Un tablero de básquet, una reja, monitores, fotos de un padre muerto de 21 golpes de tenedor, foto de un padre y su hijo en la playa, malos recuerdos, pesadillas, visiones, Nike y Adidas, la copia de la realidad, el personaje y el otro, dilemas teatrales. Pero sobre todo, dos actores -Gustavo Saffores y Bruno Pereyra- re/creando un texto que parece escribirse en presente al tiempo que transcurren los videos carecelarios de Miguel Grompone y suena música de Roberto Carlos o Mozart.
Tebasland,
escrita y dirigida por Sergio Blanco, es uno de los espectáculos
teatrales más impactantes de los últimos años en Montevideo (integra mi lista de grandes emociones como Ex, Kassandra, Las Julietas, Nuremberg). En el caso de Tebasland: un juego de
ficción y realidad que pone en debate un tema polémico: el de la
violencia interfamiliar.
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Calibre
45 y Kiev fueron
las dos primeras obras estrenadas en Montevideo del dramaturgo Sergio
Blanco. Hace unos diez años la primera y ocho la segunda. Dos textos
largos, de pulso contemporáneo y estilo clásico. Chejov,
Shakespeare y los griegos cruźandose en juegos dramáticos que no
tuvieron, probablemente, la dirección escénica exactamente bestial
que merecían.
La
escritura de Blanco, prolífica, política, apegada al ritmo de una
nueva dramaturgia que hacía falta en Uruguay y nos fue llegando
desde entonces sin mayor apuro, tuvo un eslabón perdido. Slaughter,
la primera obra que Blanco publicó en papel, un juego de tres
personajes -un hombre, una mujer y un soldado-, en una situación
límite que refiere a la situación de guerra pos 11-S. Esa obra fue
estrenada, en el año 2008, por el grupo salteño Kalkañal. Ahí sí,
los que alcanzamos a verla, comprobamos que el under suele permitirse
bienvenidas sorpresas. Fue un juego simple y provocativo. Una gran
jaula -con paredes de nylon- dejaba afuera a los espectadores, para
que los tres actores volvieran al texto de Blanco un espectáculo
inolvidable, potente y conmovedor.
Es otra jaula la que
elige Sergio Blanco para componer la escena de Tebasland,
primer espectáculo que estrena como autor y director en Montevideo.
Han pasado varios años, en todo caso una década entre la escritura
de Slaughter, Calibre
45 y Kiev,
y la recién estrenada
Tebasland. Se conserva
la misma magia, el ritmo, la densidad del juego dramático. También
la provocación y el exacto desequilibrio (porque se sabe que lo que
se maneja al borde lejos está de ser equilibrado) entre la ansiedad
contemporánea, la estructura clásica y la punzada (o puntada) de la
mirada política del autor.
No debería contarse en
una reseña el argumento de una obra. Me niego a enunciar algo más
del hecho de que en la celda montada en la Zavala Muniz sucede el
diálogo entre un muchacho que mató a su padre, el actor que lo
interpreta en la ficción y el dramaturgo que escribe (y dirige) una
obra sobre el parricidio. Todo eso es visto por espectadores que
asumen su “papel” de cámaras de seguridad y que son levemente
perturbados por otro nivel posible de ficción: la circunstancia de
que el autor del parricidio esté observando el juego desde su
verdadera celda.
Hay una diferencia
clave entre las primeras obras de Blanco y la
recién estrenada Tebasland.
Se trata de los personajes. Antes eran roles, símbolos, máquinas,
experimentos, mecanismos. Ahora, o tal vez sería más preciso decir
desde Kassandra, el
propio dramaturgo metió su cuerpo en las palabras. Está él, y
también otros. Es otro estadio de sus búsquedas autorales, ahora
ocupado por inquietar la ficción desde lo real, o viceversa, por
deslizarse desde lo posmoderno a lo posdramático.
El
monólogo de Kassandra, estrenada
con dirección de Gabriel Calderón y actuación de
su hermana Roxana, puede definirse como “transición”, como
reconexión: “Es una obra que me conecta con todas mis cosas
más importantes: Montevideo, Roxana, Gabriel… Es un texto que
siempre quiero seguir viendo. Nunca quiero que termine. Cada vez que
veo Kassandra es como si me viera en el espejo oscuro de lo
que soy. Y me gusta. Es mi obra más humana. Marca un antes y un
después en mi dramaturgia. Con Kassandra aprendí a darle la
palabra a los míseros, a quienes no tienen acceso”.
Todo
este proceso deriva en Tebasland,
territorio donde sucede la magia cuando aparecen esos dos grandes
actores que disfrutan y potencian el juego del dramaturgo y el
parricida: ellos son Gustavo Saffores y Bruno Pereyra. Son los
intermediarios, los que traducen y vuelven teatro-simulacro lo que se
vive allí, en esa contemporánea y genial versión contemporánea
del mito de Edipo. “La obra es simple”, plantea Blanco.
“Son los encuentros en una cancha de básquetbol entre un joven
parricida y un dramaturgo que quiere escribir un texto a partir de
dichos encuentros. Es así que Tebasland va proponiendo una
relectura de los grandes textos que han abordado el tema del
parricidio desde Edipo Rey hasta Los hermanos Karamazov
pasando por Kafka y los escritos de Freud. Es extraño porque la obra
se va escribiendo a ella misma a medida que avanza. Es un texto que
me ha eliminado, es decir que ha cometido una especie de parricidio
con su propio creador”.
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