tejer el manto


La energía de la obra colectiva se concentró al máximo en los nueve minutos que duró la ceremonia-ritual de desplegado del gran manto. El escenario fue la sala de entrada del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV). La artista Florencia Flanagan, con el apoyo de la coreógrafa Federica Folco, diseñó una performance muy particular para el montaje inaugural, acompañada por setenta de las ciento dos personas que participaron en los talleres. Fue un momento de comunión, de pura potencia, que cerró varios años de investigación de los vasos comunicantes entre arte, vida y yoga, y que colocó –a los ojos de la comunidad, en el espacio del MNAV– una obra singular y de alto impacto sensible.
Todo comenzó cuando Flanagan formuló el proyecto en el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC) y planteó la consigna “amar, reparar, crear”, entendida en el sentido de que sólo mediante el amor es posible ir a zonas delicadas, dolidas, desconocidas, hacer una reparación, y a partir de esa reparación crear nuevos modos de ser, habitar, hacer, crear, vivir. Ese es el centro de la obra Tejer el manto, el punto cero, el centro conceptual de un trabajo colectivo en el que trabajó con el apoyo –en todo momento– de Graciela Laport Silva, su mano derecha en los talleres.


¿Qué significa para vos, íntimamente, haber concretado una obra como Tejer el manto y exhibirla en el MNAV?
Es gracioso: nunca consideré otro espacio de exhibición para esta obra que no fuera el Museo Nacional. No sé bien por qué, tal vez porque considero que es imprescindible que estas voces comiencen a ser escuchadas, validadas: las voces intuitivas, que nos conectan con nuestra esencia, con la memoria de nuestras ancestras. Y, fundamentalmente, dejar salir de nuestro interior las voces que nos liberan para poder expresar nuestra potencia afirmativa y creativa y que esa potencia resuene en cada una de nuestras células y átomos. Así fue todo el proceso de Tejer el manto. En 2011, cuando presenté el proyecto en la residencia del EAC y me dieron dos espacios (ex celdas), uno para crear y el otro para exponer el proceso, mi primer gesto –ahora lo veo medio kamikaze– fue dibujar en las paredes de la sala de exhibición todas mis ideas: un gran manto compuesto por cien piezas. Allí se empezó a filmar, siempre con la idea de hacer un documental, y empecé a registrar ideas pensando en un libro-catálogo. Tal vez era una locura, algo muy ambicioso para este medio, pero nunca dudé de que lo iba a hacer ni de que sería en el mejor lugar.
¿Qué consignas intervienen en la creación del manto?
Recorrimos lugares muy diversos en cuanto a situaciones sociales y culturales. Y lo que pregonábamos era que todas y cada una de las personas pudieran ser ellas mismas, que todas somos distintas y cada una tiene un lugar único y sagrado. En el proceso de los talleres veíamos a las personas por completo, mucho más allá de las palabras que emitieran, a través de sus posturas físicas, sus gestos, en los materiales que traían para dejar en su manto, en cómo se enfrentaban a la tarea, cómo cosían o no podían hacerlo, en cada gesto. Y como la idea no era establecer relaciones de poder, una vez terminado el proceso nosotras nos mostrábamos por completo. Además de ser muy sanador para todas, eso nos dejaba en una situación de completa horizontalidad.
¿Por qué la elección de la forma circular para los trabajos individuales?
El círculo es el símbolo de la totalidad en todas las culturas; representa los ciclos de la vida. Es también una forma asociada al cuerpo femenino. A su vez, desde el punto de vista formal, el círculo te lleva a generar determinadas composiciones, y me aseguraba el éxito visual una vez que uniera los mantos, en la enorme diversidad de estéticas que iban emergiendo en los distintos contextos. Nunca tuve duda de que la forma era el círculo. A su vez, los círculos, para poder ser unidos, se inscriben en un cuadrado: ese también es un símbolo utilizado en los yantras, en la medida en que el cuadrado, de algún modo, contiene.
¿Sentís que la opción de unir el arte y la vida, por medio del yoga, te llevó a crear y desarrollar una obra colectiva como la de Tejer el manto?
Ha sido un proceso interno, de hacerme cargo. Considero que unir distintos fragmentos en una única pieza es una acción que tiene profundas afectaciones en la psique. Y yo no soy inocente; cuando decido embarcarme en este viaje soy consciente de estas connotaciones y me dejo tomar por ellas. Y les agrego mis cosas: crear la obra estando juntas en un taller, hacer yoga para dejar afuera nuestros condicionamientos, para conectar con nuestra chispa creativa, y después el encuentro de todas las personas para desplegar juntas el manto el día de la inauguración. Personalmente, quise hacer un manto durante años, y no pude. Recién comenzó a fluir la obra cuando comprendí que se trataba de una tarea colectiva. Entonces, en eso de hacer visibles cosas que están en el aire, considero que son tiempos en los que es necesaria la interrelación, la toma de conciencia de que conformamos una trama. Los humanos, los animales, las plantas, los elementos.
Hay un detalle que no es menor: hacía varios años que te habías alejado de la producción formal como artista. ¿Cuál es la razón o las razones que hicieron que te alejaras de la escena, del desarrollo de una carrera muy exitosa?
Yo venía por un camino en el que producía imágenes muy críticas de los modelos de personas que nos impone la sociedad, en especial la sociedad del consumo. Hablaba, a su vez, de los vínculos, de la necesidad de vincularnos con nosotros mismos y los otros de un modo distinto. Digamos que lo hacía con dolor e irreverencia, con rebeldía e inconformidad. Hablaba desde las entrañas y desde la mente. Aquello funcionó bien, a la gente le impactaba y dentro del campo del arte tenía un lugar de reconocimiento. Pero llegó un punto en que para mí perdió sentido. Ya lo había dicho y no quería seguir hablando de lo mismo. Fue como llegar al fin de un camino, a un lugar insondable, como un desierto, un lugar desconocido, por cierto. Por lo tanto, la única opción fue el silencio. Claro que para una persona inquieta como yo no fue fácil ni simple. Durante todos esos años dejé de mostrar pero nunca dejé de buscar ni de experimentar; pero eran gestos fragmentados. La única certeza era que necesitaba unir el arte con la vida y con el yoga. Necesitaba integrar.
Mirando en perspectiva, ¿qué momento destacás de tu producción anterior, la de los años noventa, en el sentido de haber sentido que lograbas un lenguaje propio, una obra que te definiera como artista?
Sin duda, la serie de obras realizadas con muñecas Barbie y Ken marcó una época importante de mi producción de los años noventa; aún hoy esa producción es referente para gente que vino después. Más allá de mi punto de vista, es un hecho a destacar. Pero desde mi perspectiva, el dibujo es mi herramienta de base en la construcción de un lenguaje. De hecho, todas las obras salen de mi cabeza a partir de un dibujo, ya se trate de una instalación, un objeto o una performance. En la obra muchas veces, le sumo cosas al dibujo: lo uno con el collage, con objetos, lo hago en paredes de salas de arte, en servilletas, lo imprimo en tela y lo bordo, le aplico objetos. El dibujo ha estado ahí desde que soy chica, es mi hilo conductor. Nunca paré de dibujar. Y en estos últimos años es un espacio sagrado que comparto con mi hija. Ella admira mis dibujos y yo realmente admiro los de ella.


((artículo publicado originalmente en revista CarasyCaretas, 11/2014))

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