algo
se rompe, tal vez un vaso, no queda claro. El siguiente sonido es de
una guitarra. Un rasgueo frágil, la voz de Fer Henry cantando "Hoy
es un día especial", y se suman otros versos y otras voces:
Flavia Cabrera, Renata de la Torre y Estrella Muerta. El punteo de
una guitarra acompaña el tarareo. El viaje comienza y deriva a un
coro entre campanitas, medio jipi, hasta que explota un riff
inesperado. Se concentra el ruido de una banda en el segundo track,
"Los conservadores", un fragmento de canción rock, con la
voz de Pau O'Bianchi estallando, hasta que algo se desintoniza, como
si el plan fuera saltar de una cosa a la otra, como si no se pudiera
mantener la atención. Lo que viene es la voz de Lucas Meyer, oscura,
hipnótica, guitarras, acordeones, pianos, cellos, es un momento
"Candy Bar", así se llama el tercer fragmento, corte,
surco, como quieran llamarle. Ya se mostraron las tres voces: la
sicodelia, la explosión, el pop deforme, para que se mezclen sin
limitaciones. Todo listo para entrar a la fiesta, a un disco que se
anuncia repleto de sorpresas.
Los
que iban, los que van
Hay
que ir atrás, más de treinta años, por lo menos, para encontrar en
Montevideo un proyecto-momento-sonoro similar al que se propusieron
andar estos tres autores contemporáneos: Pau O'Bianchi, Lucas Meyer
y Fernando Henry. La referencia inmediata podría ser Los que iban
cantando, aquel súper grupo de clave experimental de finales de los
setenta, que al igual que otros colectivos de la época (finales de
la dictadura, la ineludible resistencia), rasgaban sus guitarras
concientes de la necesidad imperiosa de marcar una identidad sonora
propia, latinoamericana, post-colonial. Los que iban, y los que hoy
van, parecen guardar similares rituales creativos: reuniones para
masticar ideas y propiciar la investigación, con las banderas del
rigor y libertad. Esto lleva a concebir la composición como un
taller, en una premeditada necesidad por romper los puntos de apoyo
propios, esos que están a la mano (obras anteriores, referencias
cercanas), y muy especialmente deshacer los egos autorales en una
creación colectiva única.
Sicodeliando
"Ácido
en el trabajo" es uno de los centros vitales del disco. Una
canción extrañamente nocturna, ácida, lisérgica, repleta de
tumbadoras y un loop que nos lleva a esa conexión setentosa que
patentaron los HPLE en Macumba.
El
primer e inesperado baile deja paso a dos de las varias canciones en
las que se diluyen absolutamente las fronteras autorales. Ya nada es
lo que es. Las marcas empiezan a ser invisibles. Hay percusiones,
capas de voces extrañas, guitarras, cambios, subidas y bajadas. Así
son "Plantas y compresores" y "Día del cerebro".
"Las ventanas abiertas de la mente/ entra el humo/ alimenta el
jugo ardiente", empieza Henry. "Y ella sabe/ donde queda mi
cuarto", agrega Pau, luego se mete Lucas, los tres muy adentro
en una canción folk dominguera a la que se suman más y más voces y
dejará paso a otras explosiones, a la de "Extraterrestres en La
Teja", por ejemplo, hecha de ruidos, residuos sonoros, pianos,
voces espectrales de Juan Stoll. Después de la pesadillas vienen las
"Arañas de arroz", una canción de cuna donde juegan las
tres guitarras y se arma un tuco luminoso con el clarinete de Jhona
Lemole y el acordeón de Sebastián Pina. "Hotel Spinetta",
único homenaje explícito a una referencia compartida entre los
tres, deconstruye una bossa que se va desafinando. Acompañan un
cello y un violín. Hasta la destrucción, con capas de batas
electrónicas y la ilusión de "desafinaciones que no quiero
afinar". Aquí debería terminar la cara uno, si fuera un disco
de vinilo. De alguna manera, termina, porque se cierra una puerta,
anunciando que lo que viene es más íntimo, y lo es.
Tres
muchachos
¿Cuál
es la incomodidad de este tiempo? ¿Cuál el sino que mueve a este
trío contemporáneo? ¿Qué tiene de inquietante el resultado, el
objeto llamado disco? Para responder estas preguntas es necesario
contextualizar los trayectos de cada uno.
