El sello Anagrama
emparienta la novela de Daniel Davies con los relatos desasosegados del francés
Houellebecq y el americano Easton Ellis. Imposible no entrar en La isla de los perros.
Los
juegos de afinidades que se explicitan en las contratapas de las novelas pueden
hacer ganar o perder lectores. La línea es muy fina. Si pensamos que los
lectores de Hoeullebecq y de Easton Ellis conforman un subconjunto en el que
coinciden freaks y voyeurs de las pulsiones contemporáneas, y que hace rato
estos lectores se han percatado de los sucesivos traspiés de esos dos enormes
escritores a los que se los ha tragado su propio personaje, no es en principio fácil
que un joven británico llamado Daniel Davies consiga lectores para sus
historias.
En
principio, en mi caso particular, tardé un par de años en leer La isla de los perros, por lo que
aprovecho a justificar que esta “reseña de novedad” no es tal. Pero como el tal
Davies sigue siendo un desconocido, o por lo menos tardará algunos años en
alcanzar la fama de sus gurúes literarios y no ha aparecido aún en librerías
montevideanas un nuevo libro con su firma, siempre es oportuno saludar la
existencia de un libro que propone un par de acertadas paradojas sobre el sexo
en la Inglaterra rural contemporánea. Hacía tiempo, tal vez desde los mejores
momentos de Plataforma del ya citado
Hoeullebecq, o del hard porno de Snuff de
Palahniuk, que no aparecía una historia tan salvaje y perturbadora. Davies
desarrolla un ingenioso dilema: el placer aumenta cuando se juega al borde del
control y la vigilancia. Y luego otro: el relato de Davies es una supuesta
autobiografía de un tal Jeremy Shepherd que se parece demasiado a su creador,
un guiño posible a los falsos espejos entre Easton Ellis y Pat Bateman en Lunar Park.
La isla de los perros son los
territorios oscuros que aún quedan sin ser controlados por cámaras de seguridad
en los espacios públicos. El borde de un parking suburbano o el rincón de un
parque público se convierten en espacios ideales para la cita de adictos al
sexo grupal que frecuentan ciertas redes sociales. El enemigo más peligroso de
esta comunidad que encuentra en el sexo público la redención al aburrimiento
del estado de bienestar no es la policía ni la ley, sino otros oscuros
personajes que van desde skin heads neonazis hasta chantajistas pos youtube.
La
lectura de la novela de Davies llega al fondo con sus personajes jugados al
límite de sus pulsiones. Desde el porno duro ensaya un retrato formidable sobre
los controles y la insatsfacción de la sociedad contemporánea. Va, y es lo que
no dice la contratapa, más lejos que las últimas aburridas novelas de sus
padrinos Michel y Bret. Y no es poco.
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