El
primer libro ochentero, visiblemente apurado y concebido en el mismo
momento que se desarrollaba la movida rockera posdictadura, se llamó
Fuera de control y lo
escribió uno de los personajes centrales, el productor discográfico
Alfonso Carbone, con la ayuda del legendario periodista Raúl Forlán
Lamarque. Se centra en las bandas que participaron del primer
Graffiti, recopila no
pocas anécdotas en caliente y tiene el gran valor de primer
testimonio. Es un libro que empieza a contar la historia, y sienta
las bases de un posible mapa de familias sonoras, tribus, contextos,
también de influencias.
Debieron
pasar tres décadas, tiempo más que necesario, para que aparecieran
revisiones, cartografías a la distancia de una época tan fermental
y removedora, como precaria en la posibilidad real de desarrollar una
escena que creció sin padres, casi sin in/formación, pero que logró
articular dos o tres discursos estéticos potentes -derivados del
post-punk y la new wave- que dejaron su impronta en la música
uruguaya. En pocas líneas, el centro del estallido debe buscarse en
Los Estómagos, en Los Traidores, en esas mismas bandas del Graffiti,
pero el corpus empieza a complicarse cuando se articulan o no obras
tan o más importantes -de la misma generación- como las de Cuarteto
de Nos, La Tabaré y otras propuestas de importancia capital y
también contemporáneas como los casos de Jaime Roos, Fernando
Cabrera, Jorge Galemire, Eduardo Darnauchans.
El
periodista Mauricio Rodríguez se apoya, en su libro En la
noche, en
entrevistas directas, en
testimonios, para poner por escrito diferentes "historias"
que tienen como protagonistas a los principales grupos de la movida
Graffiti. Es un libro
escrito desde el rock y que deja filtrar zonas de conflicto estéticos
y generacionales. Es un libro que suma muy buena información y que
marca su límite, su frontera, en el territorio
rock-generación-posdictadura. Pero si se lee otro libro "de
rock", aunque no explícito, como la biografía dedicada a
Eduardo Darnauchans, de Marcelo Rodríguez, puede ocurrir algo
interesante: que ambos libros no tengan casi puntos ni
contextos en común, como si fueran dos historias paralelas, en el
mismo territorio y tiempo, pero que se desconocen entre sí. Esto
abre la necesidad de miradas más abarcadoras y que muestren y articulen vasos
comunicantes, que prueben a abrir las no pocas puertas cerradas.
Errantes,
de Gustavo Aguilera, volumen que se suma este año y que tiene entre
sus virtudes el integrar buena información, más entrevistas
directas y un excelente material fotográfico, se mueve en el mismo
"problema": es un libro de rock, desde el rock, desde la
tribu. Los protagonistas son otra vez Los Estómagos, Los Traidores,
Zero, también El Cuarteto y un poco el metal. Hasta ahí. No se
cuentan las historias con el rigor periodístico de su colega
Mauricio Rodríguez, pero Aguilera tiene precisamente a su favor una
explícita mirada subjetiva que le permite armar un honesto mapa del
rock como contracultura y sus conflictos internos y externos. Es,
además, un libro que se lee rápido y que integra registros gráficos
de gran interés documental. Eso sí, el lector no podrá contestarse
demasiadas preguntas sobre lo que pasó realmente en los ochenta,
aunque ese no sea el propósito de Aguilera, si se atiende al ambigüo
subtítulo de "Historias del rock nacional". Lo que
equivale a decir que son algunas historias las que se quieren contar,
lejos de lo exhaustivo que indicaría el singular "Historia".
Por
eso, si se busca una historia ochentera, armar un mapa más objetivo
-dentro y fuera del rock y sus fronteras resbaladizas- es
recomendable sumar la lectura aparentemente arbitraria y caprichosa
de 111 discos uruguayos
de Andrés Torrón. Debajo de lo lúdico de la selección, el autor,
destacado crítico musical, deja más que claro las diferentes
familias proto-rockeras, de fusión, mestizajes, urbanas o no, de la
escena musical uruguaya de las últimas décadas. Y, por cierto, le
saca muy buen jugo a los ochenta, donde además de Estómagos,
Traidores y Tontos, y toda el saludable parricidio juvenil, se
asistió en Uruguay a uno de los momentos más fermentales de la
creación musical, desde líneas también rockeras que vienen de
Mateo, Dino, El Darno, los primeros discos de Roos. Torrón apuesta,
por ejemplo, a explicar el tono minimalista del primer disco de Los
Estómagos en cierta precariedad común y contextual -por ejemplo-
con Mateo y otros pioneros de los sesenta. Esa sola certeza anima a
derribar más muros entre relatos que, si bien estimulantes, no
deberían quedarse en la trinchera.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 11/2014))
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