Hay
un saludable propósito de inadecuación, perceptible al ingresar a
la sala mayor del Museo Nacional (*) y toparse con una aparatosa forma en
madera, un esqueleto que sugiere una pista de skate (¿o una tribuna
invertida?). La estructura obtura la gran ventana del espacio y deja
en evidencia que el sentido directo quedará anulado, o por lo menos
pervertido. ¿Salir o entrar? Es la primera pregunta. Entonces, se
avanza. Y el "fuera de lugar", si se logra romper el
contexto anterior, de recorridos lineales, en el adentro o en el
afuera del museo, ese zombie discurrir diario, genera las primeras
rupturas/preguntas: ¿cuál es el trayecto?, ¿cuál el espacio
expositivo? ¿cuál es la frontera entre la obra y lo otro?
Lo
interesante de la instalación de López Lage es que las preguntas se
multiplican al acercarse el espectador a los objetos colocados en la
sala: cajas, cajas y más cajas, archivadores de madera, cartón y
plástico, algunos vacíos, otros llenos de ladrillos, o sea piedra,
inerte pero con las imperfecciones particulares de formas moldeadas y
atravesadas por el tiempo. Y allá atrás, en el fondo del espacio,
el color, los colores, un gran mural con el sello de identidad de la
pintura altamente cromática de López Lage.
Posiblemente
se respondan (o no), apelando a símbolos y conexiones de cada
espectador, los intertextos que propone la instalación. Pero la
intención de salir, volver los pasos hacia la única puerta de la
sala, vuelve a colocarnos frente a la molesta estructura de madera
barata, sin una gota de color ni tratamiento. Perturba nuevamente la
ruptura del sentido, la inmovilidad, pero se pueden advertir otros
detalles, como los de ciertos pincelazos de López Lage en algunas de
las cajas que dejamos a nuestra espalda, o que no haya ladrillos en otras. Entonces, otra vez, se
rompe la frontera, porque esto implica que la obra se expande y
contamina todo el espacio, alcanzando al propio espectador que
decidió entrar y será capaz de sentir ese leve y vaporosa sensación
de cuando se presencia algo que no se entiende y un poco después -al
conectar ciertos datos, tal vez en unos segundos- interpreta como un
evento no predecible. Un accidente. Una pista de skate invertida. O
cajas que guardan vacío.
Ciertos colores
"Lo del color es una intención
politizada de desenmarcarse de la tradición uruguaya, amarronada,
grisácea, ese intento de mantener la elegancia a partir de lo
monocromático o apenas apastelado", dice Fernando López Lage. En su obra, el uso del color es una marca de identidad. Y así lo remarca la instalación que presentó en el Museo Nacional. "Esa configuración del color
tradicional envuelve formas de ver y de percibir el contexto. Por eso
lo del color politizado. Capaz que es una mirada local, porque es una referencia a la tradición uruguaya, crítica. Se vincula también con
la explosión de pintura y color que los que empezamos a trabajar en
la salida democrática de Uruguay. Una especie de identidad
irreverente hacia eso que se intenta rescatar, aquel Uruguay que hoy
ya es un recuerdo, pero del que quedan secuelas, y están puestas en la mesa
como problemas políticos... Ser joven no es delito, por ejemplo, decíamos antes, y
ahora también".
(*) Pinturas, objetos y esculturas de Fernando López Lage. Instalación en Museo Nacional (Montevideo, Uruguay). Setiembre - octubre, 2014.
((artículo publicado originalmente en revista CarasyCaretas))
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