Faltan cuatro horas, minutos más minutos menos, para terminar el año
dos mil tece. Termino una larga siesta, mezclada con la lectura de
las cien primeras páginas de un libro que se me está haciendo
entrañable, un libro que es una catedral, un infinito, un continuo,
uno de esos libros que son básicamente geniales. Es delicioso
terminar así un año intenso, repleto de momentos inolvidables: una
noche en el Trastevere con Paty, Maxi, Silvana y Zoe; otra noche
cantando 'a forest' en el pasto de Nuñez; otras tantas noches,
musicales o no, con las señas digitales de 'Shanghai', con Alberto,
Adrián y María en 'El Gimnasio' lisérgico, o mejor aún, con Paty
perdidos en Venezia o dando vueltas en el shopping medieval de
Firenze. Busco y la encuentro, esa foto en la que nos metemos en la
pieve de un pueblo piamontés (*), y a las pocas horas dando vueltas
y más vueltas en Berlín, tras los restos de un viejo muro y el
rastro de Ziggy. Me fui al carajo, ya lo sé, “mientras miro las
nuevas olas”, como bien cantó el poeta... es entonces que pienso
en Cami y Juli y en sus nuevos discos y en sus tips y en sus
curiosidades intactas y en sus vidas por delante, y sé que “ya soy
parte del mar” y el mundo les toca en presente. Todo es una
cuestión de infinito... y es lo que leo en este libro de un buen
amigo que se llama Horacio, que hace años se exilió en Maldonado y
se mandó uno de esos libros excepcionales. Salud a todos, muy
especialmente a los que se decidan a descubrir que “el infinito es
solo una forma de hablar”.
(*) La
historia cuenta que la imagen de la pieve de Viguzzolo era manipulada
por un oscuro ayudante del fraile, en tiempos de la Inquisición. El
rostro de madera se movía, en ocasiones especiales, para emitir el
veredicto implacable y así acabar con los herejes.
1 comment:
Me voy a comprar este libro para llevarlo a mis vacaciones. Tengo Pasajes a Recife para el mes que viene y me voy a ir con mi mujer y mis hijos a la playa. Me encanta leer libros mirando el mar.
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