El
rockero y agudo periodista cultural Tüssi Dematteis, harto no se
sabe por qué razón del exceso de narrativa urbana (¿alergia a
McOndo?, ¿traumas posonettianos no resueltos?), insistía hace
algunos años en que se necesitaba una “literatura de balneario”.
Eran los años 90, finales de esos años en los que hacía rato se
había empezado a descascarar el uruguayan way of life de
la casita de veraneo en el Este, utopía de la clase media de mitad
del siglo pasado. El contexto estaba. Los escenarios, los personajes,
las historias. De hecho, las nuevas generaciones posdictadura
resignificaban ese territorio “de ocio” con otras distorsiones:
historias border, desventuras juveniles, lisergia, euforia de enero y
aridez de mayo.
Una
tras otra empezaron a salir obras -literarias, cinematográficas,
musicales, incluso comics- relacionadas con la geografía de los
balnearios: desde los mutados a ciudad dormitorio y la declinación
irrmediable de la Costa de Oro, hasta el lejano este rochense y las
contradicciones explícitas de Punta del Este y alrededores. Obras
para destacar, todas de la década del 2000: películas como La
perrera de Manolo Nieto, o las
más cercanas Hiroshima (Stoll),
Joya (Bossio), Flacas
vacas (Svirsky). También
novelas: la excelente y valicera Arena,
de Lalo Barrubia, y Solo te quiero como amigo, de
Dani Umpi.
No
es caprichoso subrayar un ejemplo paradigmático, el de la narrativa
de Daniel Mella, que pasó de dos primeros libros juveniles (Pogo
y Derretimiento),
netamente montevideanos, a una novela anclada en el territorio de
Neptunia, en esa frontera tan rica entre lo urbano y la playa. Como
si le hubiera caso a Dematteis, Noviembre,
publicada en el 2000, colocó a Mella como uno de los primeros casos
literarios de la “necesidad” planteada por la intuición del
crítico.
Ya
entrados en la segunda década del nuevo siglo son varios los
ejemplos (dos muy buenos libros publicados este mismo año 2013, sin
ir más lejos: El fondo
de González Bertolino y Eucaliptus
de Agustín Acevedo Kanopa), y muy especialmente la colección de
relatos de Lava, de
Mella, en donde aparecen dos excelente muestras de esta temática,
sobre todo “Ahora que sabemos”. Lo interesante es que los tópicos
y escenarios de Mella se van a otros escenarios (“Túpelo” en
Bruselas, “Lava” en el sur chileno), pero la atmósfera de la
prosa de Mella está marcada a fuego por esa sordidez de balneario
que se le fue impregnando desde Noviembre
y que tiene el correlato de las propias vivencias del autor. Esto
implicaría un nuevo concepto, porque cada relato, con la aspereza
propia de Mella, llevan esa impronta que se “necesitaba” en
aquellos 90 tan montevideo-céntrico... Hay que leerlos. Son los mejores relatos de la vuelta, especiales para leer a la hora de la siesta.
((publicado originalmente en revista CarasyCaretas))
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