Los
dos se llaman Tabaré. El que se apellida Rivero lleva treinta años
rockeando, en un borde teatral, al mando de un proyecto con una
identidad que se define por una poética de pelea y en el que lo
musical suele ser una herramienta más de la acción de un performer
que ha acertado muchas veces con canciones, discos y sobre todo
espectáculos de alta provocación. El que se apellida Cardozo
también viene de lo escénico, pero de ese teatro callejero y tan
montevideano que se llama murga montevideana. Y en su proyecto de
canción solista coquetea con un rock híbrido con referencias
inmediatas en el decir directo de colegas que van desde Bersuit y
Notevagustar al camino ya transitado por Alejandro Balbis. Los dos
son cien por ciento urbanos. Los dos publicaron, en los últimos
meses, dos discos bien cargados, que tienen mucho en común, pero los
separa -de todos modos- un abismo en cuanto a la actitud y a la
dirección de sus estéticas de rock teatral y (casi) paródico.
Malandra
es un disco en el que Tabaré
Cardozo se juega por entero al rock, a lo que él siente que debe ser
un rock montevideano con coros murgueros, vientos y capas que pueden
ir desde el ska al tango sin ningún límite más que abrir un
abanico lo suficientemente variado como para convocar grandes
audiencias. Tiene la baza de contar con arreglos y producción de
Mateo Moreno, un conocedor de un rock mestizo que tiene claro que
cada canción debe apuntar a ser un hit
pero sin perder cierto color callejero.
A ese plan se suma el concepto de ser un disco donde desfilan varios
invitados de los que legitiman y dan color: León Gieco, Fernando
Cabrera, Ana Prada, Alejandro Spuntone, su amigo Balbis, otros tantos
amigos y el mismísimo tocayo Rivero. Es un disco fresco, que de
alguna manera llena el vacío de
rock directo que parecen
haber abandonado Notevagustar y La Vela Puerca.
¡Que
revienten los actores! supone un
nuevo regreso eléctrico de La Tabaré, esta vez con varios puntos
fuertes más que suficientes para dejar satisfechos a sus seguidores
e incluso a unos cuantos distraídos que estén abiertos a sentir el
aire eternamente contestatario de la banda. Primero que nada, una
producción artística muy cuidada de Ale Ferradás, que hace sonar a
La Tabaré en el justo equilibrio de su identidad performática. En
segundo lugar, las voces de Tabaré Rivero y Lucía Trentini aparecen
bien medidas, sin desbordes y conformando una dupla poderosa. Y en
tercer lugar, un aire de rock cabaretero -con cortes, quebradas y
mucha frescura-, con la grata sorpresa de las guitarras de Leo
Lacava, a esta altura el estilo que mejor le queda a los desbordados
monólogos y diálogos que proponen los textos de Rivero.
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