Por R.G.B.
Una
muy buena actuación de Julianne Moore. Esa simple y mínima
sentencia funciona como reseña crítica sobre la película Siempre
Alice. Se puede decir aún más:
una gran actuación de Julianne Moore. Y seguir probando adjetivos
laudatorios, porque se trata de eso, de una deslumbrante performance
de una gran actriz. Pero, y para ser honestos, lo que implica cierto
índice de brutalidad, la película evidencia que un personaje, por
sí solo, no es garantía -más allá de la proeza, compromiso,
composición y todo lo que se pueda agregar sobre el superlativo
trabajo actoral- de que todo funcione a la perfección.
Siempre
Alice es una muestra de que la
reducción a un tema (el Alzheimer) y el aplanamiento del guión
sobre los elementos secundarios (situaciones, personajes cercanos a
Alice), algo común al sistema industrial Hollywood, convierte a la
película en un vulgar telefilme de digestión rápida. Los clisés
abundan en una cinta que a medida que transcurre, con su final
anunciado, va perdiendo todo interés, más allá de operar como una
ficción educativa sobre una enfermedad de extrema crueldad
(potenciada en su dramatismo al afectar a una activa mujer que acaba
de cumplir 50 y tiene el estatus de genia académica de la
lingüística) y de contar con una actuación sobresaliente. Pero en
esa proeza de Julianne Moore reside la paradoja del fallo: cuanto más
se ilumina su trabajo actoral, más liviandad y abulia inverosísimil
vemos, incluso al borde de la irritación, en los personajes de su
frío esposo también académico, su gélida hija mayor, su hijo
siempre en otra, y el resto del reparto, exceptuando a la hija menor,
la rebelde, que finalmente vuelve de su "exilio" en Los
Ángeles porque parece ser la única que logra entender y comunicarse
con esa persona que va dejando de ser su madre, sin memoria, sin
puntos de apoyo. Esa relación logra salvar la película del
naufragio y es donde aparecen los puntos altos, los picos de emoción
que se escapan del manual.
La historia es
fuerte, conmovedora. Perturba. Puede hacer llorar, legítimamente,
sin golpes bajos. Es cierto. Pero el exagerado didactismo, empeñado
en que sintamos pena, mucha pena, por Alice, le impide a la dupla de
directores colocar la cámara, la mirada, más desde el personaje, lo
que llevaría a enrarecer la historia a nivel de la imagen y a que el
espectador sintiera el desamparo absoluto, la desaparición de la
identidad y de toda posible comunicación. Lo del principio: muy bien
Julianne Moore, y también esa promesa de actriz llamada Kristen
Stewart, que hacen maravillas en una película discreta y olvidable.
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