la ciudad invisible

Esa noche jugaban Uruguay-Brasil en el Centenario. Una ruidosa delegación de unos treinta jóvenes australianos, hijos de uruguayos exiliados en Sydney, daba vueltas por Montevideo tratando de reconocer la geografía de la ciudad que sus padres habían dejado atrás a comienzos de los años setenta. Decidieron viajar todos juntos. La mayoría llegaba por primera vez al Río de la Plata, con muchas ganas de ver el partido y sentir el pulso del candombe, porque todos ellos integran -del otro lado del mundo- una comparsa lubola.
Uno de ellos, recién recibido de abogado en Sydney y uno de los pocos del grupo que habla español, me desarma con una sola pregunta: “Ese edificio tan raro, ¿cómo se llama?”. Estábamos en Plaza Independencia, a punto de largar una nota apurada de televisión, referida al ir y volver, a las marcas de los migrantes. El muchacho, con la camiseta número 10 de Uruguay, la de Forlán, seguía señalando, insistente, el Palacio Salvo. Tuve ganas de regalarle, en ese momento, un libro con la historia de ese edificio que está presente en la memoria de cada uno de los habitantes de la ciudad. De los que están y de los que se fueron. Y de los que vienen de visita, como él. Pero no tenía. Finalmente, años después, se publica un libro que cuenta la historia del Salvo. Está firmado por el licenciado en comunicación Daniel Elissalde y la profesora de literatura Mariela García.
Historias del Palacio Salvo cuenta la peripecia de la familia Salvo, desde que bajaron del barco hasta el enriquecimiento en la industria textil Campomar, de los proyectos de construcción de un gran hotel, de los aires de grandeza del arquitecto Palanti, del Uruguay de los años 20, de la grandeza y decadencia de un edificio que se ama o se odia, que se convirtió -en definitiva- en símbolo de la ciudad. Y sobre todo, el libro cuenta de sus habitantes, esos miles y miles que sus vidas han tenido o tienen como territorio entrañable ese edificio tan singular.
Las historias que recopilaron Elissalde y García, las que están en el libro, ya son parte de la memoria viva de la ciudad. Pero hay una que no está contada y es la que originó la existencia misma del libro. Es, de algún modo, una historia de amor a la ciudad. No podía dejar de serlo. Porque investigar en un edificio como el Salvo, implica meterse en un territorio excéntrico pero altamente emocional. Es un mundo diferente, donde se entrecruzan tiempos, ideologías, pero sobre todo buena parte de las contradicciones de una sociedad -como la montevideana- que vivió por los locos años veinte ciertos arrebatos de gigantismo y de metrópolis moderna y avasallante.
Nuestro metejón con el Salvo empezó hace como quince años”, cuenta Elissalde. Él y su esposa se habían mudado a un piso alto, por la calle Río Negro. Un día, mirando la torre del Salvo, se les ocurrió la idea del libro. “Allí estaba, esperando ser descubierto, escrutado”, recuerda Elissalde. “Y nosotros con ganas de hacerlo, de convertir esa fascinación en un proyecto”. Fueron juntos a buscar las historias que se esconden en esa ciudad invisible llamada Palacio Salvo. Hicieron un libro intensamente montevideano, ideal para regalar a todo aquel que se sienta intrigado por esa “jirafa de cemento armado”, como la definió el poeta Alfredo Mario Ferreiro.

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