Por R.G.B.
Una
ex estrella hollywoodense, famoso por sus tres apariciones
como Birdman, adapta, dirige y protagoniza un cuento de Raymond
Carver en una de las salas más prestigiosas de Broadway. Intenta recuperar, dinero y prestigio, en el lejano este. Así parte la comedia que plantea González Iñárritu, con la seductora sensación de que todo irá
de mal en peor. Barranca abajo. Pinta muy bien en las primeras escenas, cuando la decadente celebrity comienza a enfrentarse -en N.Y.- a enemigos más poderosos que los de
sus películas y los de su propia locura megalómana. Uno de ellos es
un ensimismado actor de teatro, obsesivo en alcanzar la verdad y la
autenticidad en un escenario.
Birdman
es una película bipolar,
excesivamente bipolar, con arrebatos de buen cine de comedia y
detalles de gran narrador (y observador) del director mexicano
González Iñárritu, pero también -y eso comienza a mostrarse también muy temprano en la película- de imbecilidades propias del cine
más bastardo y torpe, capaces de hacer naufragar las mejores ideas.
Tal vez porque la película no deja de ser, en su forma de producción
y realización, un producto de Hollywood, cuestionando Hollywood sí,
burlándose de New York (con esteretipos excesivos como la malvada
bruja crítica de teatro), pero al final volviéndose una mentirosa
película que desesperadamente busca taquilla y prestigio, en la cual sus
productores y director se contentan en festejarse muy buenos
caprichos técnicos.
Queda
muy claro que González Iñárritu quería filmar un par de escenas
de vuelos, otro par de ataques paranoicos a Nueva York, y por eso
decidió apartarnos de un buen final, cuando en un momento el irritante actor
(Michael Keaton) decide tirarse de un edificio y terminar con todo.
Ahí se pasa a Hollywood, banaliza el argumento, lo vuelve un
pastiche, con ese Birdman onírico capaz de volar. ¡Por favor, no era necesario! Comedia
no debería ser sinónimo de estupidez, ni de forzar guiones. Otro
ejemplo: la locura del personaje (quien se cree capaz de mover cosas,
de levitar y le habla una voz), es tratada más como elemento
pintoresco y de "buen loquito" que como la descomposición
de una identidad que sí se va armando en los finos diálogos con su
ex mujer, su actual amante, su hija yonqui y ese actor malvado
(brillante en la interpretación Edward Norton, siempre tan psicópata).
Birdman
es una película que no deja
indiferentes, como todas las que ha firmado el mexicano. Tiene
momentos geniales: excelente el toque de comedia en la escena que
Birdman queda fuera del teatro y tiene que entrar desnudo (bueno, con
slip) por la platea, dándole la mayor verdad a la actuación dentro
de la actuación a partir de un accidente; muy bueno también el
recurso sonoro constante de la batería como banda sonora marcando la
temperatura de locura y distorsión del personaje. Pero, ¿por qué
hacernos creer que el teatro -o el arte, como pasa con la música en
la otra película de baterista que anda en la vuelta- es un
territorio de tortura, sadismo y perversiones varias hecho por
personas enfermas? ¿Por qué, yendo directo a las elecciones de
guión, se prefiere que los suicidas no se suiciden, o mejor dicho
que un mal actor que decida matarse en escena se pegue un
impresentable e indigno disparo en la nariz? ¿Por qué hacernos creer que este vuelo fallido puede ser catalogada como una buena película? No parece una decisión
de quien nos provocó, con altura artística y convicción, con Amores perros
y Biútiful.
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