Pau
O'Bianchi es de alguna manera el cerebro de este monstruo de tres
cabezas. Fundador de los desaparecidos 3Pecados y de proyectos
paralelos como Millones de casas con fantasmas y Relaciones Sexuales,
es uno de los motores creativos de la escena independiente. En los
bordes del post-rock, de un lo-fi extremo que lo llevó a grabar
discos caseros (entre ellos uno solista que registró, durante varias
jornadas, encerrado en el baño de su casa), confluyen en su
prolífica obra una manera artie de abordar lo sonoro, desde el folk
pero sin perder de vista una esencia montevideana que no esconde el
barrio ni las señas cercanas. Fer Henry viene de la sicodelia, de
loops mántricos, de la música como estado de la mente, de un gusto
por lo progresivo que lo vincula a muchos proyectos del under local:
desde sus discos solistas por el pionero sello Tarántula Records, a
través de La Morsa era Paul, o bien cercano a historias como las de
Buceo Invisible. Lucas Meyer es el más joven. Sacó un par de discos
independientes, con la visión de O'Bianchi en el rol de productor, y
las canciones de El entusiasmo
lo colocan entre las voces claves de la nueva generación.
Los
tres son amigos. Los tres se mueven en el lo-fi por necesidad más
que por elección estética. Traen del viejo rock la capacidad de
saltar el vacío, de tomar riesgos, de exponer la fragilidad. Pero
les disgustan los lugares comunes, la banalidad, la falta de rigor.
Vienen aprendiendo a los golpes, desarrollando una historia musical
consistente, con señas propias, que no se siente cómoda con el rock
popular hegemónico, y en todo caso prefieren encontrar referencias y
caminos en viejos discos de Cabrera, del Darno, de Mateo, de Los que
iban cantando. Tomaron la decisión de hacerlo. De lanzarse al vacío.
Se mandaron una obra mayor, que dejará una marca, un antes y un
después. No hay un segundo que sobre en los treinta y cinco minutos
cortados en quince surcos, en este entralazado de melodías,
fragmentos de canciones, caprichos, idas y vueltas sonoras que hacen
recordar a esos grandes discos que tienen como concepto la
fragmentación y los saltos de estilo. El del trío
Henry-O'Bianchi-Meyer es un viaje en plan lisérgico, con canciones
que se construyen y deconstruyen, desde un pop lo-fi que se acerca en
intención y resultados a los discos de Los que iban cantando, pero
también a obras tan variopintas como El viento en la cara
de Cabrera, el Re de
Café Tacuba, algo del
Odelay de Beck e
incluso de La hija de la lágrima de
Charly García.
Más
desvíos
Después del golpe de la puerta,
viene "Huerto", un framento de guitarra y voz, una intro
que da paso al momento funky espectral de "Andrómeda asesina",
sobre batas podridas y un recitado de azafata garcíana de Anaclara
Talento. Hay más saltos, hasta el final del disco. Desvíos. El
siguiente es "Ovni dorado", otro centro tan potente como el
de "Ácido en el trabajo". Esta es una canción dulcemente
pop y luminosa, con la voz arriba de Henry y una especie de muestra
de la identidad del disco: mostrar el fragmento, saltar a otra cosa,
rearmar la canción, agregarle más capas y volver a destruirla o a
mutarla en otra cosa, en este caso las guitarras anudadas de Pau y
Lucas, en un inesperado diálogo flamenco con la presencia de varios
amigos, entre ellos la voz de Fabrizio Rossi. "Vamos a ver
adonde van los sueños", pregunta Henry en "La florista",
presagiando el final de un estupendo viaje sonoro, una cadencia, una
canción que empieza leve pero se crispa entre trapecistas,
ilusionistas y una guitarra lisérgica que va metiéndose en los
coros hasta que explota la bata de Pau, los platillos y las ganas de
perderse en una zapada sin fin. No es el final, que queda reservado
para "Un hombre me mordió", sí, así se llama, una
pequeña joyita, casi milagrosa, de rasgueos y voces y capas y más
capas, que encuentra un punto de hipnosis en un ruido ambiente de
calle que marca el final de la audición.
((artículo publicado en revista "CarasyCaretas", 3/2015))
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