Entre las novelas uruguayas de los últimos años sobresale El señor Fischer de Ana Solari. Una historia que atrapa y reflexiona sobre familias
disfuncionales y marcas del pasado.
Hay un hombre llamado Fischer, a quien todos llaman Sr.
Fischer, que de buenas a primeras aparece en un lugar por lo menos extraño –es
alemán y nunca salió de Alemania- si se lo ubica como protagonista de un relato
escrito por una escritora uruguaya.
El extrañamiento se traslada al lector, en las primeras
páginas, tal vez 20, tal vez 50, de situarse en un sitio neutral –así es
Alemania para Solari, un lugar sin adjetivos, minimalista, donde no se anda con
vueltas de lenguaje- que provoca la prejuiciosa pregunta de cuál es la
intención de Solari en contarnos esa historia, tan lejana en tiempo y contexto.
Esa primera incomodidad potencia, paradójicamente, la clave de la novela: el
manejo de los grandes secretos, esos tejidos no dichos de una típica familia
del siglo veinte, cualquier familia urbana occidental, sea alemana, búlgara o
uruguaya; vaya exotismo este último, si tenemos a bien esquivar nuestro
peculiar etnocentrismo.
Vamos descubriendo al Sr. Fischer, en un recorrido que no va
más allá de una semana en la que empiezan a suceder muchas cosas: todo comienza
un año después de la muerte de su esposa y desemboca en un almuerzo familiar en
el que comparecen sus tres hijos, sus respectivas parejas, uno de sus nietos y
una nueva amiga del veterano Fischer que oficia de detonante de un final que se
vislumbra pero que nadie en la novela es capaz de intuir.
¿Quién es el Sr. Fischer? ¿Qué esconde el Sr. Fischer? ¿Por
qué Ana Solari cuenta la historia del Sr. Fischer? Las tres son preguntas
complejas y seguramente tengan la misma respuesta: una novela magistral, que se
va construyendo alrededor de varios secretos (que no se contarán aquí, pero
obviamente tienen que ver con el pasado y con la manera en que atraviesan a los
distintos familiares del Sr. Fischer), y que se va leyendo en un espiral desde
el que se va contemplando la historia desde diversos ángulos y que recurre en
varios momentos y situaciones claves en la vida de este hombrecito alemán que es
interpelado por su propia memoria y la de sus cercanos.
La novela se va acercando al lector de manera lenta y sin
posibilidad de escapar ileso. El distanciamiento y la neutralidad iniciales se
invierten en las últimas 100 páginas de la novela, volviéndose la crónica de una
y todas las familias, en el manejo formidable que hace la autora sobre la
relación padres-hijos y sobre todo en la capacidad de observar esos pequeños
detalles que están ahí, en cada uno de nuestros actos.
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